El pobre parece no tener cabida fuera del terreno de juego. Su cuerpo da la impresión de estar hecho para los cambios de ritmo, los arranques sorpresivos y los abruptos quiebres de cintura: herramientas, pues, que poco tienen que ver con el mundo cotidiano. Sus áreas de especialidad parecen tan rebuscadas –cachar un balón con la parte interna de los muslos, por ejemplo– que apenas un circo bastante aburrido daría empleo a este personaje. Para fortuna suya y enseñanza nuestra, está el futbol. Ahí es que él halla la manera de percibir un salario y donde nosotros hallamos las metáforas fáciles sobre la trascendencia, el arte inmediato, las virtudes del esfuerzo y la genialidad humana. Este futbolista de cuello agigantado, antipatía omnipresente y zancadas de compás exagerado termina siendo el ejemplo vivo, la carne de cañón de nuestras cavilaciones sobre el talento humano.
Ahora gracias a un misterioso giro de la trama, Cristiano Ronaldo será el rostro de nuestro nuevo moralismo: por ventura de los créditos bancarios, el Real Madrid ha pagado noventa y tres millones de euros para hacerlo jugador suyo. Hasta el presidente del Estado español ha manifestado su desconcierto. En estos tiempos de crisis, gastar esos millones de euros en un superdotado del pasatiempo más rentable del mundo tiene sus rugosidades éticas. El futbol que ha servido como ilustración de la hermandad, ahora nos regala este dilema: noventa y tres millones de euros por uno de los veintidós jugadores que requiere un partido; noventa y tres millones por el que sabe atrapar balones con los muslos; noventa y tres millones para que nos distraiga con sus genialidades del patético estado de las cosas.
Él, Cristiano Ronaldo, el involucrado, hace lo que toda superestrella hecha para el terreno de juego haría: se ha buscado una nueva novia y vacaciona. Paris Hilton ya ha anunciado que irá a Madrid a verlo. Él sonríe y camina con el paso económico de quien busca desmarcarse del defensa para pedir el balón. ~
(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.