Para los griegos, la celebración de los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas será el cumplimiento de una deuda histórica. La desilusión que sintieron en 1996, cuando el espíritu olímpico griego fue vencido por el imperio de Coca Cola en Atlanta, que les quitó su Olimpiada centenaria, fue superada sólo con la decisión de los miembros del Comité Olímpico Internacional de que 2004 sería el año del reencuentro con las raíces griegas. El problema es que nadie contaba con acontecimientos que iban a cambiar y torcer la ruta de nuestra historia moderna.
A partir del 11-s, y con más intensidad aún tras el 11-m, un nuevo espectro
recorre el mundo occidental. El enemigo invisible, el terrorista que difunde su publicidad a través de internet y que forma parte de una rama suelta del árbol de Al Qaeda, llega a cada rincón del planeta y produce escalofríos con su probable capacidad operacional. Puede estar en cualquier país, conducido por una fe ciega, controlada por mentes que proponen el integrismo islámico como respuesta a un Occidente en decadencia.
En nombre de unos Juegos Olímpicos seguros, los griegos inevitablemente han de sentir la presión de una limitación de sus derechos políticos y sociales, porque los servicios secretos de países extranjeros tendrán la posibilidad de ser, junto con el ejército griego, los reguladores de su vida cotidiana y tendrán acceso en cada momento a los archivos y ficheros personales de los ciudadanos. Dentro de todo esto, ¿no parece que ha desaparecido por completo el espíritu griego de la libertad y la solidaridad y, sobre todo, la famosa tregua olímpica durante la celebración de los juegos? ¿Quién puede soñar que estos juegos no van a ser un negocio internacional donde el público aplaudirá a atletas que reciben millones y no una simple corona de laurel? El famoso espíritu se ha perdido por los pasillos de la historia y, según parece, los doce dioses del Olimpo se están riendo por la mala representación teatral de una idea como la de los Juegos Olímpicos que ellos mismos patrocinaban y aplaudían, intentando convencer a los mortales de que sólo los héroes merecían su gracia.
El próximo agosto los doce dioses probablemente no estarán en Atenas por culpa de los radares volantes Awacs que sobrevolarán el cielo de Ática impidiéndoles el acceso, mientras siete mil hombres del ejército griego controlarán puertos y fronteras y los policías se dedicarán a sorprender a los habitantes de los barrios. Todos presionan. Por eso hace unos días el nuevo gobierno griego pidió oficialmente la ayuda de la otan, que no dudó ni un solo instante en ofrecérsela. ¿Quién sabrá proporcionar mejor información sobre los terroristas que sus servicios de información?
Dentro de un clima propio de la inevitable “histeria del terror”, muchos griegos no están seguros de si están preparando el mayor acontecimiento de la paz mundial o se preparan para la guerra. A los integristas musulmanes no les interesan las relaciones amistosas que Grecia mantiene desde hace muchas décadas con el mundo árabe. Madrid también las tenía antes de la guerra de Iraq, pero nada detuvo a los terroristas a la hora de asesinar a 202 personas. La apuesta griega, o por lo menos su espíritu, está en peligro.
Las medidas de seguridad de los juegos que elaboró el gobierno griego son las más caras que se planificaron jamás. El presupuesto inicial, de seiscientos millones de euros, hoy supera los mil millones, y después de la masacre de Madrid nadie se atreve a preguntar qué cifras alcanzará. Los acontecimientos de Madrid lo cambiaron todo. El nuevo plan prevé que el puerto de Pireo estará cerrado a los barcos, mientras quinientos comandos americanos, en colaboración con 1,500 soldados que se entrenan a diario, controlarán junto con la policía griega todo aquello que se mueve, respira, reacciona y, probablemente, piensa. Otro problema que surge de tal concentración de fuerzas militares internacionales es cómo y quién controlará y organizará sus movimientos.
Es esta una militarización propiciada por el terror que solamente puede generar tristeza, sobre todo en quienes respiraron profundamente al Oráculo de Apolo en Delfos, o soñaron con el ruido de los aplausos de los atletas en Olimpia mientras atenienses y espartanos descansaban de sus interminables guerras. –
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