Arte, fe, análisis

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Algunos críticos –cito el ejemplo del argentino Daniel Pérez, cuyas ideas pueden leerse aquí– opinan que la dimensión estética carece de vínculos positivos con la sociedad, la historia o la técnica: es meramente una cuestión de fe. Así, Pérez establece que las personas “crédulas” (según la dureza de su juicio casi podríamos llamarlas supersticiosas) avalan como arte cosas inverosímiles y ridículas: un pozo, la escultura sonora y, en fin, “la constante aparición de nuevas creencias, que se multiplican como enjambres de abejas en los prestigiosos panales del arte conceptual”… La idea tiene un trasfondo eminentemente platónico, y más específicamente romántico: aquello que Coleridge describió como “el suficiente interés humano como para lograr momentáneamente la voluntaria suspensión de la incredulidad que constituye la fe poética.” Hasta aquí todo bien, salvo que Coleridge presentó esta noción como un rasgo compositivo antes que crítico, y lo juzgaba un elemento de su poética, no una panacea que resumía todo criterio artístico. Para Daniel Pérez, en cambio, el apotegma encarna una subjetividad en cuyo enclave no tiene cabida el análisis lógico y/o material. Confieso mi incapacidad para avalar semejante idea del arte. No sólo me resulta anacrónica: la considero, ante todo, perezosa. Evidentemente, el crítico argentino obvia el meollo del asunto que con elocuencia expresa Coleridge: cuando una obra artística genera credulidad es precisamente por su valía. Históricamente, el arte más sólido es aquel que nos ha permitido creer en él. A despecho del cínico darwinismo social que nos rodea, hay una opinión de Sol Lewitt que se mantiene vigente: “ninguna forma es intrínsecamente superior a otra”. En este sentido, todo arte ha demandado siempre, a lo largo de la historia, nuestra fe poética. No tendría por qué ser de otro modo hoy. Rechazar esta dinámica equivale a abandonar los terrenos de la crítica y erigirse en una suerte de teólogo del arte.

Lo diré de otro modo: yo puedo negar en mi fuero interno la existencia espiritual de Dios, lo que no puedo hacer bajo ninguna circunstancia es negar la existencia cultural de Dios; estaría obviando siglos de tradición, conocimiento e historia. Análogamente, cualquiera puede enfadarse frente al arte conceptual. Lo que me parece autoritario es negar la existencia positiva del mismo arguyendo que es mera cosa de “crédulos”: el arte conceptual es una metonimia cultural vigente en nuestro tiempo, y cualquier crítico con ética –esté a favor o en contra del mismo– lo reconoce y procura analizarlo, no anatemizarlo. Al menos desde mi perspectiva, el trabajo de un crítico consiste en reflexionar acerca de la poética, la retórica, la coherencia interna de obras específicas; no dictar índices eclesiásticos de censura. Claro que mi formación es aristotélica. Para mí el arte no es una religión: es una práctica laica que corteja lo sagrado. Lo cual me resulta infinitamente más interesante.

– Julián Herbert

S.T. Coleridge

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