Crear la mejor baraja de la República francesa requirió de un esfuerzo más grande que el de la simpleza de quitarle a los reyes las coronas y, en su lugar, ponerles un gorro frigio. En 16 naipes, Dugourc y Coissieux sintetizaron las ideas y los valores de la Revolución –no hay detalle que no diga República–. Un trabajo minucioso y exhaustivo solo puede ser obra de un compromiso incuestionable: “no existe”, dice Dugourc, “el hombre republicano que pueda usar esas expresiones que nos recuerdan el despotismo y la desigualdad. No hay hombre de gusto al que no le resulten insoportables las figuras de la baraja tradicional”. El entusiasmo por el futuro y el odio por el pasado caracterizaron el año de 1793. ¿Fueron estas emotivas razones las que llevaron a Dugourc a crear, tan cabalmente, las Nuevas cartas de la República francesa? ¿O le debemos este esmerado trabajo, la transmisión tan sofisticada del mensaje revolucionario, a su formación aristocrática y a su experiencia como diseñador del rey?
Pasa que no es solo un nuevo juego de cartas. Es un juego de perspectiva histórica que acerca el pasado distante de la República romana, idealizándola, y aleja el pasado reciente de las monarquías, condenándolas. Basta con advertir que las figuras visten túnicas y calzan sandalias en vez de capas de armiño o los zapatos cerrados de la Corte.
Ya no hay reyes sino genios (el del Comercio reemplaza a César; el de la Guerra a Carlomagno). Desatienden también la costumbre de nombrar a las sotas en honor de caballeros famosos, como Lancelot, y convierten a los pajes en Igualdades: un soldado exhorta a defender la patria (Igualdad de deberes); parecen obedecerlo un sans-culottes que espera sobre una de las piedras de la Bastilla y un esclavo africano emancipado, ambos armados. En vez de reinas, Libertades: de culto, prensa, matrimonio. El as de la Ley por encima de todos.
Pero fracasa el proyecto de sepultar el pasado. Los tréboles que representan al campesinado; las picas, a los caballeros; las puntas de flecha, a los vasallos; y el corazón, a la Iglesia,* se cuelan en estas cartas como símbolos de la organización social que debía eliminarse.
Algo similar le sucedió a sus autores. Dugourc regresó a trabajar para la realeza. Coissieux reimprimió los naipes tradicionales. Pese a ellos, su baraja subsiste como otra propaganda de la República que se promocionó hasta en los ratos libres. ~
* La hipótesis sobre el significado de los palos de la baraja francesa es de Catherine Perry Hargrave, en A history of playing cards and a bibliography of cards and gaming, Boston, Houghton Mifflin Company, 1930. Hathi Trust Digital Library, se encuentra en: http://bit.ly/1hNMkm7.
(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.