El buzón de los fantasmas

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A José Cardoso Pires, a los cincuenta años, le dio por fumar ante el espejo y por preguntar. Y ahora, José.
Fumar ante el espejo, cualquier persona lo sabe, es un ejercicio inteligente, es también saber enfrentarnos con nuestro rostro más cotidiano y más pensado. Yo ahora estoy haciendo lo mismo que Cardoso Pires. Son las doce de la noche y estoy de pie —me han dejado solo en casa, para que piense en este artículo que entregaré el lunes, para que piense a lo largo de este largo fin de semana en el que media España está en la carretera—, estoy de pie y fumo ante el espejo. Y ahora, Enrique.
     Como son las doce de la noche, convoco a los fantasmas, me digo que soy un buzón en el que ellos pueden echar sus cartas, sus opiniones del otro mundo (que no me irían mal para este artículo, que se me está volviendo relato sobre la soledad de un fin de semana), leeré o escucharé sus historias de fantasmas si me llegan, intentaré descifrar sus comunicaciones, aunque éstas vengan alteradas. Dejo mi mente completamente abierta y espero las visitas, fumo ante el espejo, junto a la ventana abierta. Fumo y fumo, y nadie se comunica. Y ahora, Enrique.
     No deberían haberme dejado tan solo en esta casa en un fin de semana tan largo. Dejan de ser las doce de la noche, pasa la hora de los espíritus, y yo sigo ante el espejo, fumando. Me visita una imagen matinal con espejo, pero sin humo. Me acuerdo de algo que le oí comentar una vez a Jorge Wagensberg. Desde entonces tengo su permiso para ser usuario espontáneo de ese comentario. Es un hecho probado, le oí decir a Wagensberg, que cada día, al volver del sueño a la vigilia, reabrimos la percepción del mundo. Un montón de partículas de materia y luz encuentran de nuevo el camino hasta la conciencia. Y volvemos a ver, a oír, a oler… Inmediatamente después nos disponemos para la higiene matinal con confianza y naturalidad, como si no ocurriera nada. ¿Cómo es posible tanta tranquilidad? El espejo nos devuelve la propia imagen, que no por previsible es menos rara. En verdad si nos fijamos bien es rarísima. El hecho de que la realidad de hoy se parezca tanto a la del día anterior nos hace olvidar algo fundamental: que la realidad no hay quien la entienda.
     Sigo fumando en la noche, ahora sonrío. Es cierto, me digo, la realidad no hay quien la entienda. Sin embargo vivo en un país, España, donde todo el mundo la entiende perfectamente; la realidad siempre ha hecho furor, en literatura el realismo impera, se pasea chulescamente en lo alto de la pirámide. Pero yo siempre he pensado que la realidad no hay quien la entienda y que por eso escribo. La realidad, como la vida —como este fin de semana tan largo—, no tiene sentido, pero en cambio sí lo tiene la literatura, y sospecho ahora que hasta este artículo —que se me ha vuelto relato— acabará por tener sentido, adquirirá —como si lo viera— una íntima coherencia. Escribir es pactar con el sinsentido del mundo. Claudio Magris lo dice de otra forma: "En la literatura habla una voz que nos dice que la vida no tiene sentido, pero su timbre profundo es el eco de ese sentido". Según esto, sólo en la literatura tiene la vida sentido pleno. Es la gracia precisamente de la literatura, es la gracia de la vida. En ambas cada mañana, ante el espejo, estamos volviendo siempre a comenzar.
     Sigo fumando mientras recuerdo el comienzo de "Terror", un cuento de Nabokov:
      
     A veces me ocurría lo siguiente: después de pasar la primera parte de la noche trabajando en mi escritorio, esa parte en que la noche inicia su penoso ascenso […] lo que pasaba era lo siguiente: durante el tiempo que había estado absorto en mi trabajo, me había separado de mí mismo, una sensación semejante a la que se experimenta cuando te encuentras con un amigo después de años de separación […] Así, precisamente, así, me sentía yo, contemplando mi figura en el espejo.
      
     Así de raro me siento yo ahora contemplando mi figura en el espejo de este relato, así de raro. La realidad no hay quien la entienda. Esto me parece tan evidente que me produce rubor escuchar que la nueva tendencia de la novela española consiste en subordinar la imaginación narrativa —se cita a Javier Cercas o a Muñoz Molina, por ejemplo— a los términos de una realidad documentable. Se habla todo el rato de la creciente promiscuidad de la ficción y no ficción en la más reciente narrativa española. Pero yo Soldados de Salamina la veo como ficción pura, no puedo verla de otra manera si, como pienso, se trata de una excelente novela, precisamente porque no es un texto realista nunca, sino un texto literario. ¿De qué hablo cuando hablo de literatura? De invención. La ficción es ficción, decía Nabokov. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador. Y ahora, Enrique. Ya se hace tarde, mañana será otro día. Confianza en que la pobre realidad siga siendo la misma. Sospecha de que como siempre los profesores madrileños seguirán entendiéndola. Y ahora, José. Sigue fumando. –

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