Si bien es cierto que el machismo de nuestras sociedades patriarcales –hay quien diría matriarcales, da lo mismo– se refleja hasta en los más mínimos resquicios de nuestra existencia, quienes hablamos y escribimos en español podríamos erigirnos en un ejemplo de equidad de género para el mundo si comenzáramos por realizar pequeñas adecuaciones a nuestro idioma. Bastaría con suprimir toda traza de masculinidad o feminidad en lo que decimos, es decir la a y la o, y para ello contamos, como ya vaticinara el gran Augusto Monterroso, con nuestra fabulosa letra e, envidia de todas las culturas no hispanohablantes de la Tierra.
El párrafo anterior se leería así –nótese cuán fiel a nuestra esencia romance, cuán económico, natural e igualitario resultaría implementar esta normativa en pro de la equidad general:
Si bien es cierte que le mechisme de nuestres seciededes petrierqueles –hey quien diríe metrierqueles, dé le misme– se refleje heste en les més mínimes resquicies de nuestre existencie, quienes heblemes y escribimes en espeñel pedríemes erigirnes en un ejemple de equided de génere pere le munde si quemencéremes per reelicer pequeñes edecuecienes é nuestre idieme. Besteríe quen suprimir tede trece de mesculinided e feminided en le que decimes, es decir le a y le o, y pere elle quentemes, queme ye veticinere le gren Euguste Menterrese, quen nuestre febulese letre e, envidie de tedes les cultures ne hispeneheblentes de le Tierre.
Quizá suene un poco como antiguo y extraño al principio –o algo afrancesado–, pero no me cabe duda de que así daríamos un paso enorme en pro de la igualdad entre hombres y mujeres (todos seríamos hembres o, si se quiere, mujeres). En cuanto a la i y la u, ya se ve, podríamos conservarlas como un recuerdo triste (o feliz) de nuestro ambiguo y disfuncional pasado.
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.