Theodore Dreiser predicĆ³ a sus pares norteamericanos que cultivaran una literatura de la desesperaciĆ³n. El consejo, dado en los aƱos del crack de 1929, hizo escuela y se convirtiĆ³ en credo literario. HabĆa que registrar la angustia que provocĆ³ la DepresiĆ³n, las miserias que alentĆ³ una bancarrota que fue mucho mĆ”s que financiera y la errancia de hombres y mujeres sin empleos. Entre las consecuencias de esa nueva estĆ©tica (y de esa nueva Ć©tica) estuvo el enriquecimiento del gĆ©nero policiaco al inyectĆ”rsele mayor intenciĆ³n denunciatoria y mĆ”s gravedad dramĆ”tica. Ćste enterrĆ³ sus raĆces en la cultura popular, recreĆ³ el clima de la Ć©poca y sobre todo ensanchĆ³ sus alcances sociolĆ³gicos. La coherente y minuciosa verdad de un mundo en conmociĆ³n surgiĆ³ de esos empeƱos. Una prosa coloquial y econĆ³mica, hosca y directa, ganĆ³ lugar protagĆ³nico en casi todos los exponentes del gĆ©nero. Etiquetas como hard-boiled o pulp fiction se impusieron, y proliferaron las revistas que acogĆan sus ejemplos. Dos novelas ābreves, Ćŗnicasā representan la culminaciĆ³n de esa suerte de cruzada antropolĆ³gica nacional: The Postman Always Rings Twice (El cartero siempre llama dos veces) y They Shoot Horses, Donāt They? (Ellos matan a los caballos), la primera de James M. Cain y la segunda de Horace McCoy. Ambas fueron exitosas, ambas se trasladaron al cine y ambas fueron recogidas por el canon de la novela negra norteamericana en Crime Novels, el volumen de obras escritas entre los treinta y los cuarenta que publicĆ³ The Library of America (ed. Robert Polito, Nueva York, 1997, 2007, 990 pp.).
James M(allahan) Cain, que naciĆ³ en 1892 en el ahora amable puerto turĆstico de AnĆ”polis, en Maryland, muriĆ³ hace exactamente treinta aƱos, en 1977, en Hyattsville, tambiĆ©n en Maryland. Es posible conjeturar que llevĆ³ una vida infeliz. El amor le deparĆ³ desilusiones reiteradas, a menudo le fue difĆcil pagar sus deudas y sus tres divorcios consecutivos le costaron caros. QuizĆ”s su Ćŗltima esposa, Florence MacBeth, una cantante de Ć³pera, con la que casĆ³ en 1947, lo empujĆ³ en sus etapas finales a compartir el anĆ”lisis de los sonetos de Shakespeare con el estudio de la mĆŗsica clĆ”sica. Ese destino mayormente ingrato reaparece, apenas disfrazado, en sus novelas, que obedecen a unas obsesiones recurrentes y a un mismo acaso fatalista: las trampas del sexo y la violencia y el arrastre inexorable de la adversidad. El cartero siempre llama dos veces (que en 1934 es el primer libro de su autor y se convierte de inmediato no sĆ³lo en un pequeƱo escĆ”ndalo sino en un best-seller) resulta, en este sentido, reveladora. Narra la historia de Frank Chambers, un vagabundo de la costa oeste, y Cora Papadakis, la esposa de un emigrante de origen griego dueƱo de una taberna, que se vuelven amantes unidos por el ardor y la ambiciĆ³n. La pareja asesina al tabernero y hace que su muerte pase por un accidente. Pero Cora a su vez muere en un choque en la carretera y Frank es acusado de su asesinato y acaba siendo sentenciado. Efectivamente, el cartero (es decir, el destino) llama dos veces antes de su descarga. La ironĆa de esa fatalidad domina el curso de la pieza.
SegĆŗn algunas creĆbles pesquisas, una primera versiĆ³n de la novela fue escrita en tercera persona; que Cain se decidiera por la primera persona fue una astucia que cabe agradecer. Hay desde el comienzo una cercanĆa empĆ”tica entre la voz prĆ³xima del narrador Chambers y el lector: uno y otro estĆ”n solos y buscan alivio en una comuniĆ³n o una sublimaciĆ³n redentoras. Hay tambiĆ©n, desde las primeras a las Ćŗltimas pĆ”ginas, una reflexiĆ³n en filigrana que los dichos de Chambers promueven de manera inconsciente, impremeditada, como una implicaciĆ³n que surge tĆ”cita. Y hay, por fin, un antagonismo eficaz entre un punto de vista cĆnico que todo lo contamina y la intenciĆ³n testimonial del libro, entre el hecho de que Chambers sea uno entre otros, uno que es todos y es nadie, y una moral subyacente que subraya en Ć©l (y en su cĆ³mplice equĆvoca) una Ćntima grandeza Ć©pica de la que no son responsables y que aparece como permanente referencia esclarecedora en el horizonte del discurso. El pacto entre narrador y lector es asĆ un compromiso que el autor induce y no fuerza y que tiene el mĆ©rito dramĆ”tico, para el lector, de plantearle a cada rato una alternativa entre la solidaridad hacia Chambers, que es un hombre limitado y violento, y la notoria y muy a menudo intolerable imperfecciĆ³n del mundo que lo moldea y lo contiene.
Triunfos que paran en fracasos, fuegos que se hacen cenizas, esperanzas que se transforman en pesadillas: la trama avanza lastrada por los pasos inevitables de una tragedia que se cumple. Los agonistas son como aquellos hĆ©roes griegos que caminaban con los ojos abiertos hacia la calamidad. Chambers y Cora pretenden ser diferentes a lo que son, infligir cambios a una realidad a la que no se acomodan, evitar lo inevitable. Una y otra vez, la vida, que se cifra y descifra en la novela que leemos, frustra esos deseos. Se vislumbra āy el vislumbre es perversoā un retorcimiento en esa comprobaciĆ³n: es la vida la que niega y cancela, pero sobre todo, nos susurra Cain, los personajes son ellos mismos inmodificables y estĆ”n condenados a ser prisioneros de su propio sino. āI love you, Cora. But love, when you get fear in it, is not love any more. Itās hateā āaclara Chambers en un momento a su amiga, y en tal aclaraciĆ³n se resume la dialĆ©ctica del libro; un libro, aƱƔdase, que muestra pero no juzga, que estĆ” tejido con sueƱos y que inapelablemente los aniquila.
Se ha sugerido que El cartero siempre llama dos veces es un antecedente de El extranjero de Albert Camus. No sorprenderĆa que la obra norteamericana conserve una vigencia superior a la francesa. ~
(Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicĆ³ la antologĆa Octavio Paz en EspaƱa, 1937 (FCE).