Al leer de continuo los dos anuarios dedicados a reunir la poesía publicada en México durante 2004, uno preparado por Tedi López Mills junto con Luis Felipe Fabre (FCE), y el otro por Francisco Hernández junto con Mario Bojórquez (Joaquín Mortiz), se puede concluir lo siguiente: poemas y poetas abundan, no así los asuntos de los que se ocupan. La abundancia no significa riqueza de una diversidad variable. Más que sorprender, los poemas reunidos en ambos libros reconfirman que hay obsesionas temáticas, reiteraciones estéticas, poca curiosidad en el manejo de figuras retóricas, y queda clarísimo que la publicación de poemas en medios impresos no revela la realidad del presente poético.
Mientras leía, pensé que los panoramas fechados tienen una característica: son efímeros. Y me pregunté: ¿qué sentido tiene este tipo de registros taxonómicos? No invitan a pensar en la permanencia o en la situación del idioma en su expresión cántiga. Nos ofrecen otras cosas, tales como estadísticas, directorios de publicaciones periódicas, censos de nuevos autores y fichas bibliográficas actualizadas; su carácter es informativo. Los datos que agrupan son útiles para investigadores, resultan indispensables para la sobremesa de la vida literaria, son de interés para los lectores asiduos a la poesía y contribuyen a la ampliación del curriculum de los autores de promociones recientes. Pero no trascienden la naturaleza de las visiones panorámicas, regularmente fallidas.
En el prólogo de López Mills y en la introducción de Hernández, se encuentran las diferencias que hacen atractivos los dos compendios. López Mills se niega a definir tendencias, aun cuando la suma de las partes evidencia que actualmente en México conviven, se confrontan y complementan actitudes y estéticas específicas. Hernández arriesga la definición, agrupa y describe prácticas, pero lo hace sin sustento teórico. La aproximación de Hernández a la realidad poética no es crítica sino sensible. En cambio, la tentativa de López Mills, no obstante su argumentación inteligente y crítica, elude el punto medular con el que la enfrenta la lectura del conjunto. Si, como bien observa ella, se trata de “una tradición que ya es una historia”, por qué no intentar la síntesis de esa historia a partir de la lectura de los poemas seleccionados en su anuario.
Las coincidencias de inclusión son pocas, lo que destaca la posición, la actitud desde la cual leen a los otros. Hernández aprecia más la expresión lírica, López Mills el tratamiento conceptual del poema. Leer “¡Alcohol del 96!” de Luis Ignacio Helguera, desde la perspectiva de cada uno de los seleccionadores, hace que el poema, siendo el mismo, adquiera otro significado. En el anuario de Hernández, el poema de Helguera es un grito desesperanzado, el doloroso testimonio de un alcohólico. En el anuario de López Mills, el poema de Helguera tiene humor y exhibe las contradicciones de una condición humana donde el poder de la voluntad enfrenta un límite.
El papel activo del lector del lector crítico, presente desde la primera mitad del siglo pasado, implica una responsabilidad pública, sobre todo cuando su acción consiste en señalar una situación específica. Como autores-lectores de una pluralidad de expresiones poéticas, Tedi López Mills y Francisco Hernández demuestran que sus gustos e intereses son francos y bien intencionados. Los poemas seleccionados responden sin duda a la capacidad que ambos tienen para valorar y detectar la calidad de los autores incluidos. La revisión es excelente, decantada, hecha con rigor, y responde y refleja sus distintas afinidades electivas. Desde este punto de vista, ambos anuarios tienen el sello de sus propias preocupaciones estéticas. De ahí que el de López Mills se incline más por poemas donde lo reflexivo o lo meditativo adquiere un tono filosófico, y en el de Hernández la expresión lírica y el contenido social o político alcancen mayor relevancia.
El acierto de ambos libros radica en que toda apreciación objetiva está inmersa en la aproximación subjetiva, y es, como casi todo juicio, pasajera. El desacierto está en la falta de dirección. “¿Hacia dónde es aquí?”, es la pregunta con la que Antonio Deltoro tituló su segundo libro. Y es la pregunta obligada frente a un proyecto de revisión crítica sobre la producción poética aparecida, en diversas publicaciones, en el lapso de un año. No se trata de una definición normativa ni nominal, tampoco de agrupar y subrayar tendencias desde una perspectiva obvia. La necesidad de preguntarse sobre cuál es la situación del lenguaje poético, de su capacidad comunicativa, significa desentrañar sus contenidos, sus audacias técnicas, su presencia activa en la vida diaria. Porque, ¿qué papel juegan los poemas publicados, son ornamentales o sustanciales? ¿Cuál es su aportación a las diferentes miradas que sobre la realidad nos ofrecen los géneros escritos en prosa? Si los poemas se publican es porque forman parte del complejo entramado de la cultura. Es desconcertante ver que los poetas críticos insistan en colocar la poesía en una realidad aparte, cuando los poemas interactúan e influyen, modifican y amplían las capacidades perceptivas de cualquier ser humano. Se extraña la valoración de los significados. –
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