Kalispherion

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La interacción de la música con otros medios y otras disciplinas es, en nuestra época, un asunto fascinante y lleno de posibilidades, potenciadas de manera especial por el auge de las nuevas tecnologías y los recursos cibernéticos. Al mismo tiempo, es un terreno minado, lleno de riesgos e incógnitas. El problema fundamental de la multimedia en cuanto a su relación con la música es un asunto de síntesis; en numerosas ocasiones ha ocurrido que el nivel técnico, estético, expresivo y formal de la obra musical no es reflejado de manera análoga en los medios elegidos para complementar el discurso sonoro. Y no se trata aquí de un asunto de imitación. De hecho, muchos de los primitivos intentos de añadir otros medios a la ejecución musical resultaron fallidos en la medida en que los creadores no fueron más allá de imitar mecánicamente la gestualidad de la música con la gestualidad de los recursos corporales, coreográficos, iconográficos, fílmicos o cibernéticos. Aunque la mayoría de quienes hoy se involucran en este tipo de confluencia estética han superado esa etapa, aún hay aristas por pulir, en el entendido de que sobre todo los novatos en cuestiones de música y multimedia todavía caen en la tentación de la analogía mecánica.
     Es evidente que los mejores resultados, en cuanto a la interacción de la música con otros medios, tienen que ver fundamentalmente con la posible dialéctica que se establece entre unos medios y otros, y con todo aquello que define la forma, el fondo, el lenguaje y el estilo de los elementos sonoros y sus complementos en las otras artes, técnicas u oficios involucrados. Es posible observar con frecuencia, sin embargo, cómo muchos intentos de combinación de la música con otros elementos escénicos fracasan no tanto por errores o discrepancias en su marco conceptual, sino por errores primitivos en el manejo de las más sencillas tecnologías. Sin ir más lejos: ninguna presentación de música y multimedia será exitosa si la sonorización del espacio no es de primer nivel, si las transparencias no son proyectadas en la superficie adecuada y con el nivel técnico necesario, si la película o el video no están en sincronía con el acontecimiento musical del momento, si la manipulación cibernética del sonido no se hace a través de una rigurosa compatibilidad de hardware y software. En épocas recientes, nuestros escenarios han sido testigos de diversas formas de aproximar los fenómenos de música y multimedia, y los resultados han sido más o menos exitosos en la medida en que a la solidez en las cuestiones de concepto y fondo se ha añadido el rigor en el manejo de la parafernalia técnica. Así, los medianamente logrados intentos de la Orquesta Sinfónica Nacional para musicalizar en vivo las proyecciones de filmes como Redes o Alexander Nevsky. En otro nivel, las soberbias realizaciones musicales de Philip Glass para las películas Koyaanisqatsi y Powaqqatsi de Godfrey Reggio, ejecutadas con precisión intachable por Michael Riesman y el Ensamble Philip Glass. O el riguroso trabajo del grupo francés Art Zoyd en su interacción con la Sinfónica Nacional, con una vasta batería de equipo cibernético y con diversos elementos iconográficos en movimiento.
     Como ejemplo tangible de lo hasta aquí expuesto, cabe mencionar la reciente presentación de Kalispherion en el Auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes. Este grupo de músicos, fundado hace un par de años y dirigido por el compositor Marcelo Gaete, tiene como línea de conducta principal el quehacer de la música contemporánea de concierto en sus múltiples relaciones interdisciplinarias, con una especial atención a la multimedia. Una breve reseña de lo visto y oído en esta presentación de Kalispherion permitiría señalar los pros y los contras de realizar este tipo de trabajo en las condiciones específicas en que se ha dado, que no han sido las ideales. El resultado neto de las carencias es, ante todo, la ausencia de una visión coherente de lo que un espectáculo de música y multimedia puede ser; en ocasiones, el convocar a creadores y obras sin tangentes y puntos de contacto entre sí puede llevar a la dispersión y a enormes diferencias entre los logros obtenidos. Es claro que el trabajo artístico interdisciplinario, con las vertientes de modernidad que le son propias, es de un gran atractivo para el público; prueba de ello, la multitud que se congregó para ver y oír a Kalispherion. Es evidente también que los miembros del grupo están tomando este difícil trabajo con seriedad y empeño; lo que falta para la integración cabal y coherente de este tipo de proyectos es lograr de manera independiente la excelencia de la música, la excelencia de la danza, la excelencia de los medios visuales, y después hacer que la interfase entre unos medios y otros sea más que la simple suma de las partes. Y puesto que muchas de las manifestaciones convocadas hoy en día a interactuar con la música presentan una importante componente tecnológica, es indispensable también el lograr un nivel mínimo de eficiencia técnica en la preparación y presentación de estas sesiones interdisciplinarias. La adecuada conjunción de todos estos elementos permitirá el crecimiento de Kalispherion como grupo, el perfeccionamiento individual de sus miembros y, en el mejor de los casos, una cabal comprensión de los complejos fenómenos multimedia que son ya una presencia cotidiana en el discurso del arte contemporáneo. –

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