El estilo personal

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¿Qué necesidad había de que Vicente Fox iniciara el día de su toma de posesión con una visita a la Basílica de Guadalupe? Ninguna. Sin embargo, así lo decidió y su gesto abrió una pequeña polémica. Desde que ganó la elección el 2 de julio, cada fin de semana se celebra una misa en su rancho de San Cristóbal a la que asisten él y su familia, sin llamar la atención ni provocar el reclamo de nadie. Pero la visita a la Virgen de Guadalupe no sólo fue ampliamente difundida, sino que además se percibió como el primero de los actos de la toma de posesión. Fox fue calificado ahí como "el primer presidente guadalupano". Por si lo anterior fuera poco, en la ceremonia del Auditorio Nacional su hija Paulina le entregó un Cristo.
     Fox insiste en manifestar su fe católica en los actos públicos. Así fue desde que sus hijos le entregaron, al inicio de su campaña, un estandarte de la Virgen de Guadalupe. Todo indica que estos gestos son de buena fe. Es un hombre religioso que quiere dar testimonio y ejemplo. Pero sería ingenuo suponer que ignora que tales manifestaciones serán bien recibidas por la población y que con ello incrementa su popularidad. El punto central es que el presidente está jugando con las imágenes religiosas y con los medios para fortalecer su liderazgo y hacerse más popular.
     Las largas (y en algún momento cansadas) celebraciones del primero de diciembre se ciñen a la misma lógica y tienen el mismo objetivo. Nunca antes habíamos visto un espectáculo semejante. Sin embargo, el festejo de Vicente Fox se ancla en una vieja tradición del presidencialismo mexicano: cada seis años se apaga y se enciende el fuego nuevo.
     En esta ocasión, los símbolos y los tiempos son más fuertes y pesados. Es el fin de un régimen y de una época. Concluyen, además, el siglo y el milenio. Fox y sus asesores entienden todo esto a la perfección. La coyuntura es naturalmente escatológica. El 2 de julio se concibe y se presenta como una gesta revolucionaria. El primero de diciembre como un nuevo amanecer para Chiapas y para el resto de México. A partir de ahora se construye un nuevo país.
     Esta visión del pasado, el presente y el futuro es mesiánica y milenarista. De hecho, estaba contenida en la famosa consigna del obispo de Tamaulipas: "Si avanzo, ¡síganme! Si me detengo, ¡empújenme! Si retrocedo, ¡mátenme!" Pero ahora, este viejo lema cristero ya no es pronunciado como un grito de combate, sino como un canto de victoria. El país es otro. El mal gobierno fue derrotado. ¡Viva el buen gobierno! ¡La luz ha vencido a las tinieblas!
     El contenido moral de estas posiciones está a la vista. En el Auditorio Nacional el presidente Fox lee un código de ética que le impone a su Gabinete. Pero a él le gustaría que fuese adoptado por los otros poderes, desde el Congreso hasta el municipio, y por todos los mexicanos. El único problema es que dicho código se funda en los principios de Acción Nacional, que no son otros que los de la doctrina social de la Iglesia Católica.
     Las caídas y recaídas en esta materia son sistemáticas. En el Congreso abre su discurso con un saludo a sus hijos. ¿La casa antes que la patria? Por la noche del domingo 3 de diciembre, en una entrevista por Canal 13, el conductor le dice que el 71% de los que llamaron al noticiero creen que bajo su presidencia vivirán mejor y ganarán más. Fox responde que la gran mayoría está convencida de ello porque son gente trabajadora y tesonera; el resto, los que no lo creen, tienen atole en las venas. Para concluir la entrevista, esa que es la primera que concede a la televisión ya como presidente, conmina a todos los mexicanos a trabajar muy duro mañana por la mañana. Hay que cambiar, dice, la "V" de la victoria por la "T" del trabajo. El tono y la forma de hablar del presidente es la de un profesor que se dirige a sus jóvenes estudiantes. Esa fue la misma actitud que adoptó en el Congreso ante los diputados priístas que coreaban el nombre de Juárez. "Está bien, jóvenes: Juárez, Juárez, Juárez", les dijo con benevolencia y sorna.
     El activismo y las declaraciones son otras características del nuevo presidente. A su primera gira en Oaxaca, en la que sostuvo una reunión con intelectuales y artistas, fue acompañado, entre otros, por el presidente de Venezuela. La comunicación entre ambos fluyó con mucha naturalidad. Tanto, que Hugo Chávez lo sintetizó en una frase: "Me habían dicho que nos parecíamos, pero jamás pensé que la identificación era tan profunda y el camino tan común" (Reforma, 3-12-00.)
     La respuesta de las oposiciones ante el ascenso de Fox ha sido lamentable. El PRD está casado con su vieja retórica y no hay ningún indicio de que abandonará su radicalismo. La entrega de las llaves de la Ciudad de México a Fidel Castro despertó su nostalgia. Más de alguno de los funcionarios del gobierno del D.F. se acercó con reverencia al patriarca de la Revolución Cubana para obtener su bendición y… su autógrafo.
     Los priístas, por su parte, están desconcertados y acéfalos. Los gritos que profirieron en el Congreso contra Ernesto Zedillo y las consignas contra Vicente Fox son expresiones de impotencia. Los conflictos internos los pueden llevar a la ruptura e incluso a la fragmentación. No se ve ningún liderazgo que pueda unirlos ni conducirlos.
     Este es el horizonte del día 4 de la revolución foxista: una oposición inexistente y un estilo personal de gobernar que pone los pelos de punta. –

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