Los orígenes del Homo Faber se remontan al mundo animal. Los pájaros y los castores tienen algo de faber: construyen nidos y represas. Hay buitres africanos que roban huevos de avestruz, y buscan rocas adecuadas para dejarlos caer, romperlos y comérselos. Hay nutrias de los estuarios que usan piedras para abrir ostras y almejas.
Hay cuervos que sacan larvas de los troncos secos con un palillo sostenido en el pico. Los chimpancés empuñan varas para derribar plátanos inalcanzables.
Este uso instrumental de objetos naturales fue desarrollado por los homínidos hasta la creación de utensilios. Más allá de la vara, del hueso o de la piedra que están a la mano y se abandonan después del uso ocasional improvisado, los utensilios son recursos preparados de antemano, que se llevan cargando para usos repetidos. Los de piedra empezaron hace unos tres millones de años.
Para llegar a este desarrollo productivo que llamamos edad de piedra, fue esencial que apareciera la mano prensil (con el pulgar opuesto a los otros dedos) y, antes aún, la posición erecta (hace unos cuatro millones de años). Andar de pie sirvió para tener las manos libres, y para que se volvieran inteligentes y creadoras.
Después de la creación de utensilios, la mayor hazaña del homo faber fue la domesticación del fuego, hace medio millón de años. Fue tan notable que dejó una huella profunda en la conciencia de la especie. Hay mitos y ritos en todo el planeta que conmemoran el fuego nuevo, distinto del fuego natural que baja del cielo, ya sea por el rayo, por el sol o por el viento que provoca la fricción accidental de cañas secas.
Los animales huyen del fuego. Tener el atrevimiento de acercarse a observarlo, usar la inteligencia para transportarlo, conservarlo, aprovecharlo; inventar, finalmente, la manera de no necesitarlo: de llegar a hacer fuego artificialmente, no tiene antecedentes en el mundo animal. El fuego del saber no es un simple desarrollo evolutivo: es un rebasamiento del orden natural, una revolución antecesora de la revolución agrícola de hace diez milenios, de la revolución urbana de hace cinco milenios, de la revolución comercial de hace un milenio, de la revolución industrial de hace unos cuantos siglos.
Disponer de energía en circunstancias controladas (lugar, momento, intensidad), sin depender exclusivamente del calor y la luz naturales, tuvo enormes repercusiones prácticas y de conciencia. La domesticación del fuego hizo posible la pri-mera habitación: convertir las cuevas en vivienda, defenderse del frío, espantar a los animales que atacan de noche. Hizo posible la cocina, la cerámica, la metalurgia, la agricultura de roza y quema. Hizo posible extender la presencia humana de los trópicos a las tierras frías. Hizo posible el aprovechamiento de la energía fósil, la máquina de vapor, los motores de combustión interna. Hizo posible la conciencia de la autonomía del espíritu humano.
Los mitos pueden leerse como una especie de historia oral, como documentos prehistóricos donde los hechos reales, los hechos imaginados, los hechos deseados, sufren transformaciones literarias como en los romances, corridos y otras formas de literatura oral. Hay mitos sobre el origen del fuego en las más diversas culturas, y en la compilación que hizo James Frazer (Mitos sobre el origen del fuego) puede leerse la conciencia de que el fuego nuevo cambió la posición del hombre en el cosmos. Algunos se refieren al arte de conservarlo como un don del cielo, pero otros hablan del arte de hacer fuego (frotando ramas secas o golpeando piedras) como un saber robado al cielo, como el triunfo de una astucia que no tiene límites.
En estos mitos puede verse que la conciencia del progreso es prehistórica, y la crítica del progreso también. El fuego del saber es una hazaña técnica memorable, pero también una transgresión del orden cósmico. Esta conciencia dividida ha llegado hasta hoy en el mito de Prometeo, que es el más conocido en la cultura occidental, y sigue vivo entre nosotros. El titán que se apodera del fuego del cielo en beneficio de la humanidad, y paga su audacia castigado por Zeus, reaparece en la tradición romántica y revolucionaria, que vio en Prometeo la exaltación del genio rebelde contra el orden establecido. Pagará su audacia encadenado en la cima de una montaña, pero habrá desencadenado el progreso. Sin embargo, según Hesíodo (Teogonía), Zeus castigó no sólo a Prometeo, sino a la humanidad. "La cólera conmovió todo su corazón en cuanto vio resplandecer entre los hombres el brillo del fuego. Y a causa de este fuego, los hirió con una pronta calamidad". La calamidad fue Pandora: el amor a la riqueza, la curiosidad y el deseo sin límites que destapan la caja de todos los males.
Esta conciencia negativa de la ambición sin límites también sigue viva entre nosotros, sobre todo después de las atrocidades nazis y comunistas, de las bombas atómicas, de las trasnacionales que convierten la naturaleza en basura. El orden cósmico recupera prestigio frente a los titanes prometeicos. Contravenirlo, dejó de ser glorioso para volverse monstruoso. En las nuevas versiones del mito, Prometeo no quiere liberar a los hombres sino someterlos, acumulando saber, poder y capital. El hombre de ciencia genial que produce monstruosidades, anticipado en la novela de Mary Shelley (Frankenstein o el Prometeo moderno, 1818), se ha vuelto frecuente en la cultura popular. En el mejor de los casos, es un aprendiz de brujo irresponsable que desencadena trastornos ecológicos irreversibles. Pero puede ser un malvado, o desdoblarse en un olimpo no previsto por los griegos: las altas esferas burocráticas. Hay un titán científico malvado en la cúpula del sistema, combatido por un titán científico subordinado o externo que defiende a la humanidad y la naturaleza.
Sobre la ambición sin límites, la justicia poética de Zeus se pronunció en forma terrible: "Les enviaré un mal del que quedarán encantados, y abrazarán su propio azote". –
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.