En 1964 hice mi primer viaje a Sevilla, acompañado por Miriam Gómez, mi madre y mis dos hijas. Después de haber visto el merecido monumento a Carmen (frente a la plaza de toros de La Maestranza, como es debido), decidí buscar la vera efigie del más grande personaje mítico y literario de Sevilla: Don Juan. Después de andar por parques y paseos, me dijeron el nombre de un curador encargado de la restauración de cuadros de Murillo (también sevillano) y fui a visitarlo. Pero la visita resultó un fiasco. Cuando le pregunté por la estatua de Don Juan exclamó: "¡No existe!" Y al preguntarle por Don Miguel Mañara, su prototipo, se puso más airado: "Ésa es una invención de los franceses." Es posible, pero más lo es Carmen, creada por un escritor francés. "¡No señor!", casi gritó: "Carmen es sevillana." También Mañara. Para qué le dije esto. "Mañara fue un santo, un benefactor de los pobres y desvalidos." Su firmeza enfermiza era insoportable. Fin de la entrevista.
Cuando volví a Sevilla por última vez ahora, guiado por un virgilio sevillano, visité el Hospital de la Caridad, cuyo renombre viene del siglo XVII asociado al nombre de Mañara. Dice la formidable guía Peugeot de España: "y en los jardines se levanta la estatua de su benefactor, Miguel de [sic] Mañara, cuya vida disoluta anterior a su ingreso en una hermandad inspiró el personaje y la leyenda de Don Juan." Dicen mal.
El Hospital de la Caridad es una obra maestra del barroco sevillano desde su misma fachada, según la guía, "con paredes encaladas, cantería rojiza y azulejos". El interior es toda una alegoría de la muerte. Sobre la misma entrada hay un cuadro de Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690) titulado Finis Gloria Mundi (mi traducción: así acaba la gloria del mundo), en el que aparece el cadáver corrupto de un obispo, un esqueleto que lleva la mitra sobre su calavera y entre los huesos de la mano su cetro. Es una visión horrenda de la vida ganada por la muerte. Dice la guía: "y enfrente su no menos siniestro In Ictu Oculi." Según el diccionario enciclopédico Espasa: "Sus mejores cuadros pertenecen al género naturaleza muerta." Indeed!
Pero hay un pero y viene de la mano férrea de la cronología. Miguel Mañara nació en 1627, el año mismo en que Tirso de Molina publicó El burlador de Sevilla. Es posible que Mañara llevara una vida de calavera (definición del Diccionario de la Real: "fig. Hombre dado al libertinaje") antes de llevar calavera. Pero la relación con el personaje de Tirso debió de ser invertida y Mañara se hizo un donjuán, un "seductor de mujeres". En todo caso, Mañara abandonó su vida disoluta y se disolvió en la religión y en la muerte que preside su asilo. En el patio hay un busto suyo y en la entrada está la tarja cuyo epitafio compuso el propio Mañara. Allí, en su lápida a ras de suelo, pide a aquel que entrara no que abandone toda esperanza, como quiere Dante, sino que adrede pisotee su tumba infame. Un panfleto que reparte el actual asilo lleva un retrato de Mañara y como información dice: "La fama de sus virtudes fue tal, que a los pocos meses de su muerte se inician los trámites canónicos de su proceso de beatificación." Ahora, dicen los periódicos, el papa Wojtyla completará la gestión y hará santo a Mañara.
A Tirso de Molina, dramaturgo mercenario y fraile mercedario, se le ha tratado siempre como un escritor aprovechado de antecedentes populares y de coplas sevillanas, y así se le niega su originalidad como el creador de un mito universal. Esta mezquindad también la ha habido con Hamlet y Shakespeare. Hasta se dice que hubo una pieza anterior con el mismo personaje y casi su mismo nombre. Si esto ocurre con el más grande poeta dramático de todos los tiempos, ¿qué no se podrá decir de Tirso entonces? Para colmo, la obra de un epígono, José Zorrilla, es ahora más popular que la de Tirso. El autor del Burlador, burlado. Tal vez esto ocurre porque Don Juan Tenorio tiene un final feliz. En El burlador de Sevilla el convidado de piedra manda a Don Juan al infierno: es una tragedia clásica. En Don Juan Tenorio, drama romántico, la estatua del Comendador dice al blasfemo arrepentido:
un punto de contrición
da a un alma la salvación
y todavía Zorrilla da al burlador la última oportunidad que Tirso le niega:
y ese punto te le dan.
Además, llegué, ¡por fin!, a encontrar ahora la estatua de Don Juan y sus epígrafes vienen todos de Don Juan Tenorio. El padre de José de Zorrilla era de Torquemada, mientras que su segundo apellido es Moral. ¿Coincidencias? –