Contra las estadísticas

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CARTA DE MADRID

Sostenes muy repartidos

Uno de los motivos por los que nuestra época ofrece en conjunto un muy bajo nivel de razonamiento, capacidad argumentativa, intelección más allá de lemas o eslogans y sobre todo interpretación de la realidad, es a mi parecer la santificación de esa dudosa ciencia conocida como estadística. Cada vez más se guía el mundo por eso, por estadísticas, sondeos, porcentajes y cuestionarios, lo cual equivale a decir que se guía más por datos y números que por análisis o pensamiento. No son pocos los escritores y articulistas que de hecho han renunciado a pensar por ello: se limitan a consignar esos resultados como si fueran la verdad suprema y a sacar simplistas y reduccionistas conclusiones a partir de monosílabos y cifras.
     También para los políticos y su crónica falta de ideas es la estadística el gran asidero. No hay intervención, declaración o debate en que el ministro, diputado o alcalde de turno no esgrima un papelito con una ristra de datos y números —casi nunca comprobables en el instante— con los que cree apabullar a sus críticos y contrincantes. Y resulta casi imposible afirmar algo si no viene avalado por ellos. La estadística, ya digo, ha suplantado a la interpretación, y por tanto ha desterrado los matices, las sutilezas, las complejidades de todo lo humano, hasta la sensatez ha suplantado. Nadie se extraña ya, ni se ríe, cuando lee idioteces y absurdos del tipo: "Los españoles tienen 1.34 hijos por pareja", como si los hijos pudieran en verdad ser troceables y fuera posible que alguien tuviera efectivamente 1.34 vástagos.
     Parece haberse olvidado que para elaborar una de esas sacrosantas estadísticas es preciso, por principio, reducir y simplificar la realidad al máximo, y por tanto falsearla; de modo que la estadística sería, en el mejor de los casos, algo vagamente orientativo y —en contra de lo que se cree— obligadamente inexacto. Si se trata de computar cuántos fumadores hay en un país, los responsables del estudio decidirán que lo es cualquiera que se lleve algún cigarrillo a los labios, sea alguien —como por ejemplo mi señor padre— que sefuma uno diario después del almuerzo, o alguien —como yo mismo— que se ventila más de un paquete por jornada. Es decir, las estadísticas suelen estar viciadas desde su origen, porque los resultados variarán enormemente según los criterios de inclusión y exclusión que adopte quien las propone. Así, a menudo leemos que mueren "por culpa del tabaco" fosfaticientas mil personas al año; con eso quiere decirse, las más de las veces, que los fosfaticientos mil han perecido por enfermedades que el tabaco puede propiciar o agravar. Pero no todo el mundo con cáncer de pulmón o con infarto los ha sufrido sólo "por el tabaco". Algo puede haber tenido que ver en el asunto su organismo, su configuración genética, su inhalación de humos automovilísticos o su demencial ritmo de trabajo. Lo más probable es que el mismo muerto sirva para varias estadísticas, a saber, la del tabaco, la del estrés, la de las herencias genéticas y la de la contaminación ciudadana; y que sea incluido y "aprovechado" en todas ellas. No sé si lo más desagradable y tramposo es hacer así que los muertos mueran varias veces y por diferentes causas, según convenga.
     Recuerdo haber leído en una ocasión que en España había unos once millones de alcohólicos. Es de suponer que los autores del cálculo habían considerado "alcohólico" a cualquiera que ingiriese un determinado mínimo de alcohol diario, acaso el contenido en un vaso de vino o en un par de cañas. Porque de otro modo había que concluir que los españoles eran un pueblo de muy serenos e incomparables bebedores, ya que semejante número de alcohólicos nos haría ver por las calles verdaderos ejércitos de individuos en estado lamentablemente curda, y no es el caso.
     En realidad, a mi modo de ver, no hay un solo dato enteramente fiable que venga de una estadística o un sondeo, no al menos en lo referente a intenciones, opiniones y hábitos. Porque, para empezar, todos sabemos que un alto porcentaje (¿será el 52.4 o el 46.7?) de los encuestados miente. Aunque uno sepa que no va a figurar su nombre, alguien escucha siempre nuestra respuesta. Y si a uno le preguntan cuántas veces hace el amor a la semana o cuánto gasta al año en calzoncillos, es muy probable que mienta. Y yo, como anticuado que soy, aún no he perdido de vista el lado hilarante de esos titulares tan frecuentes, según los cuales cada española compra 3.26 sostenes cada doce meses o tal futbolista marca 0.79 goles por partido. Lo siento, pero no consigo convencerme de que un gol sea divisible ni dejar de imaginar lo contenta que iba a quedar la usuaria cuando en la tienda le dieran tan sólo el 26 por ciento de un sostén muy repartido. –

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(Madrid, 1951-2022) fue escritor, traductor y editor. Autor, entre otras, de las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Tu rostro mañana (tres volúmenes publicados en 2002, 2004 y 2007) y Tomás Nevinson (2021). Recibió premios como el Rómulo Gallegos en 1995, el José Donoso en 2008 y el Formentor en 2013. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua.


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