Información ominosa

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No todas las noticias ominosas han de ser directas. No todas son frases como:

Por ningún motivo vaya a detenerse usted en la escalera, ¿me entendió?

Si llega a entrar, usted no se mueva.

Oiga, ¿dónde tiene la cabeza esta cosa?

El que está tocando con energía el violín no es humano.

No, hay casos en que las frases más castas, más inofensivas, pueden cobrar carácter ominoso. Por ejemplo, esta información un tanto untuosa, piripiti, ominosa cuando ya pasó la cosa, ex post facto, como dicen los ilustrados, o a toro pasado, como decimos los demás: “En la alegría general los invitados se entregaban a saborear los suculentos manjares cuando…”

Esta información no es necesariamente ominosa, pese al cuando, porque puede continuarse diciendo cosas como “cuando entró borracho el Abulón Domínguez”, que puede ser tal vez molesto, pero no es de suyo calamitoso.

Menos candoroso viene a ser rematar la frase anterior así:

En la alegría general los invitados se entregaban a saborear los suculentos manjares cuando la lona colocada por la Casa Pinto se desplomó sobre ellos con todo y el barandal al que había sido atada, desobedeciendo la recomendación expresa de don Filiberto Ponce, anfitrión del banquete, de que no se amarrara ahí.

Más interesante es la información que se hace ominosa por el género literario en que se engasta. Así, cualquier hecho puede ser el inicio de una emocionante novela policiaca o de ciencia ficción, porque, de acuerdo al género, los hechos inofensivos se leen como un adelanto, un primer paso, en el rompimiento de la mansa cotidianidad esencial al género. Por ejemplo: “Aquella tarde el doctor se dirigía a su casa cuando…” En este caso el artero aquella indica esa tarde y no otra, la tarde crucial.

Piénsese que cualquier frase puede hacer el mismo trabajo. “José Piña sentose a comer” puede anunciar algo horrible como: José Piña sentose a comer sin advertir que el marciano se estaba escurriendo por debajo de la puerta cerrada.

Otra cosa es lo ominoso cuando, paradójicamente, aparece una vez que la cotidianidad ha sido interrumpida con el surgimiento de lo horrible. Así lo ha señalado, con su elocuencia habitual, Thomas de Quincey en su conocido ensayo “Los golpes a la puerta en Macbeth”.

Macbeth y su mujer consuman el asesinato del rey, el gentil Duncan, cuando fue “su piel de plata galoneada por su sangre de oro” (II, 3). En ese preciso momento se oye que llaman a la puerta, tres discretos golpes, así conviene que sean en el montaje, completamente apacibles, cotidianos. Estos golpes “reflejan en el asesino un horror particular y una solemnidad profunda”, señala De Quincey. Y sí, el pormenor del llamado inmediatamente después del apuñalamiento es parte de la continua genialidad del bardo.

Pero ¿por qué?, se pregunta De Quincey, ¿por qué son tan siniestros esos tres golpes, por qué producen esa fuerte impresión?

Aquí aparece la teoría dequinciana de que todo se aprecia mejor por reacción. La animación un poco salvaje de la fiesta se percibe mejor mirando el desorden en que queda la casa a la mañana siguiente. Cuando ha presenciado usted, observa De Quincey, que su mujer, su hija o su hermana sufren un desmayo, “habrá usted advertido que el momento más impresionante de la escena es aquel en que un suspiro o un ligero movimiento anuncia que la vida suspendida vuelve a comenzar”.

Me encanta este ejemplo, ¿no es cierto que son fascinantes los desmayos de las damas de otros tiempos, damas de corset? Con la ausencia en este lamentable siglo de esta súbita e inexplicable facultad de caer privadas, las mujeres han perdido gran parte de su atractivo. Cuando el sutil Vsévolod Meyerhold montó las farsas breves de Chéjov lo primero que ensayó fueron los desmayos de la actrices, que no son nada fáciles de representar.

Podría seguir con las damas de otros tiempos, pero veo que estoy cayendo en el procedimiento preferido de De Quincey, es decir, en la digresión larga e inmotivada.

Rematemos el asunto con la presentación de la técnica del contraste reactivo: Después de que “la muerte con su mazo de piedra” golpeó al rey, “después de hacerse patente la retirada del corazón humano y el ingreso del corazón diabólico” en los esposos Macbeth, “al reanudarse los usos del mundo en que vivimos, nos damos cuenta por primera vez” de lo que sucedió, “el horrible paréntesis que los suspendiera”. Y tal vez no “por primera vez”, pero sí con mayor nitidez y espectacularidad ominosa. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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