El bosque en la ciudad

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1. Ayer caminé y troté 4.5 km. Hoy, 2.7. Me dolieron las pantorrillas. Me retiré sin embargo con la sensación del deber cumplido:
con mi cuerpo, tan maltratado, y ante la comunidad de joggers, tan vanidosa y satisfecha de sí misma en las personas de sus más atléticos exponentes, los cuales suelen pavonearse, hombres y mujeres (en proporción de 9.5 a .5), en la especie de semicírculo donde inicia la pista del Bosque de Tlalpan, mismo que (ahora me pavoneo yo) sólo ha sido consignado en literatura por mí, hasta donde yo sé.
     Aunque hay muchas mujeres que corren aquí, y algunas son formidablemente atléticas, y unas además son muy guapas, la vanidad masculina predomina en estos terrenos. Bíceps, tríceps, abdominales, muslos, pantorrillas, glúteos y otros músculos cuyos nombres desconozco, como desconozco también, por lo demás, los nombres de los árboles, a los que suelo identificar y designar con el nombre de Árboles, aunque es cierto que puedo reconocer a los miembros de la familia de los pinos, sin, no obstante, distinguir al supuestamente mexicanísimo oyamel.
     Las visitas regulares al bosque ¿me conducirán placentera y necesariamente a familiarizarme con los nombres, las características y los atributos de los músculos y los árboles?

2. En la sombra, en la zona de estiramiento aledaña al Semicírculo Divino (de l@s forzud@s), tres hombres barrigones con aspecto de, digamos, choferes de minibús hablaban en voz alta de sí mismos y sus vidas, salpicando sus intervenciones con abundancia de "¡Uta, cabrón!", "¡Chale, pendejo!", "¡No mames, güey!" y otras expresiones que ya casi no son vulgares —niñas y niños las utilizan constantemente—, pero que a ellos los hacían felices porque confirmaban y reafirmaban su machismo de antes y de siempre.
     A la vera de la pista, un empleado del bosque había dejado de empujar su diablito cargado con costales y costales de hojas para platicar con un hombre de poco menos de setenta años que se había sentado en el borde, abandonando su silla de ruedas para escuchar las antañosas anécdotas de cuando el Bosque de Tlalpan aún era bastante silvestre: "Tóvia se encontraba uno con víboras."
     Pero ahora el bosque es recorrido y hasta invadido, según los días, por niños y adultos, parejas y viejos, parvadas de escolares, manadas de atletas y grupos de amigos y familiares que festejan el cumpleaños de Yolotzin y Vanessa o Nahue y Christopher, ahuyentando a las víboras, que no sé a dónde puedan haberse marchado, dado que la urbanización, incluido Reino Aventura (ahora Six Flags), ha cercado el bosque.
     Con todo, las partes más altas del monte, tirando hacia el Ajusco, son aún bastante silvestres, o lo eran hace diez años, cuando hacía yo mis recorridos de cinco horas, y un mediodía, en una vereda, me topé de bruces con una víbora de unos 110 cm que se me quedó mirando con cruel hastío y luego, lentamente, sin duda disfrutando con toda sangre fría de mi espanto, me franqueó el paso.
     Al señor de la silla de ruedas volví a encontrármelo en mi sexta vuelta, empujándola por la pista circunferente de asfalto, justo cuando una pareja lo saludaba en su calidad de todos habitués: "¡Feliz año, hace como un mes que no lo veíamos!", a lo que él contestó que se había ido de viaje con la familia y también les deseaba toda suerte de parabienes.
     Poco a poco, en sólo tres días consecutivos, vuelvo a ser parte de este bosque que llegué a conocer tan bien y que hasta en altas horas es visitado por humanos, puesto que hoy casi me patiné con un condón rebosante.

4. Ayer y hoy se ha decretado Contingencia Ambiental, debido a altísimos niveles de ozono, de manera que no he podido satisfacer mi necesidad de volver a conocer "mi" bosque, y he tenido que contentarme con hacer ejercicio en casa al ritmo de Zap Mama.
     En los sueños previos al despertar, sin embargo, debo haber evocado mis caminatas y trotes de antaño, pues durante el día, que he pasado leyendo, se me han aparecido imágenes de las rutas que solía recorrer, y de las cabañas de la parte alta, etcétera.
     En una época lejana, en el ruedo que hay en la cima, había bisontes. Después desaparecieron aquellos extraños y grandes y estúpidos animales que solían recorrer las grandes praderas gringas y que aquí, salvo por brevísimos sprints, siempre estaban inmóviles, zampándose el forraje que les distribuían en diferentes zonas —territorios de los machos, supongo— en ese coso de unos cincuenta metros de diámetro. ¿Cómo y de dónde vinieron a dar a un semizoológico en la cima de un monte a 2,400 m de altura?, ¿y a dónde se los llevaron?
     A tres o cuatro kilómetros de allí, en Reino Aventura, en un mínimo estanque vivió durante años Keiko, la orca que se hizo célebre como Willy en dos películas —Free Willy!— y que una madrugada fue acarreada al aeropuerto —con miles de padres e hijos despidiéndola entre lágrimas, en la noche fría, con ese peculiar sentimentalismo mexicano que desea, y a veces consigue, nacionalizarlo todo— y de allí, en avión, trasladada a Oregón, de donde recientemente la devolvieron a Islandia, isla de la que es originaria, donde vivirá en una bahía únicamente suya, todavía en cautiverio, recordando, no me cabe la menor duda, a los mariachis tocándole Las golondrinas.
     ¿Hay niño en el mundo que no sepa de Keiko/Willy? Sólo los millones que no van al cine ni tienen videocasetera. (Hasta hay una forma de decir que se va a hacer caca, entre los niños de primaria: "Voy a liberar a Willy.")
     Tampoco sabemos nada de los dos (majestuosos y percudidos) leones, cinco o seis leonas y ocasionales y numerosos cachorros que fatigaban las jaulas —como Borges fatigaba las bibliotecas— adyacentes al ruedo de los bisontes, lerdos animalotes a los que Buffalo Bill asesinaba con su puntería y su Remington de repetición y que los amerindios gringos también masacraban, orillando las manadas a los precipicios de los altiplanos.
     Algún día cercano —cuando me sienta con la fuerza para emprender gallarda y no desinfladamente la subida a la cima— planeo volver allá arriba. Supongo que todavía estarán los venados, los changos, los patos y el puesto, entre otros, donde me tomaba mi jugo de zanahoria y naranja. Aunque tal vez todo ha cerrado ya, debido a la crisis económica, a los asaltos, a la maldita zozobra.
     En esta ciudad a la vez gozosa y catastrofada, todo es posible. Yo mismo dejé de emprender mis largas caminatas; no sólo debido al paso de los años sin hacer más ejercicio que el levantamiento de cubalibres y de libros, sino a raíz de que en dos ocasiones me acecharon dos distintos individuos que (sin embargo) carecían de mi condición física de entonces y no me vieron ni el polvo.

5. Hoy, domingo, el bosque estaba pletórico, claro, de toda laya de intrusos. Mientras que en la Sala Nezahualcóyotl la comunidad de la Ofunam acudió en grandes números al primer concierto de la temporada de invierno, en el bosque no vi un solo rostro conocido —se ve que, como Dios, la comunidad de los forzudos y joggers descansa los domingos— y en la pista uno se encontraba con niños de tres y cuatro años y sus rollizas mamás y tías que platicaban de enredos familiares, sin concebir siquiera que sus vástagos podían ser arrollados por los corredores.
     La historia del ruedo en la cima, tras la desaparición de los grandes bisontes y leones, desembocó en un nuevo y extraño encierro: caballos y ovejas que pastaban y correteaban en los terrenos que el magno bisonte había considerado suyos, en una especie de réplica tlalpeña de… ¡la colonización de las llanuras gringas!
     Se trata de una historia más de la picaresca y canallería mexicana. El ex jefe de la policía del df, un personaje llamado El Negro Durazo, fue refundido en la cárcel a causa de sus desmanes, tropelías, latrocinios y, creo recordar, vínculos con el narco, en una época en que éste nos parecía un flagelo de colombianos y gringos. Como resultado, se le expropiaron dos propiedades pertenecientes al periodo clásico del Art Nacó, joyas multimillonarias y singulares: una casa en Zihuatanejo con vista al mar —con todo y reproducciones de estatuas de Fidias y columnas jónicas— y que se hizo famosa como El Partenón de Durazo, un poco como la Villa Borghese invoca el ilustre nombre de la familia que la edificó; y, aquí en Tlalpan, en el Ajusco, una mansionzotota donde, además de una discothèque privada (imprescindible para quien teme que los hijos salgan a las mean streets) y de baños y dormitorios y salas de gusto tal vez discutible pero de opulencia innegable, los dueños contaban con una colección de coches y otra de armas (nuevas y antiguas), un proyecto de galgódromo (¿el equivalente de un circo romano light?) y…
     Y una docena de nobles equinos y unas cuatro decenas de ovejas, los unos para montarlos, las otras, me imagino, para ofrendar sacrificios a Hermes y Caco y luego ofrecer espléndidas barbacoas a los amigos y favorecedores de Durazo, símbolo eminente de la cleptocracia nacional.
     Durante varios meses, nos acostumbramos a las ovejas y los caballos, que ciertamente eran más felices que los leones y bisontes. Y un día también desaparecieron. ¿A la mesa y el establo de quién?

6. Saludé profunda y brevemente al bosquecillo. Por primera vez me di cuenta de que, cuando no hay viento ni gente, el bosque es un lugar silencioso, excepto por el amortiguado murmullo del río que es el Periférico. Ni siquiera oí trinos de pájaros, tal vez porque estamos en invierno. (¡Se murieron todos en la última Contingencia Ambiental, güey!, dirían los apocalípticos de siempre.) Afinando el oído, muy de tarde en tarde se escuchaban conversaciones entre dos pájaros aislados.
     La única persona conocida con que me topé hoy fue un futbolista, defensa lateral izquierdo, güero de rancho, de cabello largo y aspecto recio, que parecía tener asegurado su lugar en la Selección Nacional para el Mundial del 94, cuando en un cotejo de Liga tuvo un ataque de cólera y saña y fauleó brutalmente a un contrincante. Como todo mundo, me encolericé y le grité a mi televisor: "¡Este cuate, si va al Mundial, al tercer choque con un adversario nos va a dejar con diez hombres!" En efecto, aquella agresión artera lo marginó para siempre, a causa de la edad, de toda participación en copas del mundo.
     Y lo cambió completamente. De ser un jugador rudo y mañoso, se convirtió en un deportista fuerte y limpio al que alguna vez escuché decir en la tele, con perfecta calma, que al irse expulsado a los vestidores sabía que había echado a perder la gran oportunidad de su vida. Después, si mal no recuerdo, sufrió una lesión grave y regresó a las canchas con un equipo de Segunda División y luego volvió a Primera y jugó mejor que nunca y tuvo la valentía de enfrentarse en alguna ocasión a los pillos y negreros que son propietarios de tantos equipos de futbol. Al tomarme un jugo en "Los jugos de la Güera" a su lado, tuve la emoción que se siente cuando uno ve en carne y hueso a una persona pública que nos infunde respeto, no rabia o desprecio o sorna, como es tan común en este país.

8. Admirable: el señor que siempre sube empujando su silla de ruedas. Notable: la joven madre que trota pista asfáltica arriba empujando un carruaje ¡con dos bebés de un mes! Delicioso: una veinteañera que me dedica una gran sonrisa cuando nos cruzamos por segunda vez. Cómico: este caminante miope que de pronto cree atisbar ¡una cobra!, a unos dos metros. En realidad es una ardilla que me da la espalda con la cola en alto… Extraño: el chavo de unos trece años al que golpea con los puños, en la cabeza y la espalda, una niña de su misma edad y uniforme.
     Divertido: paseando por el bosquecillo, de pronto se me aparece otra ardilla —roja ladrillo oscuro por debajo, gris por arriba, con el hocico también aladrillado— y me invita a jugar. Ella corre, yo la persigo. Ella se esconde, yo también. Asimismo doy palmadas, emito chasquidos y —conforme a la extraña costumbre que repentinamente adopté hace años, en los Viveros de Coyoacán— le hablo en francés: "Viens ici, petit écureuil! Je te vois! Descends!", etc. (Cuando mis amigos de la cantina La Guadalupana se botaban de risa a mis espaldas luego de que les contaba de mis juegos y conversaciones con las ardillas, ignoraban sin embargo en qué lengua se llevaban a cabo los intercambios.)
     El juego se prolonga unos cuatro minutos, hasta que un sereno individuo sentado en un tronco recientemente caído tose discretamente para darme a entender que l'écureuil y yo no disfrutamos a solas de nuestro juego, y que prefiere que no vaya mi persona a hacer algo realmente ridículo en su presencia.
     Típico: apenas hoy descubro que en "Los jugos de la Güera" hay fotos de su oronda propietaria con el asesinado Luis Donaldo Colosio, el presidente Ernesto Zedillo y el apodado Ángel de la Dependencia, José Ángel Gurría. Quien no aparece, sin embargo, es el corredor más famoso del Bosque de Tlalpan, que solía vivir a unos metros de aquí antes de mudarse a Los Pinos: Carlos Salinas de Gortari. Sic transit foto.

14. La pista y el bosquecillo mismo están invadidos, saturados por trotantes tropeles testosterónicos de futbolistas de Primera División que acechan, alcanzan, rodean y finalmente rebasan cual Buffalo Bulls (no Bills) a este corredor solitario, que se queda ponderando la expresión "como perro en el Periférico".
     Búfalos disciplinados, esto es, porque los conjuntos de deportistas son haces de violencia sometida y poder obediente. ¡VAMOS MUCHACHOS, YA VAMOS A LA MITAD!, exclama estentóreo un joven y alto futbolista baritónico que no reconozco y que por tanto supongo que es un reserva haciendo méritos ante los machos alfa; odiosamente entusiasta, va adelante del rebaño de hombres serios y fuertes que se pasan la vida obedeciendo: al director técnico, al entrenador físico, al psicólogo deportivo, al gerente, al Monstruo Insaciable que es la afición, al capitán del equipo, a los árbitros, a su representante… ¡No, a mi vieja no, qué te pasa!
     Entre acentos argentinos, uruguayos, chilenos, brasileños y mexicanos, estos hombres grandotes (la verdad es que se ven chicos en la tele) dejan en la pista un relente de niños entusiastas, de guerreros disciplinados y, ¡ay!, de héroes desechables. En el bosquecillo, escucho sin querer una conversación privada; cinco mexicanos hablan de lo que francamente quisieran decir, pero simplemente no dicen: "Yo no he dicho nada de estas broncas porque no quiero que después digan que ando diciendo", "No, yo tampoco".
     También se oyen las instrucciones de los entrenadores, a las que siguen los rotundos gritos rituales: ¡TOOOROS!, ¡ARRIBA GAAMOS!, ¡ÁGUILAS INVENCIBLES!, ¡PUMAS VENCERÁN!, etc. Ya pasaron las épocas de los Canarios del América y de los Cajeteros del Celaya (que en Argentina sonaría escatológico) y (mi dulce nombre favorito) ¡los Ates del Morelia! Ahora casi todos son nombres de animales veloces, poderosos y/o de rapiña, a lo gringo. También desaparecieron los Roadrunners de Ciudad Juárez; sólo quedan las She-Goats de Guadalajara.
     Diviso a un grupo de atletas, más jóvenes y solipsistas, en shorts pero no uniformados, que, a la voz de un hombre mayor que no distingo, corren de un árbol a otro y de regreso y de nuevo en secuencias de treinta o cuarenta segundos. ¿Son basquetbolistas? Sus muy rápidos ires-y-venires, sus go-and-touch-and-back-and-back-again, me fascinan durante un rato, como si fuera una coreografía que evocara un ritual de bosquimanos.
     ¡Estoy rodeado de tribales! Por allá van dos maestras, una adelante y otra atrás, conduciendo a veintitantos niños de preprimaria.
     En la juguería, mientras me tomo un jugo de betabel y zanahoria con limón, escucho a las empleadas que hablan de alguna telenovela. (Los hombres del pueblo metidos en el deporte, las mujeres del ídem en las telenovelas, me digo.)
     —Ella es una hipócrita que no lo ama y sólo quiere su dinero y él es tan inocente que no se da cuenta de lo que ella y su dizque hermano, porque a mí que no me digan que no es su amante, traman.
     —Inocente y guapérrimo y muy buena persona y leal a don Arturo, que le ayudó desde chiquito, a pesar de que no era su padre, pero que no se ha atrevido a decirle una palabra, no sé por qué, sobre su sociedad con la familia de ella.
     (¿La vida imita al arte? ¿Qué fue primero? ¿Los chismes y argüendes de las clases populares, o las radio y telenovelas que apasionan a estas mujeres?, me digo.)
     —Mira, mana, en todo caso yo ya le dije a Pepe que a su amiguito le están viendo la cara, pero ya ves cómo son los hombres, que no nos escuchan ni son capaces de ver lo que tienen enfrente de sus narizotas.
     —Son unos tarados, manita. Unos tarados.
     (Y yo, que pertenezco a esos tarados que no vemos lo que tenemos frente a las narices, y además nos ven toda la cara, me siento invisible.)
     —¿Cuánto le debo?
     —Doce pesos —me responde la más chaparrita, que toma mis monedas y sigue hablando de la vida, esa telenovela.

17. Casi tres semanas sin ir al bosque. En el entretanto, las jacarandas han despuntado y florecido y teñido el horizonte de nuestras calles, arrasadas por la violentísima luz primaveral. Y ya han empezado a dejar mínimos y brillantes regueros de mendrugos, de migajas lilas, en las calles y las aceras.
     Dispersas o aglomeradas, las flores caídas entre los árboles, los transeúntes y los coches parecen pinceladas de Manet.

18. Dos horas caminando por senderos del bosque, pero —a causa de resabios de ciática— no pude cumplir con mi eterna promesa de subir a la cumbre. Me hubiera gustado responder al mes de ausencia con una exploración de las partes altas del monte, cuya conquista algún ingenuo podría tomar por hazaña… cuando todos los días alguna señora robusta, con la canasta llena de mercancías, logra el ascenso sin tanque de oxígeno.
     Para no hablar de las parvadas de escuincles, papases, mamases, tías y abues que también se remontan —por la parte más corta y más empinada— con tacos sudados, refrescos, pañales, triciclos y pelotas, que se les escapan una y otra vez monte abajo, en una especie de demostración constante de que los mexicanos no se sienten a sus anchas si no se complican las cosas. ¡Agarra ya esa pelota, José Yonathán! ¡No fui yo, fue Yéssica Patricia, pa! ¡Ya esténse quietos! Entons, ¿no caminamos p'arriba, ma?
     En la media hora que invertí en empezar a Aprender a Meditar (más bien en respirar mucho más profundo y percibir con bella nitidez), pasaron a mi lado algunos ejemplares numerosos de familias que aprovechaban la Semana Santa para hacer sus déjeuners sur l'herbe en el bosque. Si podían alejarse de mi solitaria y meditabunda figura, no lo hacían. Al contrario, derivaban hacia mí como pecios o esquifes. El mexicano necesita la cercanía, la proximidad, ¡la contigüidad! del desconocido, para no hablar del conocido. En la cola, casi se le unta al que va adelante; en los campings, se estaciona al ladito de aquellos que escogieron el sitio más apartado, etc., etc.
     De modo que lo mismo mi sedente figura (que mostraba un loable empeño por meditar) que mi yacente cuerpo (que indicaba sueño o ebriedad y hasta muerte) eran para estas personas un imán. Niños y niñas pateaban sus pelotas hacia, hasta y alrededor de mí. Mamás ocupaban una atalaya a no más de seis metros de mi persona para animar o regañar, con agudos gritos, a sus vástagos. Las abuelas, en particular, parecían convencidas de que si alguien ocupaba un lugar, se debía a que el lugar era bueno y, desde luego, no propiedad privada; menos aún, dotado de ese valor desconocido, la privacidad. Me sentía como un gambusino que se había adelantado y al que, por ende, todos los demás, codiciosamente, seguían.
     Es cierto que los papás —poco numerosos, como siempre— respetaban un poco más las líneas invisibles de mi territorio. Pero a su manera más recatada, más modosita, también armaban barullo en mi entorno. Si el chamaquito empezaba a llorar, le aullaban: ¡NO ME LLORES NO TE VOY A DEJAR CÓMO CREES PERO APÚRATE! Si una de sus herederas empezaba a tomar un sendero errado, retumbaban: ¡CONCHITA PEPE Y VANESSA AGARREN A MARÍA JOSELITA QUE VA A DESBARRANCAR! Las abuelas indomables —que en esta ciudad son legión— eran las más entusiastas y tonantes: ¡IRA CÓMO SÍSTABA ONDE TE DIJE HIJO!, refiriéndose a una de las centenas de iniciales que padecen los árboles de las zonas más transitadas. O bien: ¡NO ANDES CORRIENDO COMO LOCO Y CUIDADO TE CAIGAS! Y también: ¿QUÉ YA SE CANSARON CHAVOS? ¡TÓVIA FALTA LO MÁS CANIJO!
     ¡Es difícil aprender a meditar en estas condiciones!
     Lo cual me recuerda que a la entrada del bosque, el vendedor de cereales y panes orgánicos le gritaba a un señor de unos 65 años que abrazaba con todas sus fuerzas un árbol: "¿Qué, te lo estás fajando?", a lo que el interpelado (que calzaba un gorro de lana bastante chistoso) respondió, con la cabeza fuertemente apoyada en el pecho del árbol (y casi en rima): "No, me comparte sus penas… que con cuates son menos."

37. Ciertas madrugadas son gélidas, neblinosas: Londres en invierno. Algunos mediodías son de llovizna suave, prolongada, olorosa a árbol: París en otoño. Ayer en la tarde y la noche se soltaron furibundos aguaceros que zarandeaban el follaje (¿qué hacen los pájaros?), tamborileaban los coches y disparaban andanadas contra las ventanas: Veracruz. Y hoy el sol esplende como si estuviéramos en Cuernavaca: verano en la ciudad de México.
     Me quedo quieto en el sendero, por si escucho un fuerte y alegre eructo de la tierra. –

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