Fidel Castro ha manejado su propaganda política con la maestría de un Hitler y hasta ha tenido sus Austrias y sus Sudetes. Usted dirá, ¿pero es esto posible desde una nación tan pequeña como Cuba? Habrá que recordarle a usted que Castro envió guerrillas a Venezuela en los años sesenta, a Bolivia con el Che Guevara poco después y a un Jorge Ricardo Masetti (guerrillero que antes fue el fundador de Prensa Latina, la agencia de noticias de Castro) a Argentina. En los setenta despachó hombres y oficiales a Nicaragua y al final de la década tropas cubanas actuaron en Mozambique y en Angola para aplastar a Savimbi, lo que nunca lograron, para salvar inútilmente a Mengistu que era un demente sangriento, con cuerpos de ejército de ocupación. Algunos prefieren olvidar cuando lo alabaron y ahora que está acorralado intentan salvarle no solo la vida sino su mismo gobierno y negar que esa silla coja fue en su apogeo un trono de sangre. Para el pueblo cubano, que lo sufre, Fidel Castro está lejos de rendirse a la evidencia de que eso que él llama todavía revolución es un fracaso obsoleto y el mismo Castro se retrata como un político antediluviano pero todavía peligroso.
Pero no hay que cantar victoria. Castro es todavía un mago de la propaganda y tiene corros y hasta un eco in lontano en México y en España y aun en Canadá. Ha cacareado durante décadas sobre la soberanía nacional, pero nunca mencionó que esa soberanía era subsidiada por la Unión Soviética que le pagaba la astronómica cifra de 5,000 millones de dólares (no de rublos) al año. Pero este subsidio no era gracias al desinteresado corazón eslavo, sino para mantener una base amiga en territorio enemigo: los Estados Unidos quedaban, todavía quedan, a 90 millas. La base se llamaba Lourdes por el pueblo en el que se situó. Rusos y cubanos rogaban juntos en este santuario electrónico y pedían un santuario mutuo: el fin del imperialismo. La historia, odiosa diosa, les concedió otro milagro, el fin del comunismo.
La inhumanidad de Castro contra su propio pueblo quedó patente desde el principio de los fusilamientos de los miembros del ejército y la policía de Batista. Ahora Castro lanza ola tras ola de cubanos al más cruel mar dejando su rescate a la caridad americana, cuando no mueren en las mismas aguas cubanas. Hombres y mujeres antes de escapar repiten a la prensa, no ciertamente cubana, que prefieren morir en el mar a vivir en la isla. Interrogados acerca de su futuro en la base naval de Guantánamo, declaran una y otra vez: “Preferimos la base al campo de concentración que es Cuba.” Todas las voces son decididas.
Este sentimiento no es nuevo. Lo que es nuevo es la decisión de las voces –y el coraje de manifestarse en público rodeados de la policía política cubana–. Es manifiesto que los cubanos no tienen nada, ni siquiera el derecho a vivir. Solo les queda morir. Es por eso que escogen la fuga en el mar.
La solución del problema cubano comenzará con la ida o la huida de Fidel Castro. No habrá solución en Cuba mientras Castro mande y desmande. Los recientes disturbios en La Habana prueban que no es la economía cubana la que está en crisis, sino la relación del pueblo con Castro. Los amotinados no gritaban “¡Pan!” sino “¡Libertad! ¡Libertad!”. Los extranjeros si van a intervenir con fórmulas continuistas (como han hecho hasta ahora Salinas y Felipe González) que se queden en sus poltronas en que han recibido a Castro como un libertador cuando no es más que una anacrónico caudillo americano. Más cruel que Rosas, más supremo que Francia, más tirano que Trujillo, más siniestro que Somoza y tan ubicuo como Ubico, a Fidel Castro hay que devolverle el grito que daba para expulsar a los gusanos: ¡Que se vaya!
En Cuba no hay elecciones desde 1952, cuando Batista dio un golpe de Estado incruento, pero su poder pronto se volvió sangriento. Sin embargo, Batista solo había violado el poder constitucional basado en una constitución que él mismo había promulgado en 1940. Fidel Castro, diecinueve años más tarde, se hizo con el poder que luego convirtió en absoluto. Desde 1959 no ha habido elecciones, plebiscitos o consultas públicas en Cuba. La violencia de Estado, el terror, ha dejado a Batista y a los otros tiranos cubanos (Machado, Gómez) convertidos en los proverbiales niños de una teta sangrienta. Treinta y cinco años más tarde Castro sigue aferrado al poder y parece que solo será desalojado a la fuerza.
Los últimos acontecimientos obligan a recordar de nuevo, aunque sea de paso, la cruel política que ha impuesto a su pueblo Fidel Castro. Hambreado con método (el racionamiento de todos los productos primarios se estableció en hora tan temprana como 1962) el pueblo está ahora de veras en el hambre sin método. El nuevo orden castrista se ha convertido en un desorden del que todos quieren huir. ~