Diario de Mosc

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Dos horas de vuelo y la sensación de haber olvidado, como me ocurre siempre, cosas que me van a ser necesarias durante el viaje. La señora A., funcionaria de relaciones internacionales de la televisión checa, a quien encuentro con frecuencia en aeropuertos y en los aviones mismos, y también en recepciones diplomáticas, cambió de pronto de sitio y fue a sentarse a mi lado.
Desde entonces no deja de hablar un solo instante. Todas las veces que la he visto ha sido igual, y sea cual sea el tema de que se trate, ella se las ingenia para introducir el suyo, una obsesión que, por lo visto, la domina. Se mueve mucho, asiste a festivales de cine en España y en Latinoamérica. Le encanta hablar de sus viajes, y en cada uno de ellos se ve asediada por machos broncos e impacientes, que desprenden olor a semen, a sudor, a sangre ardiente, de los cuales, según dice, logra sacudirse con serias dificultades. En el final del episodio se turba siempre un poco, se contradice, se sonroja, para que los demás imaginen una conclusión menos púdica. Estoy seguro de que si uno le diera alas llegaría hasta el fondo del pozo, reptaría gozosa en el cieno, confidente íntima de sí misma, relamiéndose con episodios pútridos. Son confesiones sexuales seguramente repetidas muchas veces, desagradables y tediosas, porque su discurso es mecánico, sin pasión ni libido verdadera. Después de varias semanas de salud ejemplar me ha vuelto la rinitis. Dormí mal. No acabé de hacer anoche las maletas y hoy tuve que despertarme a primera hora para terminar. En el avión tuve un sueño: estaba yo en la Posada de San Ángel a punto de salir, despidiéndome de algunos amigos. De pronto pasó a mi lado Mauricio Serrano, un antiguo compañero universitario, y se detuvo a hablar conmigo. Le dije: "Leí hace poco que te habías muerto en un accidente, ¿es cierto? (y sí, claro que lo era, había yo leído que el personaje real, al cual aquí llamo Mauricio Serrano, había muerto en un accidenteaéreo. Su avión particular se derrumbó en un desierto de Chihuahua o de Sonora. Fuimos compañeros en la facultad deLeyes. Era entonces muy delgado e inmensamente alto. Lorecuerdo como uno de los primeros alumnos que asistía a lasaulas sin corbata y con ropa deportiva pero muy elegante, lo que en aquella época constituía casi una provocación. Habré hablado con él sólo cuatro o cinco veces en la vida, y de nada, del tiempo tal vez. Pertenecíamos a ámbitos distintos. Sabía que había hecho mucho dinero, pero no recuerdo en qué). El muerto, sin responderme, se dirigió hacia otro grupo. Al pasar, minutos después, frente a los baños lo volví a ver recargado en un árbol, un pino creo. Me propuso que fuéramos a tomar una copa en otra parte. Recorrimos varios bares, pero en ningún lugar nos permitían entrar, como si intuyeran algo irregular. En los pocoslocales que nos admitieron, el muerto pedía limones por docenas y los sorbía con desesperación. Me imagino que le eranindispensables para mantener su simulacro de vida, y los sorbía angustiadamente, como si temiera la desintegración física.Llegamos a la colonia Juárez, a la calle de Londres, hasta el edificio en donde viví varios años en mi juventud, de modo que el recorrido había sido kilométrico. El interior de mi departamento era el mismo, salvo que las paredes estaban desnudas, sin ninguno de los cuadros estupendos de otro tiempo. El muerto me comenzó a aburrir, me fastidiaba, se defendía para no salir.Pensé que tenía que decirme algo, que no sabía de qué manera hacerlo, o que me traía un mensaje, un saludo del otro mundo, algo, pero lo único que decía eran trivialidades. Su vocabulario era limitadísimo, sus temas nimios. Sentí la misma irritación que me ha producido siempre la nube de termitas con que he luchado toda la vida para defender mi tiempo. Al final, cuando logré que se fuera, su mal color era espantoso. "No podré ya durar sindescomponerme, por más limones que tome", me dijo aldespedirse. Desperté de golpe, sentí aún el sueño como algo real. Dejar de ver la chimenea de mi antiguo estudio y sentirme en cambio sentado en un asiento de avión me produjo un pánico atroz. Sólo por un momento. ¿Habría sido Serrano un mensajero del otro mundo? ¿Me habría transmitido su mensaje enforma tan hermética que yo, por distracción, por sólo pensaren cómo deshacerme de él, no logré captar? Mi sueño debióhaber transcurrido en un instante, pues la funcionaria ni siquiera lo había advertido. Embriagada de sí misma, contaba cómo los tres actores brasileños que la acompañaban en San Salvador de Bahía, más un boxeador cubano, se sacaban el pene en un jardín al unísono, delante, atrás y a ambos lados de ella y seponían a orinar sin que ni una sola gota, quería aclararlo, lellegara a tocar su falda, como tubos que lanzaran sus chorros a la estatua central de una fuente.
      
     Horas después
     En Moscú, y cerca del centro. La ciudad me impone su concepción urbanística, su espectacularidad, y su poder. "Moscú es la tercera Roma, y no habrá una cuarta", es uno de los lemaseslavófilos que viene desde el siglo XVI, y que ha regido elinconsciente colectivo de los rusos a partir de entonces. ¡Qué maravilla recorrer en coche la calle Gorki! Bastó llegar para percibir ya el cambio. Se discute sobre el nuevo momento político, las nuevas piezas teatrales, el nuevo cine y la nueva problemática a la que todo el mundo se enfrenta: lo nuevo, lo nuevo, lo nuevo contra lo viejo parece presidir para muchos el momento actual. Poco antes de aterrizar la señora A. me manifestó larepulsión que le causan los cambios en el cine soviético. "La irresponsabilidad puede producir desastres —dijo—, y esta gente no está preparada para cambios de este tipo; tendrían que edu-

carse primero, si no quieren crear trastornos. Los georgianosson los peores, los más irresponsables. Han dado un viraje deciento ochenta grados, lo que significa dar la espalda a su ricatradición cultural; la maldecirían si pudieran. La crítica social es demasiado estridente, ridícula, grosera. Nada bueno podrá salir de eso, ya usted lo verá, sí que lo verá". Recibo esas señales de encono con absoluta felicidad. Luego, desde aquí, del hotel, comencé a telefonear a mis amigos, los sentí entusiasmados. Es tan fuerte el encuentro con la ciudad que no puedo escribirnada coherente sobre ella. Caminé más de tres horas sin detenerme en algún sitio. Mañana por la tarde leeré mi conferencia sobre Fernández de Lizardi y El periquillo Sarniento en la biblioteca de lenguas extranjeras. Me siento bastante aturdido. Peor que eso: quiero ordenar imágenes del pasado y no lo logro del todo. Por la noche, veo en la televisión a Nikita Mijalkov, elcineasta, dialogar libremente con el público. ¡Así es, señores, el mundo comenzó a moverse! Son las doce de la noche. Loúnico que se me antoja es volver a salir, recorrer bares que me conozco bien. Pero no lo haré. Me daré en cambio un baño muy caliente y me meteré a la cama con el Miguel Strogof, o el correo del Zar de Julio Verne. Vuelvo a sus páginas después de cuarenta años. Lo sé, es una extravagancia llegar a Moscú con JulioVerne, pero no pude evitarlo.
      
     20 de mayo
     Desperté resfriado; la cabeza a ratos me duele a morir. Me he defendido con aspirinas, y eso me ha permitido hacer hoy muchas cosas. Me acuerdo de mi primera visita a Moscú, a finales de 1962, con un invierno inclemente, el invierno del siglo, lo llamaron entonces. Eran los tiempos de Jruschev. Vuelvo a oír el mismo tipo de conversaciones esperanzadas de entonces y sentir igual temor de que los sectores duros y la abulia de la población aniquilen lo que ya se ha hecho y clausuren para largo tiempo el futuro. El Arbat, el antiguo y pintoresco barrio, donde existe aún la casa de Pushkin, a un paso de nuestra Embajada, es ya en sí una muestra activa de que han soplado vientos diferentes: cafés, restaurantes, jóvenes vestidos con ropa vivamente colorida, con guitarras y libros bajo el brazo. Me dicen que aquí se celebró el primer carnaval moscovita después de los años veinte. Lo organizaron los jóvenes, se disfrazaron, inventaron máscaras y vestuario; la fiesta resultó tan divertida que la gente del barrio se quedó estupefacta, nadie imaginaba que aquello pudiera ser posible. Parece una nadería, pero desde hace cincuenta años los jóvenes carecían de posibilidades tan sencillas como esa. Salvo los miembros de la juventud comunista, quienes en sus diferentes niveles, geográficos o gremiales,organizaban las actividades públicas, siempre con un objetivo social, día del maestro, de la mujer, del deportista, cincuentenarios o centenarios del nacimiento o la muerte de un prócer del movimiento obrero, de un héroe o de un acontecimiento histórico. A los jóvenes les quedaban otras posibilidades de evasión: la amistad como un culto, el sexo para algunos, la religión para otros, la cultura para muchos, pero en general la excentricidad. Ante la crueldad de siglos y una historia implacable,frente al robot contemporáneo lo único que queda es el alma. Y en el alma del ruso incluyo su energía, su identificación con la naturaleza y su excentricidad. El logro de ser uno mismo sin depender gran cosa de los demás y deslizarse por ese camino hasta donde sea posible, sencillamente dejarse llevar. Las preocupaciones del excéntrico son diferentes a las de los demás, sus gestos tienden a la diferenciación, a la autonomía, hasta donde sea posible, de un entorno pesadamente gregario. Su mundo real es el interior. Desde los años de la Russ incipiente, un milenio atrás, los pobladores de esta infinita tierra han sido conducidos con mano fuerte, y conocido castigos de violencia exacerbada, tanto por los invasores asiáticos: Tamerlán, el Gengis Khan, como por los propios: Iván el Terrible, Pedro el Grande, Nicolás i,Stalin, y de entre la gleba, entre el rebaño sufriente, surge, no sé si paulatinamente o en torrente, el excéntrico, el chiflado, elbufón, el que ve visiones, el chalado, el bueno para nada, el que está a un paso del manicomio. Hay un vaso comunicante secreto entre el papanatas que tañe las campanas de la iglesia y elpintor excelso que en una capilla de esa misma iglesia estádando vida a una Virgen majestuosa superior a todos losretablos con que cuenta ese lugar santo. El excéntrico es la sal de la novela europea desde el siglo dieciocho hasta ahora. Hay novelas en que todos los personajes son excéntricos, y no sólo los protagonistas sino también los propios autores. LaurenceSterne, Nicolás Gogol, los irlandeses Samuel Beckett y Flann O'Brien son autores paradigmáticamente excéntricos, como lo son todos y cada uno de los personajes de sus libros y por ende las historias de esos libros. Hay autores que no serían nada, o muy poco, sin la participación de un elenco con abundancia de excéntricos: J. Austen, Dickens, Pérez Galdós, Valle Inclán,Gadda, Landolfi, Cortázar, Pombo, Tomeo, Vila-Matas. Pueden ser trágicos o bufonescos, demoniacos o angelicales, geniales y bobos, el común denominador es que la manía supera a la propia voluntad o, mejor, podría ser que entre manía y voluntad no hubiese frontera visible. Julio Cortázar crea una especie con la que juega constantemente: los piantados, personajes ajenos a las coerciones del mundo, con un doble toque, el del genio y el del papanatas. Su héroe, el cartero. Hay autores y personajes cuya excentricidad los hubiera conducido en este tiempo de juppies a la celda de un manicomio, o a una casa de reposo con tratamiento médico si su economía se lo permite. El mundo del excéntrico, como el del bufón, permite al individuo apartarse de las inconveniencias del entorno. La vulgaridad, la torpeza, los caprichos de la moda y aun las exigencias del Poder no los tocan, o al menos no demasiado, y no les importa. La especie no se caracteriza por sólo actitudes de negación a algo, sino que sus adeptos handesarrollado cualidades notables, zonas del saber amplísimas organizadas de manera extremadamente original. Tratar a un grupo de amigos de esta clase puede al inicio resultar irritante, pero luego se transforma en necesidad imprescindible. Al excéntrico la gente ajena a su círculo le resulta dura, pomposa, cursi e insoportable y por lo mismo prefiere no advertirla. Recuerdo que Luis Prieto y yo hace unos cincuenta años, durante nuestros primeros años universitarios, nos movíamos en un círculo amplio o una red de círculos muy cosmopolitas extremadamente excéntricos, pasábamos de una célula a otra con una facilidad notable, pero cuando en esos espacios caía algún cuerdo sin redención, un pariente cercano, por ejemplo, que llegara del extranjero, una madre, un hermano, a quienes era imposible no hospedar y atender, ese cuerdo con piel de cuerdo parecía allí como un loco, y había que hacer con ellos ese tipo de concesiones que ellos, cuando son generosos, harían con alguien que tuviera un problema mental. De los lugares donde he vivido, sólo en Varsovia y sobre todo en Moscú volví a incorporarme a esos círculos concentrados, esas colmenas donde la razón y el sentido común se adelgazan y un comportamiento "raro", una leve demencia razonable puede ser la mejor opción para no advertir la rudeza del mundo. La mera presencia del excéntrico crea un desasosiego en los demás; a veces he pensado que ellos lo detectan y eso los complace. Son "raros" de segunda clase. Mis estancias en esas ciudades consideradas por casi todo el mundo difíciles fueron para mí cálidos refugios, lugares defelicidad indecible, siempre propicios a la escritura. Hoy todo me sorprende. ¿Habrá llegado el momento en que la verdadcomienza a abrirse paso o será otro espejismo? Me parece que no estaría nada mal pasar una temporada larga aquí dentro de cuatro o cinco años, si para entonces este fenómeno fructifica y la senectud no me ha vencido. Desayuno con mi amigo Kyrim. Me reseña el Congreso de los Cineastas de la URSS, que tuvolugar la semana pasada: la dirección de la Asociación fueabsolutamente renovada. Ha sido un estallido de dimensiones nacionales. Ninguno de los carcamales de la vieja guardiaquedó en su puesto, y eso que había figuras poderosísimas yeminentes desde el punto de vista profesional, como Serguei Bondarchuk, el director de La guerra y la paz, un auténtico clásico contemporáneo del cine ruso. Perdió el puesto debido a su sectarismo, su desprecio a las tendencias de los jóvenes y a las formas contemporáneas, y por tratar de mantener vivo eseapotegma aborrecible en todo tiempo y en cualquier lugaracuñado por el dogmatismo de izquierda, por Siqueiros, nada menos: "No hay más ruta que la nuestra". Entendí mejor las preocupaciones de mi vecina de avión; si lo sucedido aquí tuviera lugar en Praga los estudios cinematográficos se cerrarían y ella saldría disparada de su puesto. ¡Ya no más los festivales de San Sebastián ni los de América Latina! Desaparecerían de susensoñaciones los machos tropicales, los mulatos, las vergas estelares y se vería constreñida a experiencias locales. Debí haber comenzado esta entrada con Kyrim Kusevitsky, matemático, pero fundamentalmente hombre de cine. En la escuela de cine de Lodz coincidió con Juan Manuel Torres, y estuvo casado con una mexicana, una de mis mejores amigas. Hace años viajé con ellos a Tasshkent, Bujara y Samarcanda, y de ese viaje escribí uno de los pocos cuentos que me gustan. Teníamos cinco o seis años de no vernos, pero desde el primer instante comenzamos a hablar como siempre, como si el tiempo no existiera. ConKyrim había discutido hasta las madrugadas en mis tiempos de Moscú sobre cine, literatura, ópera, gente, y, desde luego, política. Con frecuencia decidía no volver a tratarlo por no tolerar sus atrabiliarias embestidas. Nuestros diálogos se parecían a los de Nafta y Septembrini en el sentido de que cada uno comenzaba a defender una obra, una corriente literaria, un tipo decine, el de Bergman, el de Fellini, el de Clair o de Pabst, y el otro a detractarlo hasta que a deshoras de la noche y con los nervios hechos polvo uno y otro defienden la posición que antes denostaban y rebaten la que originalmente habían defendido. Por otra parte, la discusión por horas, por días, es un deporte ruso. Su pasión por Gogol es inmensa, sin fisuras, y quizás eso es lo que más nos une. Con los años y la distancia el diálogo llegó a ser mucho más armónico. Después de narrarme las circunstancias del congreso de cine, me contó que había acompañado aViktor Sklovski a Inglaterra. La Universidad de Essex le había otorgado un doctorado honoris causa. Después de la ceremonia regresaron a Londres, donde les habían reservado habitaciones en un hotel bastante mediocre. Los actos públicos, los banquetes, toda la actividad social había sido dispendiosa, sólo en el alojamiento los ingleses hicieron sus ahorros. Habían previsto hacer una visita al Museo Británico por la tarde. Estaba por salir el anciano escritor de su mínimo cubículo cuando al hacer un movimiento brusco para abrir una puerta, un alto armario se le cayó encima. Rodó al suelo bajo el mueble; el golpe le produjo un desmayo. Llegó un doctor, le aplicó yodo y árnica y con dificultades lo acostaron entre todos en la cama. Sklovski es un hombre de ochenta y cinco años si no es que más. Kyrim pensó que debido a su edad no sobreviviría al golpe. Regresó desolado a descansar un momento, en espera de que llegara otro doctor, un especialista al que habían telefoneado. Media hora después, oyó el teléfono; temió que fuera el gerente del hotel o el otro médico para comunicarle la mala noticia. Pero no, era el propio Sklovski, listo para dirigirse al museo. Pasaron en él el resto del día, recorrieron muchas salas, viéndolo todo, preguntando datos, tomando notas, teorizando. Sólo en el avión de regreso a Moscú comenzó a quejarse de algunas molestias, y le enseñó a Kyrim los tobillos muy hinchados y de un color azul morado. El abuelo de Kyrim conoció a Sklovski en su juventud, allá por los años veinte. Era matemático yentusiasta de la Revolución de Octubre. En 1937 unos hombres uni-formados llegaron a su casa y se lo llevaron, poco tiempo después tres de sus hijos fueron secuestrados. Eran judíos y trotskistas, por ende, enemigos de la revolución, agentes al servicio de las agencias de espionaje extranjero. El padre de Kyrim se salvó por ser apenas un niño. En 1957 todos los miembros de la familia fueron reivindicados, pero ninguno volvió vivo de Siberia. Por eso él y su familia han sido bastante cautos, o mejor dicho, escépticos. Por supuesto, Kyrim está radiante ante lo que ocurre en su país, sobre todo en el cine, y me cuenta que se han filmado maravillas y de lo que se está preparando para muypronto: sobre todo Abuladze y Paradoniev, en Georgia, sonfabulosos, y de Rusia me habla de una película de Guelman,para él la mejor que se haya filmado en toda la historia del cine soviético: Mi amigo Iván Lapschin, "la película más triste, un adiós a la épica, al pathos; la historia sentimental de todas las generaciones desdichadas que han vivido en Rusia. Ahora que estás aquí trata de verla, porque en Praga con toda seguridad no la verás nunca. El público, claro, está dividido; la inteligencia, los estudiantes, los científicos están todos a favor de ese cine, pero hay masas inmensas manipuladas desde arriba, chantajeadas emotivamente, y ellas pensarán que es un insulto a nuestrahistoria".
     Por la tarde dicté mi conferencia: Fernández de Lizardi y El Periquillo Sarniento, la primera novela mexicana, en la Biblioteca de Lenguas Extranjeras. Poco público, algunos hispanoamericanistas, por lo general amigos oconocidos de mi estancia anterior; uno de ellos, en un español muy perturbado, me echó muchas flores en su presentación, pero dijo que le alegraba verme de nuevo en Moscú más liberado de las taras que tanto me afeaban antes. ¡A saber lo que habrá querido decir! Ya iniciada la lectura, se abrió con ruido la puerta y una mujer de edad avanzada, pero de difícil determinar, alta, maciza de carnes, vestida elegantemente de negro, entró con paso marcial y se sentó exactamente frente a mí. Me oía con displicencia, como una matrona romana que por alguna oscura razón tuviera que aguantar la lectura de uno de sus esclavos. Y así se mantuvo durantetoda la conferencia: altiva, escénica, protagónica; salvo al final, al terminar yo de leer un fragmento escatológico que expuse como ejemplo de una narración que acaba de romper sus ataduras con el idioma jurídico y eclesiástico que llegaba de la metrópoli. Un esfuerzo por buscar el lenguaje adecuado a las circunstancias de la nueva nación. Ese episodio ocurre en una casa de juego de ínfima categoría donde el protagonista encuentra refugio por una noche:
      
     Otros cuatro o cinco pelagatos, todos encuerados y, a mi parecer, medio borrachos, estaban tirados como cochinos por la banca, mesa y suelo del billarcito. Como el cuarto era pequeño, y los compañeros gente que cena sucio y frío y  bebe pulque y chinguirito, estaban haciendo una salva de losdemonios, cuyos pestilentes ecos, sin tener por dónde salir, remataban en mis pobres narices; y en un instante estaba yo con una jaqueca que no la aguantaba; de modo que nopudiendo mi estómago sufrir tales incensarios, arrojó todo cuanto había cenado pocas horas antes.
     A la ruidera de la evacuación de mi estómago despertó uno de aquellos léperos, y así como nos vio comenzó a echar sapos y culebras por aquella boca del demonio —¡Qué rotos tales de mierda! —decía—. ¿Por qué no irán a vomitarse sobre la tal que los parió, ya que vienen borrachos, en vez de venir a quitarle a uno el sueño a estas horas?
     Januario me hizo seña de que me callara la boca, y nos acostamos los dos sobre la mesita del billar, cuyas durastablas, la jaqueca que me infundieron aquellos encuerados a quienes piadosamente juzgué ladrones, los innumerablespiojos de las frazadas, las ratas que se paseaban sobre mí, un gallo que de cuando en cuando aleteaba, los ronquidos de los que dormían, los estornudos traseros que disparaban y el pestífero sahumerio que resultaba de ellos, me hicieronpasar una noche de perros.
      
     La mujer de la primera fila perdió su actitud marmórea. Cuando me referí a "los estornudos traseros y el pestífero sahumerio que resultaba de ellos", gritó enardecida: "¡Ese, señores, es el México que adoro!", y después, cuando pregunté si alguien deseaba hacer una pregunta o un comentario, ella se anticipó a todos. "¡Coincidencia de coincidencias! —dijo—. Vine hasta acá para buscar unos folletos escritos por mi marido, Adam Terterián, el antropólogo, occiso por desgracia desde hace veinticinco años en Bogotá, donde yo vivo, armenio de nacimiento. Estudios escritos casi siempre a cielo abierto sobre el país de usted en 1908 y 1924. En esa última fecha yo lo acompañé a la selva. Estaba por salir de la biblioteca cuando vi el anuncio de una conferencia sobre México, la de usted, maestro. Si mi marido viviera se hubiera puesto de pie para abrazarlo, porque ustedes trabajan en la misma dirección, de eso me he dado cuenta. Busco esos opúsculos, algunos son muy raros de encontrar, aquí no los tienen, pero estoy segura de que los hallaré. El mejor se refiere a una fiesta del trópico, una fiesta religiosa con final pagano. A Terterián sólo le interesaba como tema la fiesta, la fiesta en México, en Bahía, en laPuglia, en Nueva Guinea, en Anatolia. La que más le interesó fue una a mitad de la selva mexicana en honor a un santo niño pedorro. 'Risas'. No, no es para asustarse de las palabras, lo que hay que pensar es en qué circunstancias se celebró el festín. ¡Estaba allí, lo vi todo! ¡El sol a plomo y la tierra convertida en mierda! ¡En veinte días no me quité de la nariz esa hediondez!" Y en ese momento se levantó, puso en mi mano una tarjeta ysalió con aires de alta dignidad del salón. Al cerrarse la puerta todos soltamos una carcajada. La tarjeta decía: Inna Terterián, y abajo del nombre la inscripción: "Se pinta porcelana fina". No conozco aún a la traductora de mis Juegos florales. Esperaba conversar con ella después de la conferencia, pero no se presentó. Me encantaría salir a pasear un rato, pero le temo a la humedad. No me gustaría despertar mañana de nuevo resfriado. Estanoche acabaré Matías Sandorf, y luego a dormir. –

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