Pese a que, según dice la crítica, se ha ganado a pulso la reputación de una sociedad permisiva integrada por un solo miembro gracias a los demonios carnales que busca exorcizar; pese a considerarse un hombre corrompido por Estados Unidos, cultura en la que detecta un desamparo cada vez más grave que cristaliza en Frank Masorueda, el obeso asesino en serie que asola el Tokio nocturno en In the Miso Soup (1997); pese a opiniones sobre su país natal tan contundentes como ésta: “No creo que los japoneses tengan una identidad. Ése es el dilema. Una identidad se establece al asumir que existe ‘lo otro’, algo distinto a uno mismo; a partir de ahí uno empieza a definirse. En Estados Unidos hay toda clase de gente y de religiones. En Japón, sin embargo, todos somos básicamente iguales. Así pues, ¿cómo construir una identidad si no tenemos algo o a alguien diferente?”; pese a abordar, con una violencia gráfica no exenta de lirismo y pathos, temas escabrosos como la narcosis juvenil, el frenesí sadomasoquista y esa oferta de la industria sexual nipona llamada enjo kosai prostitución de chicas preparatorianas, expuesta en la novela Love and Pop, hace ocho años Time lo incluyó en la nómina de los once personajes que revolucionarían Japón. Puede sonar desproporcionado, pero lo cierto es que Ryunosuke (Ryu) Murakami cuenta con una vasta red de seguidores que se extiende por toda Asia y apoya con creces el juicio de la revista. No es para menos: la gama de intereses que abarca la labor de este hombre orquesta atrae la atención de inmediato: “La novela es una forma de expresión muy antigua. A decir verdad, es difícil creer que aún subsista. Sea como sea, de un modo u otro, todo autor debe estar atento o ser consciente de otros tipos de expresión en su época.” Escritor omnívoro fascinado por asuntos tan disímiles como la citología, el ausentismo estudiantil tratado en la novela Exodus in the Hopeful Country y la economía, a la que dedicó un análisis (What Could We Have Done with the Money?) donde explora una curiosidad surgida a raíz de Fascism of Love and Illusion (1984): “El mercado es similar al alma o el cuerpo humanos […] Este fenómeno semeja la estructura corporal, en la que una mínima falta de proteína en un órgano afecta otra zona del cuerpo. Es apasionante. Pienso que la economía y las finanzas encarnan mejor que nada la situación que hoy se vive en Japón”; cineasta inquieto que además de colaborar con otros colegas adapta sus propios libros (su cinta más célebre es Tokyo Decadence, que se estrenó en el Festival de Cine de Toronto de 1992 y fusiona dos relatos sobre la relación enfermiza entre una call girl y un ejecutivo de alto nivel); ex conductor de un talk show, ex baterista de una banda de rock y fundador de un sello discográfico que produce música cubana; periodista tenaz que ha dado a la imprenta un volumen de entrevistas con celebridades como George Lucas y una “investigación ficticia” en torno a la influencia del éxtasis en la juventud de su país, Murakami fue descrito en alguna ocasión como el niño impredecible de la literatura nipona, forjador de un estilo en el que su furioso ritmo de vida se mezcla con una reacción contra el ambiente legado por la posguerra.
En efecto: al igual que su coterráneo Haruki Murakami, con quien no comparte más vínculo que el apellido, Ryu ha hecho del mundanal caos un orden escritural que casi nunca se puede predecir y que por ende estalla con la fuerza de una bomba de tiempo fabricada por un terrorista meticuloso, capaz de hallar esquirlas poéticas en medio de la sordidez. Nacido en 1952 en el puerto de Sasebo, sede de una base naval norteamericana, Murakami entró en contacto desde pequeño con esa parcela de la cultura occidental que lo marcaría para siempre; no obstante, fiel a su espíritu de rebelde con causa, protestó contra la presencia militar de Estados Unidos montando una barricada en la azotea de su escuela que le costó la expulsión. En 1970 se mudó a Tokio y durante dos años radicó en Fussa, sede de la base aérea norteamericana de Yokota, una experiencia que dio origen a su impactante debut literario, llevado a la pantalla por él mismo en 1978. Publicada en 1976, Azul casi transparente, única novela de Murakami traducida al español, trajo el éxito instantáneo: ganadora de dos premios notables, el Akutagawa y el Gunzo concedido a los nuevos talentos, vendió más de dos millones de ejemplares y asoció el nombre del autor con la polémica, un nexo que a la fecha perdura. (Un ejemplo más reciente: la aparición de In the Miso Soup, viaje al corazón de las tinieblas homicidas ubicado en Kabukicho, distrito reconocido como “el campeón indiscutible” en el mapa sexual de Tokio, coincidió con una serie de crímenes cometidos por un estudiante de catorce años oriundo de Kobe.) De corte claramente autobiográfico el narrador en primera persona se llama Ryu y la acción transcurre en los alrededores de la base de Yokota, Azul casi transparente sigue las peripecias de un grupo de chicos y chicas muy jóvenes (Kazuo, Okinawa, Yoshiyama y el propio Ryu; Kei, Lilly, Moko y Reiko) entregados a un vértigo de drogas y lujuria en el que el nihilismo y la falta de códigos morales son paliados por brotes de una pureza insólita, fruto de una conciencia epifánica.
Eres un tipo extraño dice Lilly a Ryu, lo siento por ti, hasta cuando cierras los ojos tratas de ver cosas flotando.
A lo que él, páginas después, responde:
Si te pones a mirar un rato largo, es realmente interesante, me refiero a eso cuando hablo de ver cosas. No sé por qué, pero estos días las cosas me parecen realmente nuevas.
Este apunte es reelaborado por Kenji, el narrador de In the Miso Soup, una vez que Frank, el multiasesino que lo contrata como chofer nocturno, le abre las puertas de su locura: “Sentí que escuchaba los relatos de un guía en un país inexplorado.” Ésa es justo la impresión que provoca el proyecto de Murakami, conquistador de territorios donde la oscuridad de los excesos es alumbrada por un fulgor surrealista que da cabida aun al gesto compasivo. Muestra de ello es Coin Locker Babies (1980), extensa novela escrita en sólo diez meses y cuyos personajes centrales, dice Steve Erickson, son emblema del moderno Japón, profundamente alienado, surgido en agosto de 1945 luego de las explosiones atómicas. Hay que coincidir: abandonados de recién nacidos por sus madres en sendos casilleros de una estación de tren, Kiku y Hashi, los protagonistas, crecen entre un orfanato y el hogar de sus padres adoptivos en una isla semidesierta sufriendo una crisis de identidad similar a la de su país, crisis convertida con el paso del tiempo en un deseo de venganza que será saciado en Toxitown, zona habitada por freaks y prostitutas. La identidad y sus pliegues es una obsesión diseccionada con igual destreza en In the Miso Soup (Premio Yomiuri 1998) a través de Frank, símbolo del desamparo estadounidense trasladado a Tokio, que al cabo de perpetrar una masacre en un omiai pub o antro de ligue afirma: “Mi cerebro no funciona correctamente, no puedo ensamblar bien los recuerdos en mi cabeza. Pero no son sólo los recuerdos, soy yo mismo. Hay varios yos dentro de este cuerpo y no logro que se conecten o fusionen.” Bella y perturbadora como la pluma del cisne degollado que Frank obsequia a Kenji al concluir su ordalía de tres noches, la obra de Ryu Murakami enlaza los varios yos que conviven dentro de este terrorista minucioso, experto en demoler fronteras entre disciplinas mediante dispositivos que dejan una feroz estela de fuego. –
(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.