La meta debe ser facilitar la movilidad social, geográfica y vertical, para llegar al “produccionismo” moderno, y quizás hasta a un eventual “ofertismo”, y ser capaces de contrarrestar cualquier presión inflacionaria transitoria. Posponer la modernización doctrinal de la política económica puede originar una revolución violenta.
Las contracciones económicas inevitablemente producen inestabilidad política y descontento social. La violencia esporádica ya ha ocurrido en varias partes de México. Áreas donde una prosperidad en aumento generaba cohesión social se han perdido. El país, tanto el rural como el urbano, se ha polarizado y la estabilidad social está amenazada tanto por el tradicional lumpen proletariat como por un nuevo grupo rural que yo llamaría lumpen agriculturat.
Los nuevos reaccionarios
Históricamente el populismo ha sido factor paralizante de la renovación económica. Pero tanto izquierda como derecha engendran fuerzas neorreaccionarias. Es interesante que nuestra Constitución, en sus artículos 25 y 26, no fije con claridad la relación Estado-mercado-sociedad civil. Señala limitaciones a la inversión privada, tanto nacional como extranjera, y hace una larga lista de “derechos” ciudadanos: a la educación y a la salud, a los que ahora se quiere agregar hasta el derecho al deporte. El artículo 26 afirma que habrá (en un futuro no definido) un plan nacional de desarrollo. Pero no menciona específicamente el muy mexicano problema de cómo enfocar el crecimiento económico hacia zonas e individuos históricamente marginados del progreso.
En un país con las carencias económicas y características socioculturales de México es difícil hacer atractivos a programas cuyos beneficios llegarán, quizá, cuando los políticos que los impulsaron ya no estén en el poder. Por esta razón los gobernantes suelen enfocar su acción al corto plazo. No solo la burguesía, sino también las burocracias se vuelven conservadoras y renuentes a la renovación. Los políticos en el poder fácilmente se autoconvencen de que cualquier programa nuevo o cambio de rumbo en lo económico nos llevará al Apocalipsis. Estas tendencias juntas han originado un nuevo elemento reaccionario no previsto por Marx.
Karl Marx fue un formidable teólogo pero un mal profeta. Para él las únicas fuerzas retrógradas eran los capitalistas, los aristócratas y los ricos burgueses. No visualizó el engendro y nacimiento de nuevos reaccionarios en las economías poscomunistas. Tuvo la suerte de no vivir para ver cómo los ideales igualitarios del comunismo se transformaron en la entronización de la nomenklatura soviética, el leninismo y los crímenes de Stalin. Tampoco visualizó Marx la importancia que tendría en los países democráticos la nueva inercia ideológica de partidos políticos que al llegar al poder tienden a ver las estructuras por ellos creadas como inmutables y parte del orden natural. Olvidan que las instituciones hechas por humanos pueden y deben cambiarse cuando se vuelven insuficientes, obsoletas o disfuncionales.
En relación con nuestras necesidades, es válido hablar en este fin de siglo de anorexia ideológica y parálisis del desarrollo económico. Hemos tenido avances sectoriales en nuestra economía. No todo es negativo, pero el ingreso real per cápita es hoy más bajo que hace diez años. Las presiones para emigrar del campo a las ciudades y del país al extranjero continúan. Otros indicadores sociales, tales como educación y salud, nutrición y estatura de los habitantes más pobres, muestran deterioro. La natalidad y fecundidad son mayores cuanto menos próspera es la región. Hay quienes calculan que los años ochenta y noventa han sido, en promedio, una época perdida para México. Nuestros problemas básicos sólo serán resueltos si logramos que la economía se modernice y crezca a un ritmo bastante más alto que el considerado satisfactorio por el gobierno. El estancamiento inercial y la congelación ideológica son barreras que hay que derribar.
Abundan definiciones de la “ciencia” económica. La mayoría son expresiones matemáticas de la compleja relación entre las muchas variables que operan continuamente en el sistema económico existente y resultan poco útiles para fundamentar los cambios conceptuales que son requisito previo para que un país subdesarrollado crezca. Para este fin, quizá la mejor definición de la ciencia o política económica es aplicar una fórmula viable para obtener crecimiento y desarrollo suficiente, en el tiempo disponible y conservando la democracia. Una política económica moderna tiene que lograr congruencia entre tiempos, recursos, medios y fines. No bastan acciones repetitivas del pasado o doctrinas incambiables.
Algunos economistas contemporáneos, principalmente Paul Krugman, proponen algunas tesis alternativas a las doctrinas económicas vigentes y al obsoleto marxismo tradicional; pero hoy necesitamos neoeconomistas con propuestas para acelerar nuestra inconclusa desmarginación, enfocar el crecimiento y reducir burocracias estatales y paraestatales que exigen mucho y producen poco. Lo urgente es que los neoeconomistas vean bien el reloj de la realidad social de México y que no sean esclavos de las ideas insuficientes del Banco Mundial, del bid y del Fondo Monetario Internacional.
El costo de no crecer
En el sistema económico todo individuo desempeña una función doble. Su gasto e inversión generan ingresos para otros y, a la vez, en su papel de trabajador, empleado, vendedor de servicios, inversionista o ahorrador, recibe ingresos. El gobierno, simultáneamente, cobra y eroga. Esta dualidad de funciones es la esencia de la estructura económica. Todos somos a la vez generadores y receptores de ingresos. Formamos parte de un movimiento circular de fondos. Este flujo, gasto-ingreso-gasto, puede ser estable, ascendente o descendente. Lo bueno o lo malo que hagamos, tanto en la expansión como en la contracción, se propaga a los demás y luego repercute sobre nosotros mismos. En la economía, más que en cualquier otro aspecto de la vida, es aplicable la visión del poeta inglés John Donne, quien, en el siglo XVII, escribió: “Ningún hombre es una isla viviendo sólo para sí mismo”. Los daños que nos causamos y los beneficios que nos otorgamos unos a otros son contrapartidas recíprocas en un proceso de convivencia económica. Recordemos siempre que los multiplicadores de ingresos, inversión y crecimiento operan tanto en sentido positivo como negativo.
¿Cuáles han sido las pérdidas reales que México ha tenido como consecuencia de políticas económicas insuficientes? ¿Cuál ha sido el retroceso en el nivel medio de vida? Si hacemos este análisis tendremos una idea más precisa de lo que ha costado al país mantener una política económica que ha dejado de dar los resultados de crecimiento y desarrollo que otros programas lograron en su época y entorno. ¿Cuál sería el producto interno bruto si nuestra planta industrial se hubiera aumentado y modernizado al ritmo de hace veinte años? ¿Cuál sería nuestro nivel de vida si la economía funcionara al 100% de su capacidad? ¿Cuántos mexicanos tendrían una fuente de trabajo segura y no laborarían clandestinamente fuera de su patria o emigrarían del campo a la ciudad? Estas preguntas son todas válidas. Las respuestas cuantitativas y la urgencia calendárica son preocupantes.
La vía dolarosa sería vía dolorosa
Muchas personas dentro y fuera del país discuten la “dolarización” de México como posible camino para resolver problemas de inestabilidad cambiaria, pobreza y falta de crecimiento. Pero hay que enfatizar que en México no vivimos en una economía emergente sino en una sumergente. La estabilidad financiera de que tanto se ufana el gobierno en los foros internacionales quizá sea un requisito previo para el dinamismo económico, pero no lo garantiza. Un crecimiento anual del pib de tres a cuatro por ciento, aún suponiendo que se logre, no basta para resolver nuestros problemas. Tampoco será suficiente la dolarización, y peligroso sería caer en la dolarofilia o dolaromanía.
Conviene analizar y definir la dolarización. No es sustituir nuestros actuales billetes multicolores y multidimensionales por otros verdes de un solo tamaño. Tampoco consiste en ponerles caras de personajes mexicanos. Para que la dolarización sea factor de estabilidad y tenga efectos permanentes, México necesitaría alcanzar las mismas tasas de interés, inflación y ahorro que Estados Unidos, y además que nuestro desarrollo tecnológico fuese a velocidad similar. Más importante aún sería que prevalecieran en México y Estados Unidos iguales grados de confianza en nuestra moneda. Por todas estas razones, una dolarización sería inviable, impolítica, muy dolorosa y poco benéfica.
La vida de una nación es una lucha permanente entre lo nuevo y lo viejo, entre el futuro y el pasado. En el conjunto social hay fuerzas activas que buscan prosperidad y modernización y otras que sólo pretenden conservar el estatus tradicional o su posición política. El progreso requiere una evolución continua difícil de lograr. Los frenos intelectuales, internos y externos son muchos. Cuatro tesis no bien exploradas en la teoría económica son:
1.La demanda descendente se autoacelera.
2.La realidad económica siempre se sobrepone a la inercia política.
3.La inversión nueva prefiere las zonas ya desarrolladas a las vírgenes. Opta por calles pavimentadas, agua en las llaves y población escolarizada, sobre veredas, arroyos y analfabetas. El crecimiento económico enfocado y financiado selectivamente por el gobierno es un imprescindible complemento de la fuerza del mercado y la acción empresarial.
4.La globalización es inevitable e irreversible. La marcha hacia adelante de la tecnología y la integración internacional de firmas, empresas, industrias y bancos la aceleran.
El rostro humano del desarrollo
En nuestro país no han funcionado adecuadamente muchas de las teorías económicas postuladas por los capitalistas puros, los economistas neoclásicos y nuestros contemporáneos Chicago Boys. México no debe ser prisionero de su propia política económica. El desarrollo por “goteo” de ricos a pobres no ha sido suficiente. Un presupuesto equilibrado tampoco lo sería. Para resolver nuestros problemas necesitamos una política económica propia, que podría llamarse “neokeynesianismo mexica”. Ésta incluiría un presupuesto federal estimulativo y no sólo equilibrado, y un programa de crecimiento enfocado a desmarginar y funcionalizar a las personas rezagadas del progreso. Tener empleo productivo es el eje de la estabilidad política y social. Un programa económico adecuado para el México actual necesita un rostro humano como eje.
Así, el desarrollo económico sostenido requiere cinco programas:
1.Lograr empleo productivo para todos los mexicanos ocupables.
2.Darles movilidad geográfica dentro del territorio nacional, y vertical en la sociedad.
3.Tener un idioma oficial común, además de las lenguas étnicas.
4.Mantener un programa de crecimiento enfocado que incluya el mercado como guía, más un Estado desmarginador.
5.Salir del estancamiento inercial en la política económica.
Ni los integrantes del gobierno actual ni los probables candidatos a la presidencia han expuesto las metas realistas de crecimiento económico que México necesita plantearse. En el desarrollo de los países la confianza, el deseo y las ideas son tan importantes como los recursos. Se habla mucho de controlar la inflación y de un crecimiento orientado a la exportación, pero rara vez se menciona el aumento de ingresos reales como meta urgente. Nuestros políticos parecen tener una visión fundamentalmente negativa de los problemas económicos, como no pagar o posponer la deuda externa e impedir que suban los precios. Falta en la política económica un programa positivo para lograr que la economía tenga una expansión a nivel micro y crezca a nivel macro. Prevalece una ideología anacrónica que impide echar a andar los multiplicadores y aceleradores de la inversión de los ingresos y la demanda derivada. Recordemos que en la política una buena imagen puede ser preludio de la realidad, pero la historia demuestra que en la economía ésta se impone siempre. –