Ilustraciones: Raรบl

El ensayo ensayo

El ensayo, gรฉnero libre e hรญbrido que nace con Montaigne, suele confundirse en nuestros dรญas con los trabajos acadรฉmicos mรกs obtusos y los anรกlisis polรญticos mรกs convencionales. Luigi Amara reivindica con este ensayo al ensayo, su desparpajo y personalรญsima imprevisibilidad.
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El ensayo no puede ser otra cosa, ya que le estรก permitido serlo todo.

Ezequiel Martรญnez Estrada

 

Mรกs que la imagen del centauro, que Alfonso Reyes propagรณ pero que deja un sabor a quimera o a hibridaciรณn, a no sรฉ quรฉ de forzado y casi imposible, la imagen que mรกs me gusta para representar el ensayo es la serpiente. Como una serpiente fue que Chesterton sintiรณ que se deslizaba el ensayo: sinuoso y suave, errabundo y a veces viperino. El ensayo, al igual que la serpiente, tienta y es tentativo; no se anda por las ramas sino que avanza por tanteos. Chesterton veรญa tambiรฉn en รฉl la semilla de algo maligno, de algo capaz de ufanarse de su irresponsabilidad, de no querer llegar a nada sino de solo recorrer el camino, ¡y para colmo de manera ondulante! Pero ese toque maligno que percibรญa Chesterton –el ortodoxo y catรณlico y gran ensayista Chesterton, padre del padre Brown–, que se manifiesta en su naturaleza elusiva, impresionista y cambiante, en ese estar de lado de lo incierto y lo fuera de lugar, es nada menos lo que hace que el ensayo ocupe un lugar en la literatura y sea, por decirlo asรญ, una forma de arte, algo mรกs que una vรญa egotista de proferir opiniones o una mera “prosa de ideas”.

Lo mismo en Montaigne que en Bacon, los dos fundadores del ensayo, estรก la idea del tanteo, de experimentaciรณn, la inquietud de paladear las cosas por uno mismo. Su verbo caracterรญstico es “probar”, no en el sentido de demostraciรณn, sino de ver a quรฉ sabe. Con el ensayo se avanza por el terreno solitario de la subjetividad, de espaldas a las doctrinas establecidas, con el fin de sopesar un asunto, cualquiera que este sea, en la bรกscula interna, someterlo al escrutinio de la experiencia personal, a su ensayo. El gรฉnero nace con un ojo puesto en el escepticismo y otro en la reivindicaciรณn de la experiencia; descree de lo aprendido, sigue el sendero de la herejรญa y entonces voltea hacia la propia subjetividad, ese asidero no menos tambaleante. El ensayo serรญa poca cosa si no fuera tambiรฉn una forma de palparse, de ir al encuentro de uno mismo, de tentarse: Montaigne, explorador de sรญ mismo, concebรญa al yo como algo tentativo, en construcciรณn, inestable; decรญa que habรญa hecho su libro tanto como su libro lo habรญa hecho a รฉl.

Todo esto lo escribo con un poco de bochorno pues sรฉ que es de sobra conocido; pero lo escribo de todas formas porque me parece que esas dos cualidades del ensayo –su acento subjetivo y su sinuosidad tanteadora– estรกn ausentes de mucho de lo que hoy se considera ensayo. Pasa tal vez que la libertad con que discurre el gรฉnero ha contagiado nuestro vocabulario y entonces cualquier texto en prosa, desde el artรญculo deperiรณdico hasta la tesis acadรฉmica, desde el comentario polรญtico hasta en รบltimas fechas la novela, se consideran ensayos. Como de pronto todo mundo dice escribir ensayo, y hay colecciones de ensayo y premios de ensayo que no publican ni premian ensayo –sino mรกs bien estudios, monografรญas, colecciones de artรญculos, tesis para obtener un grado, maquinazos, reseรฑas presuntamente crรญticas, discursos–, a fin de distinguirlo de esa variedad de textos de una cercanรญa engaรฑosa algunos se han visto en la necesidad de denominarlo “ensayo literario”, “ensayo libre” o “ensayo personal”, mientras que otros hemos preferido referirnos a รฉl, con algo de รฉnfasis y de nostalgia, como “ensayo ensayo”. Es verdad que el gรฉnero es tan elรกstico y movedizo, tan receptivo y abierto que no tiene mucho caso preguntarse por su pureza; pero tampoco tiene mucho caso reflexionar y hasta organizar mesas redondas sobre el ensayo cuando en realidad estamos hablando de otra cosa.

Algunos rechazan que sea propiamente un gรฉnero; otros pretenden que tambiรฉn los escritos formales, teรณricos, que siguen un rigor lรณgico han de ser llamados ensayos. Yo creo que estas dos posiciones son una necedad, un resignado estatismo de la ignorancia. Etiquetas como la de “ensayo formal” o “ensayo impersonal” rechinan en mis oรญdos, en mis oรญdos quizรก anticuados, como la idea de una novela sin narrativa o un soneto en prosa. Mi escalofrรญo se produce no por cerrazรณn, sino por la sospecha de que al entenderlo asรญ, de esa manera tan laxa, se pierde justamente su cariz experimental, su condiciรณn de laboratorio sobre el papel. El ensayo es un “gรฉnero degenerado”, sรญ, y por si fuera poco de lo mรกs hospitalario, pero no hasta el extremo de traicionarse. ¿Quรฉ ganamos con decir que sus รบnicas constantes son la apertura temรกtica y la libertad compositiva, cuando eso mismo podrรญa decirse de muchรญsimas cosas? “Prosa no narrativa”, han dicho otros. Pero como el ensayo con frecuencia incluye anรฉcdotas o adopta la estructura del relato, nos quedarรญamos solo con la prosa. El ensayo es prosa. ¡Fabuloso! No hay que olvidar que el libro de Montaigne fue considerado por Brunschvicg “el libro mรกs original del mundo”; si me resisto a llamar a todos esos tratados, informes de investigaciรณn y artรญculos de toda laya ensayos, es porque no encuentro en ellos los rasgos que hicieron del libro de Montaigne el libro mรกs original del mundo.[1]

 

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Comenzarรฉ –es un decir, ya hace rato que comencรฉ–por detenerme en el carรกcter tentativo del ensayo, que no falta quien lo confunda con un mero borrador, con algo que por las prisas o la pereza se abandona, se deja para despuรฉs o se da prematuramente a la imprenta. El tema es espinoso puesto que ilustres ensayistas como el Dr. Johnson definieron en su momento los ensayos como “composiciones irregulares, no trabajadas”, definiciรณn que parece apuntalar aquello de que el ensayo es un borrador. ¿Un borrador? ¡He disfrutado tanto la lectura de ciertos ensayos,y tal ha sido la maestrรญa con que me parece que fueron escritos, que mรกs bien dirรญa que se elaboraron con tinta indeleble! Cuando se subraya que el ensayo es tentativo es porque carece de un fin definido y porque no se propone demostrar ni abarcarlo todo; discurre de manera dispersa, proclive a la digresiรณn; no se desvรญa puesto que no iba a ningรบn lado –o mรกs bien cabrรญa decir que todo en รฉl es desviaciรณn–. El ensayo nace como un gรฉnero moderno, de la modernidad en ciernes, desde que se aparta de la estrategia medieval de pensar en funciรณn de una tesis y del esfuerzo de probarla. El ensayo no aspira a eso y ni siquiera lo intenta; no es que se quede corto y mรกs tarde el autor pueda volver a enmendarse la plana: lo que busca el ensayista es pensar las cosas por sรญ mismo y llegar, si es que llega a algรบn lado, a una conclusiรณn personal. Nada de planes y mรฉtodos a la manera escolรกstica, nada de tinglados aristotรฉlicos para encauzar al pensamiento. El ensayo huye de lo preescrito, conquista y defiende su libertad (“libre” es una de las palabras favoritas de Montaigne); brinca y excava, se desboca y mรกs tarde se descubre en un callejรณn sin salida. El pensamiento fluye sin cartas de navegaciรณn, su รบnica brรบjula es su propio ombligo; por eso muchas veces se pierde. Como lo vio muy bien Alfonso Reyes, en el ensayo “hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcรฉtera”.

 

El ensayo ensayo 2

 

De allรญ que el tono de conversaciรณn o de confidencia sea tan propicio en el ensayo para este no llegar a nada, para este llegar modestamente a esto, para este ir y venir, para ese volver al comienzo que, entonces, ya nunca es el mismo. Pese a los muchos ejemplos que indicarรญan lo contrario, la provisionalidad del ensayo no tiene que ver con escribir a la carrera o apilar apuntes para despuรฉs; un ensayo puede en efecto retomarse y ampliarse, pero no en la direcciรณn de demostrar una tesis. Puede estar perfectamente acabado en su inacabamiento y perfectamente trabajado en su irresponsabilidad. Los aires escolรกsticos que no dejan de soplar desde la academia –esa instituciรณn erigida sobre la obsesiรณn por la tesis y la prueba– han hecho que lo tentativo se entienda como provisional y que lo contingente que hay en el ensayo se califique como una falta de rigor, con cierta laxitud. El que va de A a B siguiendo una serie de pasos mรกs o menos mecรกnicos supone que el que ha partido de A tambiรฉn quiere llegar a B; entonces lo acusa de disperso y serpentino, de que se ha quedado en la primera escala o se ha extraviado. No se le ocurre que el que ha salido de A puede estar simplemente de paseo y lo que busca mรกs que nada es disfrutar del paisaje, construir su propio trayecto o abandonarse en su extravรญo, compartir con el lector ese mareo. Si llega o no a B es lo de menos; puede que llegue a C o incluso a B sin quererlo; tal vez simplemente vuelva a A despuรฉs de un provechoso giro de 360 grados sobre sรญ mismo.

(Abro aquรญ un parรฉntesis sobre la academia como uno de los principales enemigos del ensayo, cosa obvia pero que tiende a olvidarse. Aunque entonces no lo tenรญa del todo claro, yo dejรฉ la universidad, el Instituto de Investigaciones Filosรณficas, porque allรญ no hay lugar para el ensayo, ni siquiera hay lugar para Michel de Montaigne. No solo es que allรญ, en esos cubรญculos poco interconectados, se prefiriera estudiar a otros autores y se favorezca otros mรฉtodos (en particular el mรฉtodo analรญtico, tan esquemรกtico y a veces frรญgido, equiparable en muchos sentidos al de los viejos escolรกsticos), sino que sencillamente hay modos de proceder, formas sancionadas, casi machotes, para presentar lo que por suerte no se llaman ensayos sino artรญculos o, mรกs atinadamente, “trabajos”. Todos los dรญas se escucha en los pasillos universitarios la consigna ilustrada del sapere aude, de pensar por uno mismo, pero la verdad es que cualquier amago de salirse del redil, de optar por la vรญa de Montaigne –quien por cierto fue un filรณsofo, aunque muchas veces sepase por alto–, es visto con desagrado, tachado de “no filosรณfico”. Piensa por ti mismo, pero con aparato crรญtico. Atrรฉvete a pensar, pero con las rigideces consensuadas. Incluso uno de sus santos patronos, Wittgenstein, el primer Wittgenstein, serรญa sin duda reprobado por heterodoxo si tuviera que cursar el Seminario de Tesis II, mientras que el segundo Wittgenstein serรญa acusado, sin mรกs, de dinamitero. ¡Ah, el fantasma del rigor de las universidades! En su nombre se detesta lo ambiguo, lo vacilante, lo fuera de lugar, lo anfibio; en su nombre se rechaza la inadhesividad y la irresoluciรณn, la cualidad elรกstica y flotante del ensayismo autรฉntico.)[2]

La mejor caracterizaciรณn que recuerdo sobre este talante o disposiciรณn tentativa del ensayo (porque de eso se trata, de una disposiciรณn, de una apertura hacia la errancia) es la que da Ezequiel Martรญnez Estrada en su libro sobre Montaigne. En los Ensayos, el habitante de la torre de la colina de Dordoรฑa se declara “discรญpulo del azar”, queriendo decir con esto que a lo รบnico que se sujeta el ensayo es a lo inmanente, a la contingencia de su propio desarrollo. Martรญnez Estrada lo parafrasea y escribe sugestivamente asรญ: el ensayo es esa aventura, ese recorrido, en que “la bรบsqueda misma crea la materia del hallazgo”.

Nada mรกs alejado de este espรญritu que el afรกn de demostraciรณn, y nada mรกs torpe que suponer que el registro de ese tanteo es un borrador. Puesto que no confรญa en lo sistemรกtico tampoco aspira a lo resolutivo; es reacio a lo petrificante, a las teorรญas fรกcticas, a veces a la propia argumentaciรณn. Mรกs que en el salto lรณgico confรญa en la caminata que reinventa los senderos laterales. Chesterton, que ama el ensayo, pero lo encuentra maligno y peligroso, se lamenta de que con รฉl se llega a conclusiones que si acaso valen para sonreรญr, aptas solo para el aprecio literario; conclusiones como esta que cita de Stevenson: “Viajar con esperanza es mejor que llegar.” (Pero la frase de Stevenson –que por cierto quizรก valga como una definiciรณn cursi de ensayo–, aun cuando al ser examinada a fondo parece que no se sostiene o es paradรณjica, no deja de ser plรกstica, evocativa; tambiรฉn me atreverรญa a decir que es verdadera en cuanto expresa la condiciรณn anรญmica de un hombre embelesado por la expectativa.)

No es una casualidad que tanto el paseo como el ensayo admitan la caracterizaciรณn de Martรญnez Estrada de que “la bรบsqueda misma crea la materia del hallazgo”. En ambos casos lo decisivo no es llegar, sino el trayecto: hacer de lo tentativo un fin. Ahora recuerdo que Karl Marx decรญa que el camino es la meta desplegada. Y asรญ como al salir de paseo nos mueven motivos hedonistas, contemplativos o estรฉticos, otro tanto deberรญa poder decirse de los ensayos ensayos.

 

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Llego ahora al carรกcter personal, introspectivo y a veces intimista del ensayo, por lo que vuelvonecesariamente a Montaigne, que se propuso hacer de sรญ mismo la materia de su libro. Montaigne no es el primero en adoptar el mรฉtodo introspectivo; ya antes los estoicos, y en particular Sรฉneca, se habรญan valido de รฉl y habรญan descrito sus bondades y tambiรฉn sus miserias. Lo que distingue a Montaigne es que no quiso elaborar la historia individual de Michel Eyquem de Montaigne y ni siquiera su autoexamen, sino que mรกs bien quiso elaborar una “historia universal de sรญ mismo”. Se trata de un proyecto revolucionario, colosal, inusitado, que no por nada despertรณ la incomprensiรณn y aun el repudio de muchos de sus lectores. Pascal, por ejemplo, escribiรณ cosas como esta sobre los Ensayos: “¡Quรฉ idea mรกs estรบpida la de pintar su propio retrato! Y no casualmente, o contra sus propios principios, sino de acuerdo con sus propios principios y como su intenciรณn primera y bรกsica.” Y Malebranche censurรณ el libro por entenderlo un pasatiempo exhibicionista y egocรฉntrico, un ejercicio de impudicia inane. Pero Pascal y Malebranche pasaban por alto que un proyecto de esa envergadura tenรญa menos que ver con el ego que con destacar lo que hay de comรบn en la experiencia humana, y que en su raรญz no estaban ni la autoindulgencia ni la vanidad, sino el deseo de salir al encuentro de uno mismo, de autodescubrirse. A Montaigne no lo movรญa la complacencia o el orgullo, ni siquiera el autoescarnio catรกrtico, sino el deseo redobladamente socrรกtico de conocerse, aunque ello lo llevara a odiarse.

 

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El acento subjetivo, personal del ensayo, a travรฉs del cual el autor se dirรญa que susurra confidencias y recuerdos, anhelos y decepciones al oรญdo del lector, no es solamente un recurso literario. Aun si no siempre encuentra los arrestos para desvelar al ser que es, aun si le faltan las ganas de pintar su autorretrato inestable, el ensayista vuelve a sรญ, parte de sรญ mismo, regresa, no sale de la รณrbita reducida pero inabarcable, marginal pero ahora cรฉntrica, de su propia experiencia. Por eso Pascal considerรณ los Ensayos un “proyecto insensato”: porque coloca como punto de Arquรญmedes a algo tan aborrecible y fluctuante como el yo. No se trata solo de hablar en primera persona, sino de pensar desde allรญ, con el vocabulario y el ritmo mental y las ampulosidades o estrechuras de cada uno. Si, como famosamente dejรณ escrito el conde de Buffon, “el estilo es el hombre”, la bรบsqueda del hombre comporta asimismo la bรบsqueda de un estilo, de allรญ que el ensayo, como quizรก ningรบn otro gรฉnero, suela dar lugar a adefesios terribles, a manierismos de primerizo, a veces a una ventriloquia estrafalaria. Son tambiรฉn tanteos, tanteos en la retรณrica cerebral, muchos de ellos fallidos. En contraste, quienes buscan la objetividad, quienes quieren discutir ideas o exponer sus investigaciones, por lo regular subordinan la prosaa la informaciรณn, hacen de la escritura una sierva, un vehรญculo de transmisiรณn (aquello que Reyes llamaba la funciรณn “ancilar” de la literatura). Con el pretexto de la importancia de su mensaje escriben con las patas, son oscuros, desmaรฑados, o bien pretenden, como Hegel, que la dificultad de leerlos estรก en funciรณn de las recompensas conceptuales que han de deparar…

El asunto, desde luego, no se reduce a escribir bien o mal, sino a si el yo se vuelca sobre la pรกgina. Desertor de una acepciรณn de estilo como elemento decorativo, Montaigne nos hace desconfiar de aquellos textos en que la vida del autor no se compromete, no se pone en riesgo, no es la arena misma en donde se dirimen los problemas. A diferencia de los libros formalistas, sin carne, anorรฉxicos, desprovistos de la pulpa de la vida, y a diferencia de los รกridos, difรญciles y campanudos, Montaigne opone un libro laberรญntico pero entraรฑable en el que “se ensaya a sรญ mismo”. Estรก allรญ de cuerpo entero, con sus flaquezas y debilidades, sus presunciones y alardes, su ritmo moroso y sus libertades sintรกcticas. ¡De cuรกn pocos libros podrรญamos decir lo que dijo Emerson del libro de Montaigne!: “Corta estas palabras y sangrarรกn; son vasculares y vivientes.”

He escuchado decir que el ensayo no puede ya tener como tema principal, como eje de sus rotaciones reflexivas, al yo, pues despuรฉs de Hume y Freud, despuรฉs de la crรญtica al sustancialismo y la apariciรณn del inconsciente y, en fin, despuรฉs de la famosa muerte del sujeto, el yo es cuando mucho un despojo. Pienso que es una de esas baladronadas efectistas con que los autoproclamados posmodernos han querido deslumbrarnos para dejarnos momentรกneamente ciegos. Si el yo es un despojo o una hilacha, una construcciรณn espasmรณdica o un cuento que diariamente nos contamos, ¡cuรกnto mejor para la literatura y el ensayo, que tendrรกn que ponerse a la altura de circunstancias tan desesperadas!

No sรฉ muy bien lo que quieran implicar estos provocadores al hacer del yo una idea completamente vetusta, que mรกs bien valdrรญa arrumbar en el armario de las supersticiones, junto a la de la tierra plana y el hombre como cรบspide de la creaciรณn. Pero quizรก se refieran a que no es posible sostener una concepciรณn unitaria, monolรญtica, unidimensional y mucho menos sustancialista del yo. Si ese fuera el caso, bastarรญa recordar que ya el propio Montaigne se consideraba a sรญ mismo un “hacinamiento de tantas piezas diversas”, y que en buena medida concibiรณ su libro como un rompecabezas, como ese pasatiempo a veces desapacible en el que habrรญa derearmar los pedazos de su yo fragmentario e inconexo, afecto a la vagancia y a la disipaciรณn, que ora se repele y ora se estima, que tiene resortes ocultos y dobleces y nunca se encuentra del todo. Incluso me atreverรญa a decir que justo porque el yo no esesa cosa dada y fija, sino mรกs bien una maraรฑa abstrusa, llena de recovecos y zonas de niebla, de pliegues y fuerzas sombrรญas, de imposturas e impurezas, el ensayo tiene su razรณn de ser. Mientras mรกs arduo y desaconsejado sea hablar de un yo, mรกs rico serรก, en consecuencia, un gรฉnero que tiene al yo como tema principal, que en todo momento lo sitรบa en el centro, como pivote.

Phillip Lopate, un defensor y practicante del “ensayo personal”, afirma que suele haber una trama oculta en los ensayos, una suerte de dramatismo, de suspenso, que consiste en asistir a la lucha del ensayista por la honestidad. Al hacer de sรญ mismo centro y rasero de sus indagaciones, el ensayista debe vencer las defensas psรญquicas que lo protegen del autodescubrimiento, ese El Dorado de la mente donde tal vez nos aguarda la decepciรณn, la nรกusea, el tedio. Desde Montaigne, no se trata de un problema de candor, sino de vulnerabilidad. El ensayista, al narrarse, al acometer su autorretrato cambiante, se desplaza sobre la cuerda floja de latraiciรณn a sรญ mismo. Avanza acumulando incertidumbres, apreciaciones falaces de sรญ, enmascaramientos y racionalizaciones (con frecuencia para protegerse); otras veces incurre en la autoflagelaciรณn y el repudio de sรญ, como si la saรฑa que dirige contra sรญ mismo hubiera de tener el efecto de desanimar a los demรกs de intentarlo. Si bien es cierto que mediante esta autoflagelaciรณn muchas veces se establece una complicidad con el lector (una suerte de amistad basada en la aceptaciรณn de los propios defectos), mรกsque estrategias retรณricas, tanto la reticencia como el autoescarnio suelen ser bucles recurrentes en la espiral del autoconocimiento.

Desde luego hay tambiรฉn lugar para la simulaciรณn de la sinceridad, para el fingimiento y aun para la construcciรณn de un personaje. No es fรกcil saber si ese tonel de whisky y postergaciรณn que Cyril Connolly describe en La tumba sin sosiego corresponde punto por punto con el Cyril Connolly biogrรกfico, con aquel que pisรณ la tierra y no el papel; pero tampoco creo que importe mucho. Si es un desdoblamiento, si es una mรกscara o un espantajo, supo penetrar en su interior de manera admirable, perspicaz y a veces despiadada y, lo que quizรก sea mรกs decisivo, de manera verosรญmil. Tal vez el yo sea inaccesible y entonces debamos aproximarnos a รฉl a travรฉs de figuras ficticias, trabajadas, teรฑidas hasta la mรฉdula de proyecciones compensatorias o de soteriologรญa, como cuando De Quincey asegura estar salvado de los encantos del opio y, unas pรกginas mรกs tarde, acota que para escribir esa frase hubo de aumentar al doble la dosis de lรกudano.

Hacer de uno mismo el tema de estudio no tendrรญa por quรฉ ser fรกcil; despuรฉs de todo la impostura y la autoficciรณn bien pueden ser facetas, rodeos o astucias de ese asedio al yo que pone en marcha el ensayo.

Esta รบltima reflexiรณn me lleva a decir unas cuantas palabras sobre el lugar que ocupa, o mรกs bien deberรญa ocupar, el ensayo ensayo en la distinciรณn anglosajona entre fiction y non fiction, en esa separaciรณn cada vez mรกs adoptada tambiรฉn en otros paรญses entre prosa de ficciรณn y prosa de no ficciรณn.[3] El ensayo es un gรฉnero de la imaginaciรณn reflexiva o de la reflexiรณn imaginante. Es receptivo y omnรญmodo, de ser necesario incurre en la crรณnica o abusa de la ironรญa, se atasca en la anรฉcdota o en el sarcasmo, pero bรกsicamente es invenciรณn. Lo que allรญacontece –si es que acontece algo– son aproximaciones, cambios de perspectiva, de alguien que examina, bajo la lente de su subjetividad, lo que le viene en gana (tambiรฉn por supuesto a ella misma: los avances y retrocesos, hallazgos y resquemores de una aventura de introspecciรณn). Las cosas, tal como figuran en un ensayo, pueden o no haber tenido lugar; no teje un mapa del mundo ni construye un modelo matemรกtico; no es, o no exclusivamente, una autobiografรญa ni una confesiรณn terapรฉutica. Un poco como la patafรญsica, es una ciencia de las soluciones imaginarias; una ciencia individual y subjetiva, es decir, una falsa ciencia, para problemas tambiรฉn a veces imaginarios. En el camino es posible que el ensayo enuncie ideas, esclarezca conceptos o haga descubrimientos genuinos, pero por encima de todo estรก consagrado a una ficciรณn suprema: que el yo puede conocerse a sรญ mismo.

Para ahorrarnos mรกs discusiones quiรฉn sabe cuรกn bizantinas, propongo que todos los ensayos espurios, de tipo polรญtico y de teorรญa literaria, los sociolรณgicos y de actualidad econรณmica que se refugian en la impersonalidad; que todos los tratados eruditos, acadรฉmicos y la mayorรญa de los divulgativos que abogan por la formalidad, se queden en el estante de la “no ficciรณn”, allรญ donde se dirรญa que lidian con la realidad o la representan. Y que el ensayo personal y tentativo se reubique en el estante de la ficciรณn, en ese lado del librero en el que llanamente se amontona la literatura. ~



[1] Cualquier pretexto es bueno para leer a Montaigne, pero la ya notan reciente ediciรณn de Jordi Bayod Brau en un solo tomo en El Acantilado, en un papel que por suerte no llega a ser tipo biblia, invita a que le rindamos culto cotidiano e irreverente pleitesรญa. Aunque no me convence, pese a las explicaciones aducidas enel prรณlogo, el tรญtulo de Los ensayos en lugar de Ensayos, presenta la novedad de que retoma la versiรณn que Marie de Gournay, la hija electiva o amiga o “fille d’alliance”de Montaigne,  editรณen 1595 –y no la que se impuso durante el siglo XX de la mano de Fortunat Strowski, a partir del asรญllamado Ejemplar de Burdeos–, y ademรกs la complementa con una nutrida muestra de los diferentes estratos del texto, pues es bien sabido que Montaigne corregรญa y corregรญa su libro, a veces incluso directamente sobre las ediciones que acababan de salir de imprenta (como el propio Ejemplar de Burdeos, por mucho tiempo reputado como el mรกs cercano a las intenciones del autor). Muy completa y redonda pero sin la obsesiรณn de ser exhaustiva y recoger todas las variantes, estanueva ediciรณn es apta tanto para la lectura erudita como para la puramente hedonista, ya que esos estratos, frondosos y exuberantes como la misma prosa de Montaigne, no entorpecen la lectura, sino que le dan un aire de segundo pensamiento o incluso de vacilaciรณn o cambio de perspectiva. Las notas al pie rara vez son ociosas y las citas explรญcitas en latรญn y griego estรกn todas traducidas (incluye un apรฉndice con las cรฉlebres sentencias grabadas en las vigas de su biblioteca circular). El papel crema caracterรญstico evita los reflejos de las lรกmparas, a la vez que le da cierto aire antiguo, y el empastado parece estar concebido para que resista las lecturas frecuentes y apasionadas y no tanto para el respeto o la lectura por รณsmosis. Si bien, dado su peso y tamaรฑo –¡1728 pรกginas!–, no es un libro recomendable para la cama (ya en un par de ocasiones se me cayรณde lleno en el rostro, confieso que no por sueรฑo), tampoco estรกpensado exclusivamente para los cubรญculos de los investigadores o los escritorios, y solo en cierta medida justifica el impulso a que encendamos la chimenea (imaginaria) y tomemos coรฑac en la compaรฑรญa silenciosa –y deliciosa– de Michel Eyquem (el alto precio del libro, importado de Espaรฑa, quizรกhaga que nos sintamos de alguna manera condes o habitantes de un castillo). Definitivamente no es para la playa. La traducciรณn, tambiรฉn de J. Bayod Brau, ademรกs de muy cuidada es asombrosamente fluida, y uno no deja de agradecer la suerte de leer a un Montaigne muy prรณximo, casi de cuerpo presente aunqueun tanto desfasado –quizรกpor voluntad propia– y previsiblemente arcaizante, en vez de, como sucede con muchas ediciones francesas que pretenden ser “fieles”al autor, en francรฉs antiguo.

[2] Los estornudos de alergia que suscita el ensayo estรกn a tal punto extendidos en la academia que incluso quienes desde su seno muestran una genuina pasiรณn por el gรฉnero terminan por darle la espalda. Allรญestรก, por ejemplo, el muy informado y completo libro de Liliana Weinberg, Pensar el ensayo, ganador de un premio importante de ensayo, un libro atendible, sรญ, se dirรญa intachable, pero tan poco ensayรญstico…

[3] Pero esta distinciรณn es incรณmoda incluso para ellos, particularmente para los estadounidenses, sus grandes defensores. Robert Atwan, editor de la prestigiosa y muy influyente serie Los mejores ensayos del aรฑo en Estados Unidos (The best American essays, de Mariner Books), en el prefacio de la recolecciรณn de 2009 recuerda que Washington Irving y Nathaniel Hawthorne fueron tambiรฉn grandes ensayistas, de ese tipo de ensayistas que gustaban de incluir elementos imaginarios en el curso de la reflexiรณn. Y el motivo de que recuerde a esos autores, hoy para todos los efectos olvidados en cuanto ensayistas, no es otro que para lamentarse de que la prรกctica ensayรญstica contemporรกnea sea cada vez mรกs reacia a abrir sus puertas a la imaginaciรณn, a la creaciรณn de personajes o de situaciones, obsesionada, como parece estarlo, con la aportaciรณn de pruebas o datos verificables que le den “seriedad”al escrito. De hecho, Atwan sugiere que en ese paรญs la rica tradiciรณn del ensayo personal se devaluรณy volviรณmarginal cuando el ensayo hubo de someterse a las exigencias del periodismo, al corsรฉformal del reportaje. La cuestiรณn, escribe Atwan, es que “mientras mรกs literal se supone que debe ser el ensayo, menos literario se vuelve”.

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(ciudad de Mรฉxico, 1971) es poeta, ensayista y editor.


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