Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999)

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En cierta ocasión escribió Saramago, y ahora, por desgracia, habrá tenido que repetirlo mucho, que “el lugar situado a la derecha de Cervantes, vacante durante siglos, había sido ocupado por Gonzalo Torrente Ballester”. Esto que, en principio, pudiera parecer una hipérbole o un elogio fácil, deja de serlo si tenemos en cuenta que España siempre ha sido un país muy poco cervantino y que la tradición de El Quijote ha sido la menos cultivada por los escritores españoles, siempre propensos al barroquismo o al realismo más chato y descarnado. De hecho, según dejó apuntado Torrente en su magnífico ensayo El Quijote como juego (1975), la tradición cervantina fue continuada más bien por la novela inglesa, fundamentalmente por Sterne y su Tristram Shandy, y por Jonathan Swift; de tal forma que Cervantes acabó convirtiéndose en un caso aislado y ciertamente excepcional dentro de su propia cultura: el único escritor de literatura fantástica que había habido en España.
     Precisamente, lo que hace Torrente Ballester en su novela más significativa, La saga/fuga de J.B. (1972), es recoger lo que él llama la tradición “anglocervantina” y reintroducir lo fantástico en nuestra literatura, justo en un momento en el que la novela española se debate entre el experimentalismo estéril y el más que gastado realismo crítico. La saga/fuga de J.B. se constituyó así en el principal hito de ese importante movimiento de renovación de la novela que tuvo lugar en España en los años setenta, si bien es cierto que todavía hay críticos empeñados en vincular innecesariamente esta novela al realismo mágico y, de manera directa, a Cien años de soledad, con la que presenta algunas coincidencias, como la invención de una geografía imaginaria y fabulosa, en este caso Castroforte del Baralla, una ciudad que, entre otras cosas, levita en determinadas circunstancias.
     Es muy posible que Torrente Ballester se viera estimulado por la obra de García Márquez y de algunos otros autores hispanoamericanos inscritos en la órbita del mal llamado realismo mágico. Pero Torrente no necesitaba imitarlos ni inspirarse en sus libros para elaborar su novela. Al igual que algunos de ellos, él también solía decir que no inventaba casi nada, que copiaba simplemente una realidad en sí misma fantástica, la realidad de su Galicia natal. De ahí que Castroforte nada tenga que ver con Macondo, sino con la ciudad de Pontevedra, en la que el autor vivió varios años, ni José Bastida con Aureliano Buendía, sino con Alonso Quijano.
     Irónicamente, el reconocimiento público no le vino a Torrente de la mano de esta gran novela, sino de la adaptación televisiva en 1982 de una de las obras que menos le gustaban, la trilogía Los gozos y las sombras (1957-1962), escrita aún bajo los supuestos del realismo, que luego él tanto repudiaría. Contra ese “empacho de realismo” que supuso para él la trilogía, escribió Don Juan (1963), su novela preferida -junto con La saga/fuga de J.B. y Fragmentos de Apocalipsis (1977)- y uno de los fracasos más estrepitosos de su ya de por sí accidentada carrera literaria. Si hace apenas unas semanas Torrente hubiera podido asistir a su propio entierro, sin duda hubiera repetido con sorna aquello que le oí decir en cierta ocasión, con motivo de un homenaje: “¡Oh, cuántos elogios! Durante años ni siquiera tuve los necesarios para sobrevivir”. –

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