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Cuando todo sobre el nazismo parecía estar escrito, en Alemania de pronto se ha desatado una copiosa tormenta de críticas en torno a Thor Kunkel y a su libro Endstufe, título que podría traducirse como La escena final. Por ejemplo, hace unas semanas la revista Der Spiegel acusó al escritor de trivializar el Tercer Reich y de soslayar la pesadilla del Holocausto, y Alexander Fest, cabeza de la editorial Rowohlt y ex editor de Kunkel, no ha tenido reparos en hacer públicos los motivos que tuvo para cancelar el contrato de edición de Endstufe, una novela de 622 páginas en la que, adelantan quienes la han leído, el sexo es esencial y los oficiales de la SS son protagonistas de muchas orgías.
     ¿Fantasías delirantes de un escritor desesperado por consagrarse a través del escándalo en las listas de los libros más vendidos? Lo de la ambición es posible; en cuanto a los delirios, Kunkel ha explicado con detalle que la trama de Endstufe está basada en una investigación histórica, y de paso ha rechazado todas las acusaciones en su contra.
     Luego de ganar el “Ernst Willner”, un prestigiado premio alemán, con su primera novela (Das Schwarlicht Terranium), este escritor, nacido en Fráncfort en 1963, se sumergió en la investigación de una curiosidad histórica del periodo nazi: la producción y comercialización clandestina de cine pornográfico filmado y actuado por improvisados.
     En una entrevista reciente para el periódico inglés The Guardian, Kunkel relata que, tras un intenso rastreo dentro y fuera de Alemania, pudo localizar dos cintas en blanco y negro tituladas Deseo en los bosques y El cazador, que los historiadores del cine reconocieron como parte de los tan buscados “Sachsenwald films“, llamados así porque había indicios de que en la región de Sachsenwald (los bosques de la Baja Sajonia), cerca de Hamburgo, se rodaban películas clandestinas a principios de los años cuarenta.
     Con los rollos en la mano, Kunkel comprobó que, antes de que Alemania fuera bombardeada por los aliados en la Segunda Guerra Mundial, anónimos oficiales del ejército nazi produjeron películas porno que no sólo fueron vistas por la jerarquía militar en campaña por distintas partes de Europa y África, sino también por comerciantes prósperos y gente influyente de los países ocupados o por colaboracionistas, quienes llegaron a intercambiar productos muy codiciados por los alemanes, como repelentes de insectos y manjares, por aquellas cintas literalmente excitantes para la época.
     En Deseo en los bosques, los rostros de los actores de la orgía edénica son tan claros que, gracias a los detalles, un fotógrafo entrevistado por el escritor durante la investigación pudo reconocer sin problemas a la quinceañera que aparece desnuda y atada a un árbol en una escena decididamente candorosa frente a lo que hoy puede verse en cualquier película del género bondage. Además, aquel fotógrafo le confió a Kunkel algo más impactante: que hacía sesenta años él mismo había retratado desnuda a aquella adolescente, y que incluso recordaba su nombre. Lo siguiente fue el colmo de la buena suerte para el novelista: la improvisada actriz porno aún vive en un un asilo en Hamburgo.
     Kunkel relata a The Guardian que, cuando fue a conocerla, la anciana de 83 años quedó desconcertada al oír los motivos de la visita, pero al final aceptó ayudarlo, revelándole la historia detrás de las escenas que la inmortalizan como inconsciente precursora de la industria pornográfica alemana.
     Para The Guardian, el novelista resumió así las evocaciones de la mujer: “Ella pudo recordar sólo a dos ‘hombres amables y encantadores’ que la abordaron afuera de una tabaquería en Berlín. Los hombres las llevaron a ella y a su hermana en un Opel Admiral negro (el coche preferido por la Gestapo) a la zona boscosa en las afueras de Hamburgo. Me dijo que ella y su hermana hicieron un trío con un hombre, y que esto le había parecido un poco sorprendente…”
     Más allá de este testimonio, y de otros datos aportados por 57 veteranos del ejército alemán a quienes Kunkel también entrevistó, el escritor no pudo conocer información importante, como el nombre del director de las películas, por ejemplo, pero eso lo dejó para los historiadores. Con suficiente material para documentar su historia, entonces comenzó a escribir Endstufe, cuya trama comienza en 1941 y sigue hasta la derrota nazi y la invasión aliada de Alemania, asuntos que, al parecer, el autor aborda desde una perspectiva poco ortodoxa en la literatura alemana contemporánea. Según la crítica del semanario Der Spigel, que ya conoce el texto, en la obra los alemanes son retratados como víctimas y los aliados como criminales de guerra, especialmente los soviéticos, cuyas violaciones a las alemanas son descritas con lujo de detalle. “No soy político, soy un artista”, “hemos aprendido del pasado, pero esto no se puede reflejar siempre en la literatura y el arte con la misma fórmula”, ha declarado recientemente Kunkel en The New York Times, defendiendo su derecho de crear literatura por encima de los embates de la corrección política. ~

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