El lector protagónico

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Fue Roland Barthes quien decretó la imposibilidad de toda obra maestra moderna. El escritor, aseguraba, descansa ante una contradicción insoluble: o respeta las formas clásicas, entregando una obra ciega del presente, o “reconoce la amplia frescura del mundo actual, aunque para dar cuenta de ella sólo disponga de una lengua espléndida y muerta”. En un extremo, la forma; en el otro, el tiempo. No son posibles ya esas obras actuales y a la vez hermosas, clásicas y verbalmente dislocadas. La obra maestra es asunto del pasado, como el amor o la esperanza. Algunos van más lejos: no sólo es imposible la obra maestra sino la obra misma. Del silencio de Beckett a la rayuela de Cortázar, la destrucción de la obra es un cauce nodal de la literatura moderna. Se escribe para dinamitar la obra o, mejor, la noción clásica de ésta. Los elementos tradicionales —texto, autor, lector— son subvertidos. El lenguaje se pronuncia a sí mismo. La escritura es sólo escritura. Una obra rigurosamente moderna es, deliberada, orgullosamente, una no-obra.
     Pocos autores han avanzado tanto en este camino como el serbio Milorad Pavi´c . Novelista, poeta y académico, Pavi´c (1929) ha trabajado denodadamente para confundir esas tres etiquetas. Diccionario jázaro (1984) es su obra cumbre y uno de los libros capitales de la segunda mitad del siglo XX. Dispuesto a manera de enciclopedia, describe la desaparición de la cultura jázara, tan cierta como ficticia. Son cuarenta y cinco sus entradas, tres las versiones de los hechos y dos los libros, uno para cada sexo. La lectura, como la veracidad histórica, es azarosa. El lector dispone del texto a su antojo, leyendo del modo que desee, reescribiéndolo según la dirección que tome. Uno participa en la creación del libro tanto como en aquella Composición n.1, de Marc Saporta, donde las páginas, sueltas, eran barajadas antes de ser leídas. No se trata ya del lector tradicional, que lee de principio a fin, sino del lector-editor, que circula entre fragmentos y vacíos. No se lee para desentrañar un mensaje, sino para articular (o destruir) un discurso estético. Es la lectura la verdadera escritura.
     Es también el lector quien protagoniza los relatos de Siete pecados capitales. Llamarles relatos es una convención que traiciona, parcialmente, su textura. Son textos autónomos y, al mismo tiempo, vinculados: los personajes circulan de un escrito a otro y, a veces, de un libro al siguiente. No son narraciones tradicionales, con desenlaces previsibles o estructuras lógicas. Ubicados en casas distintas, nacen todos de un sueño, pero todo sueño es único. Una mujer, en busca de su hagiografía, es inseminada por un ser de seis pupilas. Un tal Milorad Pavi´c , escritor, es acosado por personajes de sus obras anteriores. Otros personajes, absurdos, conocen a su lector y lo seducen. Un texto más: instrucciones para el lector que desea volverse el héroe de la trama. En todos ellos el lector no participa de la escritura del libro: irrumpe en el texto como personaje protagónico. Es él la razón de todos los escritos y el detonador de todos los argumentos. Más que leer, observamos. Hay un lector en el interior de los relatos y él también nos mira. El libro como ventana. O como espejo.
     Destacar el protagonismo del lector es tan arbitrario como celebrar las rodillas de una mujer perfecta. Son tantas las virtudes de Pavi´c que el reseñista sólo ordena sus encomios. Puede elogiarse su prosa, su humor o su imaginación con entusiasmo semejante. Es, de hecho, tan virtuoso que lo más sorprendente es la contradicción de sus virtudes. Pavi´c tiene todos los elementos del autor posmoderno y, simultáneamente, los del bardo clásico, relator de mitos. Primero, el cerebro teorizante, que juega con metatextos, intertextos y demás delicias académicas. Después, la sensibilidad tradicional, que sabe del romanticismo y de Las mil y una noches. Allá, el autor que desaparece detrás de la teoría; aquí, el poeta dueño de un aliento tan amplio como tradicional. Fuera de la academia, prevalece el romántico. Pavi´c cree en los sueños como pasillos hacia los mitos —y es un mitólogo de los Balcanes. Confía en la fantasía como medio cognoscitivo —y es un sabio que sueña. Su obra: posmodernidad romántica.
     Aíslese una de sus virtudes. La imaginación, por ejemplo. No hay otra más poderosa en las letras actuales. Tampoco otra más sugerente. Pavi´c es dueño de una fantasía surrealista, deudora tanto de Breton como de los hermanos Marx. Al tiempo que delira, divierte: sueña gags antes que pesadillas. Imagina, además, circularmente: conoce el principio y final de sus escritos y sólo traza líneas entre los dos extremos. Como si soñara fábulas. Eso y mitos, sueña mitos. Su imaginación no es aérea sino subterránea: tiene el polvo de las leyendas y la humedad de lo eterno. No sorprende por su novedad sino por su soterrada vejez. Antes que inventar, descubre. Leerlo es recordar aquello que, no obstante no existir, habíamos olvidado.
     Al lector hispanoamericano le recuerda, además, la perenne universalidad de Borges. En castellano, posmodernidad se pronuncia, inexorablemente, Borges. Suyos son los apócrifos, los juegos con otros textos, la deshumanización del relato. Suyos son, también, los elementos que nos vuelven tan íntimo a Pavi´c . Éste admira visiblemente al argentino pero, al revés que otros, no lo emula. Ambos son, sencillamente, afines, como afines son un metafísico sudamericano y un académico serbio. Pavi´c escribe, en otro tiempo y otro espacio, divagaciones borgesianas sobre el infinito, la inmortalidad y la escritura. Mira hacia el Oriente y se divierte con mitologías árabes y conjeturas matemáticas. No se trata de una impostura sino de una coincidencia: Pavi´c no imita a Borges, es Borges. Explicar este hecho baladí llevaría demasiado tiempo. Los argumentos, como las paredes de esta habitación, son infinitos.
     Milorad Pavi´c es, herméticamente, el último sueño de un argentino insomne. ~

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es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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