Hijos de su madre

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โ€œNunca he podido entender cรณmo un padre puede amar tiernamente a su hija sin haberse acostado al menos una vez con ella.โ€ Quizรก lo mรกs notable de esta frase, cuyas circunstancias refiere en este nรบmero inicial de Letras Libres Juan Villoro, sea la despreocupaciรณn con que su autor, anciano bibliotecario del Conde de Waldstein en el siglo y amante incestuoso en la pรกgina de sus memorias, nos hace pasar sobre ella sin entretenernos en reflexiones.
Estamos tan lejos de la pesada mรกquina razonante del Marquรฉs de Sade, hoy bastante oxidada, como de las pรกginas minuciosas, groseramente festivas y todavรญa humectantes de la Anti-Justine que Restif de la Bretonne escribiรณ para ridiculizarlo y celebrar (con conocimiento de causa, pues tuvo a algunas de sus doscientas diecisiete hijas entre sus muchas amantes) las delicias de la pasiรณn incestuosa. Junto a la escandalosa voluntad de transgresiรณn de esos dos fanรกticos de la verdad revolucionaria, en los que la adoraciรณn de la carne conduce inevitablemente al descuartizamiento y que anuncian, cada uno a su modo, la caรญda del ancien rรฉgime y el alba del romanticismo, la ligereza del aventurero veneciano puede resultar tan chocante como encantadoramente salonnier. ยฟPara quรฉ detenerse en cuestiones desagradables, cuando no lo son sino por obra de supersticiones irracionales y, por lo mismo, carentes de sentido? Lo razonable es obedecer a la pasiรณn.
En sus notas sobre el arte de la conversaciรณn, Madame Necker observรณ que el comercio con los otros exigรญa la vigilancia de una โ€œsociedad secreta que albergamosโ€ y que conspira en nuestra contra, pues se opone al orden social. Esta imagen de la interioridad como reflejo de la sociedad, desde luego anterior a la nociรณn freudiana del inconsciente y a la exaltaciรณn romรกntica de la sinceridad, no era sin duda ajena a un escritor que supo desempeรฑarse como espรญa y escribe para una posteridad hecha a imagen de los salones. Para ella y desde ella: el Caballero de Seingalt, que deplorรณ la Revoluciรณn Francesa, hubiera visto el desbordamiento del mundo interior como equivalente a la entrada del pueblo en los salones. ยฟHay que deducir de ello que carecรญa de vida interior? No necesariamente. โ€œEntre la potencia y el acto, estรก el infinitoโ€, escribiรณ en uno de sus trabajos filosรณficos. En esa actitud podemos ver, quizรก, uno de los extremos del espรญritu ilustrado: es, digรกmoslo asรญ, su reducciรณn al absurdo. Ser racional no es, para el frecuentador de los salones, problematizar la realidad sino hacerla viable y no ser razonable equivale a ser irracional.
La imagen popular de Casanova, el lugar comรบn de los ilustradores, las ediciones abreviadas, las pelรญculas y la expresiรณn figurada, es la del hombre a punto de entrar en el lecho. Pero la pasiรณn amorosa, que en el veneciano corresponde a una idea del amor anterior a Rousseau y al romanticismo (y a la que no es inรบtil volver los ojos), no es menos fuerte en รฉl que la pasiรณn combinatoria. Financiero, creador de una loterรญa gramatical, economista estudioso de los impuestos y la instalaciรณn de fรกbricas, matemรกtico, geรณmetra, cabalista, poeta, compositor (y novelista, filรณsofo, dramaturgo, crรญtico literario, historiador, editor, violinista, mรฉdico, pedagogo, abogado, clรฉrigo, espรญa), el aventurero actรบa en funciรณn de un cรกlculo y a cada paso lanza una apuesta. La sociedad es un mundo de relaciones en juego, y la combinaciรณn de los caracteres, los intereses, las pasiones, las virtudes, las debilidades, tejen una red cuyo dibujo cambia sin cesar.
Casanova pudo desempeรฑar los papeles mรกs diversos porque supo cumplir las funciones que representaban. Veรญa el mundo como un escenario y la vida como una representaciรณn en que cada actor desempeรฑa un papel, cumple una funciรณn y se define, asรญ, en funciรณn de los otros. Si mรกs de una vez se felicita de ser el autor de la obra que se representa ante sus ojos, tambiรฉn ocurre que se entregue a los brazos de una mujer no como quien culmina una conquista sino como quien cae en las redes de una conspiraciรณn.
Llamar a Casanova filรณsofo de la acciรณn, como ha hecho Philippe Sollers en un libro brillante y superficial, es ingenioso pero falso. ยฟNo respondiรณ Voltaire, cuando confesรณ que habรญa disfrutado mucho su visita a un burdel, que no repetirรญa la experiencia porque sรณlo podรญa tenerla โ€œuna vez como filรณsofo; dos, como un pervertidoโ€? Devoto de la Diosa Razรณn tanto (y tan poco) como de Dios, el Caballero de Seingalt no cesa, como todo su siglo, de argumentar, pero lo hace sobre todo para seducir; lo suyo es tender puentes, no asomarse al abismo. Pero el aventurero sabe que el lector va mรกs despacio, y que sentirรก el vรฉrtigo.
Antes que a los hombres de su siglo, Casanova recuerda, en su actitud ante el incesto, a Paul Lรฉautaud, que toda su vida lamentarรญa no haber sido mรกs arrojado โ€œcierta noche de octubre de 1901, en Calais, al reencontrar a mi madre luego de veinte aรฑos de no saber nada uno de la otra, ella tan hermosa todavรญa, tan atrayente, en sus palabras y en su actitudโ€ฆ No me da ninguna vergรผenza lamentarloโ€. En Le Petit Ami, el hermoso relato de la relaciรณn con su madre, el narrador se demora en la exploraciรณn de sus sentimientos, pero no hay ninguna reflexiรณn sobre el sentido del tabรบ del incesto, que evidentemente es el centro de gravedad de su relato. Desde luego, no es que Lรฉautaud lo ignore:
es que su narraciรณn, los hechos que describe y el carรกcter que retrata dependen de ese salto sobre el abismo.
No hay, a primera vista, dos escritores mรกs diferentes: uno, un viajero incesante, espejo de seductores, actor de todos los papeles; el otro, un tรญmido que apenas saliรณ de su casa y dedicรณ su vida entera a la escritura. Los dos, sin embargo, hijos de actrices abandonados pronto por su madre, vieron el orden social como una representaciรณn y, en lugar de volver los ojos hacia su tiniebla interior, se dedicaron a explorar, con una curiosidad que los confesores llamarรญan malsana, las entretelas del mundo exterior. No son revolucionarios, no les interesa socavar el orden social,
no creen en el progreso, pero los dos, a la luz de las velas y con pluma de ganso, hacen un retrato moral de los hombres mucho menos complaciente que el de muchos moralistas. La sociedad,
como han mostrado los antropรณlogos,
se funda en el tabรบ del incesto; la literatura estรก mรกs allรก del orden social.
โ€” Aurelio Asiain

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