El crítico canadiense Hugh Kenner murió el pasado 24 de noviembre de 2003, a los ochenta años, sin que esto sembrara la más leve impresión en el ánimo de los lectores de habla española. Este aparente desdén de nuestra parte no tendría la menor importancia si Hugh Kenner no hubiera sido el autor de uno de los libros de crítica más brillantes y acuciosos que se han escrito sobre el periodo “moderno” de las artes y las letras occidentales: The Pound Era (University of California Press, 1971).
A pesar de la concentración de sus temas, el de Kenner fue un ingenio prolífico: su bibliografía suma 32 libros y centenares de artículos publicados en revistas, periódicos y volúmenes colectivos de ensayo. Su ingenio no sólo fue fecundo sino diverso: así como escribió sobre Chesterton, Pound, Joyce, Flaubert y Samuel Beckett, también lo hizo
sobre matemáticas, geometría y personajes de dibujos animados. Sin embargo, el libro sobre Pound constituye el eje de sus pesquisas sobre literatura y todo lo que puede comprender el espectro literario. En el momento de su publicación, el libro de Kenner mereció el encomio de una mayoría de reseñistas, quienes no supieron sino admirar la inmensa cultura desplegada en las seiscientas seis páginas
del libro (sumados sus notas y sus índices). Pero en medio de ese círculo de eterna suspicacia flotaba una pregunta: ¿era válido hacer girar toda una época de literatura por demás brillante y revolucionaria en torno de una sola figura, Pound, uno de los poetas más polémicos y denostados en la segunda mitad del siglo XX?
Naturalmente, la de Kenner era una apuesta consciente, marcada por una sensibilidad atenta no sólo al dato el examen erudito y reiterado de los textos sino al pathos de una época que había dejado de existir. El vasto tejido que ofrece Hugh Kenner en The Pound Era (cuya ambiciosa elaboración recuerda a ciertos ensayistas ingleses del siglo xix, como John Ruskin y Walter Pater) denota un sentido de comunidad más que de singularidad; el cobijo de Pound representa sobre todo la síntesis de un conjunto de obsesiones e intuiciones que fueron el territorio afín de algunos de los artistas más notables del siglo. Una de estas “obsesiones” fue la recuperación o la restauración, como quiera verse del pasado grecolatino; y la mayor de las intuiciones de los modernistas norteamericanos y europeos fue el darse cuenta de que en las manifestaciones más antiguas y primitivas de la cultura se hallaba lo más novedoso y significativo de la tensión presente.
Una “estética de vislumbres, la estética de una época”, dice Kenner a propósito del modernismo poundiano, sin dejar de lado el sobrentendido de que el aprendizaje (learning) y la formulación oportuna de las preguntas correctas lo son prácticamente todo. No sólo para el crítico, también para el artista: “Porque el segundo Renacimiento que comenzó para los clasicistas en 1891 con una lluvia de papiros fue un Renacimiento de la atención. A final de cuentas, tal vez no sea otra cosa lo que más importa en las artes.”
La suerte que han corrido los libros de Kenner en idioma español ha sido errática. Hasta donde sé, no existe uno solo traducido a nuestra lengua. Esto no quiere decir que su presencia haya pasado inadvertida para algunos de nuestros editores y escritores de mayor prosapia. Por un número de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica dedicado a Pound en noviembre de 1985, supimos que esa casa editorial estaba traduciendo el libro de Kenner; incluso parte de un capítulo de La era de Pound se ofrecía como botón muestra. Por razones desconocidas, el proyecto fue suspendido y la traducción abandonada.
El nombre de Hugh Kenner y el título de su obra maestra reaparecieron años más tarde, en el “Prólogo a posteriori” que Salvador Elizondo escribió para una reunión de ensayos de “entre 1959 y 1972” (Teoría del infierno y otros ensayos, El Colegio Nacional / Ediciones del Equilibrista, 1992). En palabras del propio Elizondo, que había consagrado en aquellos años páginas fervorosas a Los Cantares de Pound y al Ulises de Joyce (incluso había aventurado la “traducción” de la primera página de Finnegans Wake), su visión de estos dos últimos escritores se había contrastado fuertemente con la lectura, en el año de 1985, del libro de Kenner, revelando así cierto candor o apresuramiento en la naturaleza de sus juicios. La serenidad con que Elizondo se pronuncia al respecto (y la puntualidad: llama la atención que consignara la fecha errónea de publicación de The Pound Era y el año en que lo leyó por primera y acaso única vez) no señala tanto las deficiencias de sus aproximaciones críticas a la obra de estos escritores, sino el abismo natural que separa dos lenguas y dos tradiciones. Esto es algo que ya se ha comentado pero no se ha estudiado a profundidad: mientras los escritores norteamericanos residentes en Europa (Pound, Eliot, H. D., Gertrude Stein) y otros que radicaron la mayor parte de sus vidas en Estados Unidos (William Carlos Williams, Marianne Moore, Charles Olson, Louis Zukofsky) ponían a prueba la flexibilidad de su idioma, estudiando no sólo sus concordancias rítmicas internas sino sus rispideces y disonancias, en México se escribía con un máximo de rigor formal orientado por las normas de cierto criterio clasicista. Para ilustrar esta asimetría, podemos usar un ejemplo no por radical menos útil: al tiempo que Ezra Pound estaba trabajando en los primeros Cantares, Ramón López Velarde estaba escribiendo La sangre devota (1916), un libro de poemas vertebrado aún por un esqueleto demasiado narrativo. “… así de lenta es la rosa para abrirse…”, tal es la frase que emplea Hugh Kenner para dar a entender el tiempo que requieren las influencias para florecer.
Es imposible determinar hasta qué punto los rasgos idiosincrásicos de un idioma actúan en relación con el desarrollo de un pensamiento crítico ordenado y relativamente totalizador. Sin embargo, nada impide afirmar que a uno de los proyectos más ambiciosos del pensamiento poético del siglo pasado le correspondió uno de los libros de más lujo (por cuanto al manejo y a la recapitulación de datos textuales y eruditos se refiere) que ha dado el pensamiento crítico de Occidente en las últimas tres décadas. –
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