“La extensión y el tema de los libros se dejan al criterio de los autores, que deberán tener en cuenta las dimensiones habituales de los libros de poesía”; “los trabajos tendrán una extensión mínima de 400 versos”; “la extensión mínima deberá ser de 50 cuartillas, y la máxima de 100”… Estas chocantes restricciones son extractos de diversas convocatorias a concursos de poesía, tanto españoles como mexicanos, y a los burócratas culturales que las redactaron debemos, aunque nos cueste aceptarlo, la uniformidad más o menos compartida de los formatos de poesía en español. Los premios, que en sí mismos podrían considerarse positivos, han terminado por viciar no sólo el plano sociológico de la poesía, instaurando un sistema de reconocimientos que en un acto de contagiosa estupidez termina por confundirse con calidad literaria, sino también el plano formal de la poesía, e incluso la idea de cómo es y cómo no es un libro de poemas. ~
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