En noviembre de 1945 Isaiah Berlin visitรณ Leningrado, el Petrogrado de su infancia. No sospechaba que ese viaje le deparaba un encuentro memorable (una agniciรณn) con la poeta Anna Ajmรกtova. A continuaciรณn presentamos la prosa รกgil de Michael Ignatieff acerca de esas perdurables horas, en las que se dibuja el nรญtido perfil de ambos personajes.
El hombre que fue a ver a Ajmรกtova esa tarde era de mediana figura aunque inclinado hacia la corpulencia; tenรญa el pelo ralo y oscuro y un brazo izquierdo debilitado, que mantenรญa pegado al cuerpo. Isaiah Berlin se consideraba poco atractivo, incluso feo. En su acostumbrado estilo deflacionario, siempre dijo que tan sรณlo era un tรญpico catedrรกtico de Oxford. Sin embargo, no era tรญpico. Un ruso exiliado, en 1932, cuando tan sรณlo contaba 23 aรฑos, se convirtiรณ en el primer judรญo en ingresar al Colegio All Souls, el Monte Parnaso de Oxford. Para entonces ya contaba con una reputaciรณn de conversador brillante, con un estilo cortante y marcial que todos sus amigos intentaban imitar sin รฉxito. Esa reputaciรณn le hizo ganarse su entrada al mundo de Bloomsbury de Virginia Woolf, quien se habรญa embelesado con su plรกtica.
En una รฉpoca de compromisos apasionados, Berlin se consideraba un liberal sin compromiso. En su trabajo tendรญa a seleccionar a aquรฉllos quienes luchaban, como รฉl, para preservar su libertad intelectual en tiempos de violentos antagonismos ideolรณgicos. Habรญa descubierto la escritura de Alexander Herzen, un aristocrรกtico exiliado y enemigo del zarismo cuyas memorias se convirtieron en uno de los libros favoritos de Berlin. Pero aunque Herzen era un espรญritu afรญn โun generoso, atento, divertido y moralmente serio hombre de letrasโ, tambiรฉn representaba un reto. En su vida habรญa demostrado coraje y un nivel de compromiso polรญtico del cual carecรญa Berlin, segรบn รฉl mismo. En Inglaterra, como judรญo y extranjero, no se sentรญa hecho para el compromiso polรญtico.
A Berlin tambiรฉn le inquietaba el compromiso personal y, durante la mayorรญa de los aรฑos treinta, fue un espectador โentretenido por los enredos de sus amigos, manteniรฉndose a distancia de sus propias emociones. Como lo dijo su amigo el poeta Stephen Spender, Berlin โtenรญa un interรฉs por las vidas de otras personas reforzado por la convicciรณn de que รฉl mismo era ajeno a las pasiones que las movรญanโ. Otra amiga, Sally Graves, una hermosa y acosada mujer, lo reprobรณ lรกnguidamente en una ocasiรณn, diciendo que โalgunas personas parecen no darse cuenta de que la gente tiene apetitosโ. Berlin le temรญa al apetito, aunque insistรญa en que no era solamente un espectador insensible. En una carta a la novelista Elizabeth Bowen citรณ a Tolstoi como ejemplo de un observador que habรญa logrado zambullirse en la vida, comprometerse, darse enteramente y โno perder nada irrecuperableโ. Pero la pregunta para Berlin era si vivirรญa siguiendo ese ejemplo, si alguna vez se sumergirรญa en la agitaciรณn polรญtica y emocional que estaba acostumbrado a ver rodeando a los otros.
Dejรณ Oxford durante la guerra y fue a Nueva York a trabajar para los servicios de informaciรณn britรกnicos; despuรฉs de Pearl Harbor fue a Washington, donde escribiรณ un despacho semanal para la Secretarรญa de Relaciones Exteriores sobre el estado de la opiniรณn polรญtica estadounidense. Estos despachos lo hicieron famoso en los altos niveles del establishment britรกnico;
Churchill dijo que eran โfervorososโ โdemasiado vรญvidos, pero irresistibles. En Estados Unidos habรญa tenido una larga y no consumada, aunque embriagante, relaciรณn con Patricia Douglas, una atractiva aristรณcrata inglesa con cara traviesa que en ese entonces se rehacรญa a sรญ misma como una persona seria en Cambridge, Massachusetts.
Berlin tal vez haya salido al mundo, pero aรบn vacilaba en el borde de la plena adultez, en un sentido tanto emocional como intelectual. Lo que cambiรณ todo eso fue el encuentro con Ajmรกtova.
Ajmรกtova vivรญa en un tercer piso en Fontanny Dom, un palacio del siglo xviii. Lo que habรญa sido un trabajo barroco en yeso amarillo y blanco, estaba descascarado y gastado por el abandono. Ajmรกtova tenรญa un cuarto con vista a un patio. Estaba vacรญo en extremo. No habรญa alfombras ni cortinas, sรณlo una pequeรฑa mesa, tres o cuatro sillas, un baรบl de madera, un sofรก y, arriba de la estufa, un dibujo de Ajmรกtova, recostada en un sofรก, con la cabeza inclinada, rรกpidamente bocetado por su amigo Amadeo Modigliani durante una visita que hizo ella a Parรญs en 1911. Era el รบnico recuerdo de una Europa que ella habรญa visto por รบltima vez hace 34 aรฑos. Ahora, en esta tarde de noviembre, envuelta en un chal blanco, se levantรณ para saludar a su primer visitante de ese continente perdido. Isaiah hizo una reverencia. โParecรญa lo apropiadoโ, escribiรณ despuรฉs en una descripciรณn de su encuentro, โpues parecรญa y se movรญa como una reina trรกgicaโ.
Veinte aรฑos mayor que รฉl y casada un par veces, habรญa sido una belleza famosa en su juventud. Ahora grisรกcea, vestida miserablemente y con sombras pesadas bajo sus oscuros ojos, aรบn tenรญa un porte majestuoso y sostenรญa con aplomo una expresiรณn dignificada. Berlin sabรญa que Ajmรกtova habรญa sido un miembro brillante y hermoso del cรญrculo prerrevolucionario de poetas conocidos como los acmeรญstas; sabรญa sobre la vanguardia de San Petersburgo en tiempos de guerra, que se reunรญa en el cabaret Perro descarriado, y sobre sus famosos recitales de poemas que ahรญ sucedรญan. Pero sobre lo que ella habรญa vivido subsecuentemente no sabรญa nada.
Para Ajmรกtova, los aรฑos de terror no habรญan comenzado en 1937, sino en 1921, cuando su primer esposo, Nicolai Gumilyov, fue ejecutado por haber formado parte, presuntamente, de un complot contra Lenin. Aunque escribรญa continuamente, no le fue permitido publicar una lรญnea de su poesรญa entre 1925 y 1940. Mientras el terror sellaba los labios de quienes la rodeaban, ella se hizo la poeta de la desesperanza y el abandono. Un ciclo de poemas, Rรฉquiem, compuesto a finales de los treinta y principios de los cuarenta, preserva los tormentos de la generaciรณn aplastada por Stalin.
Durante su evacuaciรณn a Tashkent, se le permitiรณ publicar un volumen de Poemas escogidos y ofrecer lecturas en hospitales para soldados heridos. En mayo de 1944, cuando se le permitiรณ regresar a Leningrado, se detuvo en Moscรบ y dio una lectura que terminรณ con el auditorio levantรกndose y ovacionรกndola como la encarnaciรณn del inmaculado y victorioso idioma ruso. Ella se aterrรณ ante esa muestra de respeto por la atenciรณn que traerรญa. Su miedo era justificado, pues Pasternak le hizo saber que, supuestamente, el mismo Stalin le habรญa preguntado a Andrei Zhdanov, el jefe de la burocracia cultural soviรฉtica, quiรฉn habรญa organizado esa ovaciรณn.
ยฟQuรฉ la empujรณ a arriesgarse a abrirle las puertas de su departamento a un oficial britรกnico? Como Pasternak, debรญa sentir que el fin de la guerra anunciaba un reblandecimiento. No habรญa rehenes cuya seguridad ella tuviera que considerar. Su hijo, que habรญa estado en prisiรณn, acababa de ser liberado. Cualquiera que fuera la razรณn, Berlin era un visitante de, en sus palabras, โel otro lado del espejoโ, del mundo libre.
Se comportaron formal y contenidamente en mutua compaรฑรญa, discutiendo cรณmo Londres habรญa sobrevivido la guerra. Mientras hablaban, Berlin escuchรณ sรบbitamente que afuera alguien proferรญa su nombre. Se acercรณ a la ventana y, para su horror, vio a Randolph Churchill parado a mitad del patio, gritรกndole a voz en cuello โcomo un estudiante semiborracho en un patio de Oxfordโ, Berlin escribiรณ despuรฉs. Murmurรณ una disculpa y saliรณ velozmente, seguido por Orlov [Vladimir, quien presentรณ a Isaiah con Anna]. En el patio, Berlin le presentรณ el crรญtico soviรฉtico al hijo de Winston Churchill. Se habรญa desperdiciado cualquier oportunidad de que el encuentro con Ajmรกtova pasara inadvertido. Ciertamente, de inmediato comenzaron a circular rumores absurdos de que Churchill estaba en Leningrado para vigilar una operaciรณn britรกnica secreta que arrebatarรญa a Ajmรกtova para llevรกrsela a Inglaterra. El hecho era, no obstante, que el joven Churchill querรญa sencillamente que Berlin โa quien habรญa conocido como estudianteโ fuera su intรฉrprete. Supo que Isaiah estaba en Leningrado cuando se encontrรณ a Brenda Tripp [quien habรญa acompaรฑado a Berlin en su viaje] en el Astoria y la reclutรณ para que le ayudara a explicarle al equipo del hotel que el caviar que acababa de comprar debรญa servirse sobre hielo. Sรณlo despuรฉs de horas Berlin pudo zafarse de sus garras.
Telefoneรณ a Ajmรกtova para disculparse. โLo espero a las nueveโ, le dijo ella. Cuando regresรณ, estaba presente una mujer culta que le hizo preguntas sobre universidades inglesas mientras Ajmรกtova permanecรญa en silencio. Fue hasta la medianoche que se fue la mujer y Ajmรกtova e Isaiah quedaron solos. El cuarto estaba pobremente iluminado; ella se sentรณ en una esquina, รฉl en otra. Casi de inmediato, comenzaron a platicar como si se hubieran conocido todas sus vidas. Para ella, รฉl servรญa de mensajero entre dos culturas rusas โuna en exilio externo, la otra en exilio internoโ que habรญan sido separadas por la revoluciรณn. En los poemas que escribiรณ despuรฉs de la partida de รฉl, dijo que Europa estaba extendiendo sus hojas: un brote verde de la cultura que alguna vez habรญa sido suya al fin se abrรญa camino hasta Fontanny Dom.
Sin embargo, era categรณrica acerca de la emigraciรณn: nunca dejarรญa Rusia. Su lugar era con su gente y con su lengua natal. Esa noche adquirirรญa otro significado para ella: reafirmarรญa su llamado como la perdurable musa de su lengua natal. Berlin estaba seguro de que nunca habรญa conocido a nadie con tanto genio para la autodramatizaciรณn, pero tambiรฉn reconociรณ su reclamo de un destino trรกgico.
รl siempre habรญa buscado la validaciรณn a travรฉs del genio: le importaba muchรญsimo haber conocido a Virginia Woolf, a Freud, a Wittgenstein y a Keynes, y que todos ellos hubieran notado su valรญa. Pero este encuentro importaba mรกs que ningรบn otro. Ahรญ estaba la mรกs grande poeta viva de su lengua natal hablรกndole como si siempre hubiera pertenecido a su cรญrculo, como si conociera a todos los que ella conocรญa, hubiera leรญdo todo lo que ella habรญa leรญdo, entendiera lo que ella decรญa y querรญa decir.
En un arranque de entusiasmo y nostalgia, ella le contรณ acerca de su infancia en la costa del Mar Negro โโuna tierra pagana, sin bautizarโโ y de su afinidad de toda la vida con โuna cultura antigua, mitad griega, mitad bรกrbara, profundamente anti-rusaโ. รl le contรณ historias de su infancia en Riga y de sus aรฑos en Petrogrado, y recordรณ cรณmo, cuando ella ya era una poeta tan famosa que sus admiradores podรญan recitar toda su รบltima producciรณn al pie de la letra, รฉl era todavรญa un niรฑo, tendido en el piso del estudio de su padre leyendo historias de aventuras.
Ella no tardรณ en recitar sus poemas, incluyendo el aรบn inconcluso โPoema sin hรฉroeโ, que habรญa comenzado en Leningrado en 1940. Fue, escribiรณ Berlin despuรฉs, โuna especie de monumento final a su vida como poeta, al pasado de la ciudadโ, que tomรณ la forma โde la procesiรณn de un carnaval epifรกnico de figuras enmascaradasโ. Al escucharla no podรญa saber que en ese trabajo โque ella revisarรญa hasta 1962โ รฉl aparecerรญa eventualmente como la โVisita del Futuroโ.
En la casi oscuridad del cuarto compartieron la รบnica comida que ella tenรญa โun recipiente con papas hervidasโ y hablaron apasionadamente de literatura rusa. รl compartiรณ la reverencia de ella por Pushkin y su aversiรณn por el โmundo color lodoโ de Chejov, pero no pudo compartir su amor por Dostoyevski, en tanto que ella no tenรญa tiempo de compartir el afecto de รฉl por Turguenev. No eran meras diferencias de gusto: marcaban las fronteras entre sus mundos emocionales. A Berlin le atraรญa la ligereza, delicadeza e ironรญa de Turguenev; Ajmรกtova se identificaba fuertemente con las descripciones oscuras de Dostoyevski de estados emocionales internos.
A Berlin tambiรฉn le complaciรณ descubrir un lado burlรณn, sarcรกstico y ligeramente malicioso de la poeta, pues reemplazaba a la conducta suntuosa con algo mรกs humoroso y mรกs humano. Ella era una actriz consumada, una experta en papeles de reina pero que tambiรฉn era lo suficientemente astuta como para separarse de ellos y verse a sรญ misma y a los otros con un destello ocasional de mofa. Hablรณ divertidamente sobre las pasiones de Pasternak por ella โcรณmo en los veintes รฉl la visitaba y le decรญa suspirando que no podรญa vivir sin ella, tan sรณlo para cansarse rรกpidamente y rogarle a su esposa que lo aceptara nuevamente.
Ella confesรณ lo sola que estaba y hablรณ de amores pasados โde su esposo ejecutado y todos los hombres con los que habรญa vivido desde entonces. รl confesรณ que estaba enamorado. (No dijo nombres, pero estaba hablando evidentemente de Patricia Douglas.) Ajmรกtova lo escuchรณ sin hacer comentarios, pero despuรฉs le contarรญa a Korney Chukovsky una extravagante versiรณn de lo que รฉl habรญa dicho. Las memorias de Chukovsky le dan un improbable papel a Berlin de Don Juan desembarcado en Leningrado para sumar a Anna Ajmรกtova a su lista de conquistas. De hecho ella fue la culpable de este malentendu erรณtico. Ningรบn ruso que haya leรญdo Cinque, la serie de poemas que ella dedicรณ a aquella tarde, ha podido creer jamรกs que no durmieron juntos.
El hecho es que nunca se tocaron. รl permaneciรณ en un lado del cuarto, ella en el otro. El desajuste entre sus experiencias y expectativas era cรณmico. Segรบn su propia confesiรณn, รฉl era radicalmente inexperto en asuntos del sexo opuesto, y ella era una de las seductoras legendarias de la cultura rusa. Sabemos por la poesรญa de Ajmรกtova que ya desde entonces estaba confiriendo a su encuentro un significado mรญstico, histรณrico y erรณtico. รl, por contraste, tenรญa necesidades mรกs cotidianas. Llevaba seis horas ahรญ y querรญa ir al baรฑo, pero hubiera roto el encanto (el baรฑo comunitario estaba al fondo del oscuro corredor), asรญ que permaneciรณ, escuchรณ y hablรณ de mรบsica, trazando en el aire notas de un aria de Mozart con la brasa de su puro suizo.
La conversaciรณn iba y venรญa, creando una cadena de asociaciones que los unirรญa por el resto de sus vidas. รl le pregunto si para ella el Renacimiento era un mundo real o imaginario, y ella dijo que sรณlo podรญa ser imaginario. Toda poesรญa y arte, dijo, eran โuna forma de nostalgia, el anhelo de una cultura universal โcomo lo habรญan concebido Goethe y Schlegelโ, de lo que habรญa sido transmutado en arte y pensamiento โde la naturaleza, el amor, la muerte, la desesperaciรณn y el martirio, de una realidad sin historia, sin nada afuera de sรญ mismaโ. En su mente, el encuentro con Ajmรกtova lo acercรณ como nunca en toda su vida a los reinos puros del arte.
Para entonces afuera ya cundรญa la luz, y podรญan escuchar el sonido de la lluvia helada cayendo en la Fontanka. Exhausto, Berlin se despidiรณ de ella โbesando su manoโ y caminรณ de regreso al Astoria, aturdido, โtrastornadoโ, exaltado. Observรณ su reloj y descubriรณ que eran las once de la maรฑana. Brenda Tripp, que lo estaba esperando, recordaba que dijo, cuando se dejรณ caer en la
cama de su cuarto: โEstoy enamorado, estoy enamoradoโ. ~
es rector emรฉrito de la Central European University en Viena. Su libro mรกs reciente es On Consolation: Finding Solace in Hard Times.