Hace unos días, al notar que se han puesto de moda, me preguntaba cuál sería el contenido de los diplomados de gestión cultural que se ofrecen en diversos centros y casas de la cultura. Me asomé a sus programas y no me sorprendió encontrar un énfasis enorme en las cuestiones prácticas y logísticas; pero sí me sorprendió, en cambio, que en la mayoría hubiera poca o ninguna alusión al planteamiento ético inherente a la creación de un espacio público, entendiendo este como el lugar donde se ubica una persona o un grupo a la hora de diseñar un proyecto con el objetivo de incidir en la vida cultural de un país. Ya que precisamente la cultura es y puede ser ese lugar desde donde lo político recobra sentido por medio del pensamiento crítico, la defensa de las libertades, la independencia y el respeto al otro y sus ideas.
A pesar de que actualmente atravesamos momentos de mucha opacidad en casi todos los niveles del intercambio social, podemos encontrar iniciativas y labores que reconocer y celebrar, como es el caso de la Casa Refugio Citlaltépetl, que hace diez años abrió sus puertas en la ciudad de México, haciendo posible que esta urbe formara parte activa y fundamental de la red de ciudades refugio que se ha ido estableciendo en el mundo. Se dice fácil diez años, pero para un país que ha atravesado cambios internos tan importantes, y ha sorteado crisis económicas, sostener un proyecto como la Casa Refugio y mantener su independencia y su actividad generadora resulta digno de reconocimiento y celebración; también nos pide hoy un apoyo incondicional que va mucho más allá de las banderas partidistas y de gobierno.
La Casa Refugio forma parte de una red de casas sustentadas en el principio de la hospitalidad, que, como bien señaló Jacques Derrida, es deber de todos defender y hacer progresar a nivel mundial. Desde su creación ha recibido a escritores amenazados en su integridad física y moral, y les ha brindado un espacio para que la fe en el hombre y en la palabra restablezca su promesa.
En 1999, cuando abrió sus puertas, la Casa Refugio recibió a dos escritores que huían del último conflicto sangriento del siglo XX en el corazón de Europa: Xhevdet Bajraj, de Kosovo, y Vladimir Arsenijevic, de Serbia. Más tarde residieron allí novelistas como el argelino Yasmina Khadra y el senegalés Boubacar Boris Diop, cuyas obras han denunciado lo más terrible y oscuro de los intereses políticos y económicos de sus países. Asimismo han sido hospedadas la poeta y realizadora egipcia Safaa Fathy y Shakriza Bogatyreva, quien actualmente vive en la Casa, al igual que el autor iraquí Hatem Abdulwahid Saleh. La Casa albergó al escritor de origen chadiano Koulsy Lamko, quien eligió establecerse en México y que ha venido desarrollando un enorme trabajo en que confluyen poesía, música y teatro y con el que busca tender puentes entre México y África.
Además de ofrecer hospitalidad a escritores en peligro, la Casa Refugio es un espacio que anima y defiende la creación y la expresión de las ideas, no sólo a través de la revista Líneas de Fuga, que desde su primer número ha sido un órgano de difusión de autores de las más diversas culturas, sino siendo una geografía amable para narradores, poetas, críticos, lectores y ciudadanos en la que pueden reunirse cada semana con motivo de lecturas, conferencias, presentaciones de libros y actos situacionistas a través de los cuales las palabras gastadas vuelven a adquirir significado por medio de la acción.
Todo esto y otras actividades han sido posibles gracias a una serie de coincidencias felices –entre las que se encuentra la tradición histórica de la hospitalidad mexicana–, orquestadas por Philippe Ollé-Laprune, decidido a sostener el proyecto contra las adversidades y con el apoyo de buena parte de la comunidad intelectual.
La Casa Refugio es una entidad donde lo político, entendido como compromiso ético, se hace posible cada día gracias a la hospitalidad, ese principio que, según Derrida, es la base de la cultura misma. Por ello me atrevo a decir que la hospitalidad de cualquier proyecto “cultural” es directamente proporcional a su potencia creadora y a su duración en el tiempo; incluso diría que está íntimamente ligado a su razón de ser.
Celebramos los diez años de experiencia y experimentación de la Casa Refugio, el mérito de su trayectoria y la potencia generadora que de ahí surge para dar vida a otras iniciativas –como la Escuela Dinámica de Escritores, el Instituto de Estudios Críticos o la Casa África, por citar sólo algunas–, siempre con el mismo compromiso inquebrantable para con el hombre y su cultura. ~
(Madrid, 1971) es editora y escritora. Dirige la revista de crítica cultural salonKritik.net.