San Marcos es una nación latinoamericana que nació de la imaginación de Woody Allen. El país ficticio es el escenario central de Bananas (1971), segundo largometraje del cineasta neoyorquino. Al ver esta película, tres décadas después de su estreno, uno puede sacar dos conclusiones: el humor de Allen ha madurado mucho con el tiempo, y América Latina aún mantiene esa imagen de territorio condenado al subdesarrollo económico y la inestabilidad política. Ante los acontecimientos de los últimos meses en Venezuela, la tragicomedia de Bananas se presenta como un retrato vigente de algunas naciones del Cono Sur.
El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri definió su patria como "un país pegado a una industria petrolera". La frase es válida para designar tanto la Venezuela de hoy como el México de hace dos décadas. En 1982, de cada dólar exportado por México, 78 centavos provenían de la venta de hidrocarburos. Para el año 2000, el petróleo y el gas natural aportaron menos del 10% de las ventas al exterior, mientras que hoy en día, para Venezuela, la venta de energéticos representa el 84% de sus exportaciones totales.
En este rubro de la economía, la Venezuela de Hugo Chávez se parece mucho al México que gobernó José López Portillo. Hace 25 años, México y Venezuela tomaron la misma senda para alcanzar el desarrollo: las ganancias del petróleo y los préstamos del exterior serían los motores para alcanzar la prosperidad. Cuando se desplomaron los precios por barril y subieron las tasas de interés, la ilusión de ambos países se tornó pesadilla. Aquí, México decidió virar el rumbo e iniciar el proceso de reformas estructurales. La apertura comercial, y la reducción del intervencionismo estatal en la economía, transformó la estructura productiva de nuestro país.
Entre tanto, Venezuela insistió en su derrotero con la aspiración de convertirse en la Arabia Saudita del hemisferio. La opción resultó ser una puerta falsa. El oro negro del Orinoco no fue suficiente para salir del subdesarrollo.
El concepto peyorativo de república bananera se utilizó para describir la situación que privó en Guatemala entre 1920 y 1944, cuando la United Fruit Company tenía una enorme influencia sobre la toma de decisiones del gobierno. En plena época de la industrialización, se consideraba que depender de la producción agrícola era un signo inequívoco de atraso. En la era de la información, un país que basa su desarrollo en la producción de materias primas está condenado al subdesarrollo. Las repúblicas bananeras de antaño son las economías petrolizadas del siglo XXI.
México se salvó de permanecer condenado a la dependencia petrolera gracias a la integración comercial con la economía global. Ante la incapacidad de lograr una reforma fiscal que fortalezca la capacidad financiera del gobierno mexicano, los ingresos por exportación de hidrocarburos aún representan una importante fuente de recursos para el erario público. Sin embargo, la estabilidad económica nacional ya no depende exclusivamente del comportamiento veleidoso de los precios del petróleo.
El principal problema de Venezuela no es Hugo Chávez, sino la incapacidad de sucesivos gobiernos para reformar la economía. La elección del militar golpista a la presidencia fue el resultado de un profundo desprestigio de los dos partidos políticos tradicionales, que se alternaron en el poder desde fines de los años cincuenta. Tanto Acción Democrática (AD) como el Comité de Acción Política Electoral Independiente (COPEI) quedaron marcados por la corrupción y la ineptitud. El desgaste de las promesas que prodigaban los viejos políticos le abrió la puerta al caudillo megalómano.
El sistema de partidos políticos en México tiene una serie de candados legales para cerrarle el paso a una versión autóctona de Hugo Chávez: no se permiten las candidaturas presidenciales independientes y existe una serie de graves requisitos para la formación de nuevos partidos políticos. Con la actual legislación electoral, tampoco podría surgir el equivalente a Ross Perot, el millonario tejano que, al margen del sistema bipartidista, autofinanció su malograda campaña presidencial en Estados Unidos.
Sin embargo, nuestro país no ha encontrado una vacuna contra uno de los males que devastó el sistema político venezolano: la ineptitud. Cuando el ejercicio de gobierno no ofrece a la población ningún resultado tangible, se puede abrir una peligrosa fisura en los cimientos de la estructura política. El desencanto es la premisa del cinismo. La apatía frente a las urnas, y la pérdida de fe en la democracia como forma de gobierno, son el abono ideal para la proliferación de los demagogos.
En Venezuela, Chávez cosechó la frustración ciudadana contra la política tradicional. Un sólido sistema de partidos quedó hecho polvo ante las arengas del estadista de manicomio. La prosa beligerante del caudillo crió cuervos que se volvieron a sacarle los ojos. Después de permanecer en la cárcel por haber dado un golpe de estado, y luego de sobrevivir a otro en su contra, Hugo Chávez demostró que tiene más vidas que un gato con suerte. Sin embargo, su capacidad de supervivencia política no es necesariamente una buena noticia para su país. Sin cambios profundos en la economía, Venezuela seguirá muy parecida al San Marcos de Woody Allen. Y si México no fortalece las reformas estructurales, cada vez estaremos más cerca de Venezuela. ~