La historia a juicio

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I. Las batallas por la veracidad histórica suelen extenderse en varios frentes. En ocasiones, escuadrones de hermeneutas se lanzan al espacio aéreo y libran feroces combates alrededor de una tronadora duda hiperbólica: ¿Existió Napoleón? ¿Realmente peleó en Waterloo? Otras veces, la pelea se resuelve en tierra firme, a nivel de cuadrilátero: desde sus respectivas esquinas, los historiadores se ajustan los guantes y salen a propinar sus mejores jabs con el único objetivo de desfigurar los argumentos y demostraciones del contrincante. Cuando son buenas, estas contiendas pueden ser de campeonato. El recientemente fallecido historiador británico Hugh Trevor-Roper, por ejemplo, participó en varias de ellas. En 1961, la publicación del más controvertido libro de A.J.P. Taylor, The Origins of the Second World War, desató una apasionante y ríspida polémica en la que Trevor-Roper denunciaba una interpretación errónea y tendenciosa de los hechos —Taylor sostenía que entre 1933 y 1939 Hitler había actuado movido por un agudo y sin duda siniestro sentido de la oportunidad, antes que siguiendo un plan maestro— que atizaría el fuego de la “mitología neonazi” y terminaría hundiendo su reputación. La acusación de Trevor-Roper en contra de un germanófobo confeso tuvo algo de extravagante, pero fue también una rara premonición de sus duelos futuros con el antisemita David Irving, el pretendido historiador para quien el Holocausto había sido “un mero pie de página en la historia”.

II. Junto con John Lukácks y otros historiadores y germanistas, Trevor-Roper empezó a demoler en sus reseñas los métodos y procedimientos de investigación de Irving años antes de que éste profiriera su más espeluznante patraña. La presentación de Irving de los diarios apócrifos de Hitler en 1983 le proporcionó a Trevor-Roper otro casus belli. Aunque en un primer momento el propio Trevor-Roper cayó en la misma trampa que el Frankfurter Allgemeine Zeitung y The Times, posteriormente el historiador negó la autenticidad de los diarios en una célebre conferencia de prensa, al demostrarse que su supuesto albacea no era más que un vulgar émulo del ilustre falsario Vrain-Lucas, quien en 1857 hizo pasar por auténticas unas cartas signadas primero por Pascal y luego por Galileo en las que ambos formulaban, antes que Newton, el principio de la atracción universal.

III. Irving también poseía su propio árbol genealógico de la infamia, cuyas raíces descendían hasta los bajos fondos de un submundo habitado por seres que profesan una escalofriante demencia pseudoacadémica: los Holocaust deniers, una nebulosa cofradía de profesionales de la fabricación y la ignominia que, agrupados en torno a dudosas organizaciones como el Institute for Historical Review de California o el Adelaide Institute de Australia, se han presentado en su momento como los temerarios detentadores de una verdad que suponen censurada, pero científicamente verificable en el universo sombrío de la mentira y el embuste. A esta caterva de canallas y sus oprobios sistemáticos se refirió la historiadora estadounidense Deborah Lipstadt en su libro Denying the Holocaust, en el cual retrataba a Irving como un falseador y tergiversador de fuentes documentales, un “neofascista” cuya principal destreza consistía en distorsionar la evidencia histórica y “uno de los más peligrosos portavoces de la negación del Holocausto”. El resultado de enunciar la verdad más obvia fue una demanda por difamación a Lisptadt y a su casa editorial, interpuesta por el propio Irving en 1996 ante la High Court de Londres. La defensa de Lisptadt se dio a la tarea, entonces, de demostrar puntualmente cada una de las acusaciones hechas a Irving por la historiadora, y para lo cual se comisionó a expertos y especialistas de Alemania, Holanda y Estados Unidos con objeto de discutir y probar en sus informes la existencia de las cámaras de gas en Auschwitz y del papel desempeñado por Hitler en la política de exterminio del Tercer Reich, así como evidenciar su manipulación de la historia mediante el cotejo de todos los archivos, fuentes, documentos y referencias utilizadas por él mismo. El encargado de realizar esta tarea colosal —la revisión minuciosa de más de treinta libros y una multitud de artículos y conferencias—, el profesor de Cambridge Richard Evans, entrevió desde el principio la naturaleza precisa del caso. No se trataba de probar la que ha sido una de las tragedias más terribles de la historia: a juicio estaban, sobre todo, las formas de hacer y crear el conocimiento histórico a partir de las huellas y registros del pasado.

IV. El juicio de la historia tuvo lugar entre enero y marzo del 2000, en la sala 37 de las Royal Courts of Justice del Strand, al sur de Londres. En ausencia —pactada por las partes— de un jurado, el juez Charles Gray fue el encargado de determinar el veredicto. La defensa estuvo a cargo de un probadísimo abogado en casos de difamación, Richard Rampton, mientras que el acusador —al igual que su contraparte en La Haya, el genocida Milosevic— decidió representarse a sí mismo ante el tribunal. Durante dos meses, se discutieron en detalle los informes de los expertos, se sometieron indicios y pruebas, y pasaron al banquillo el propio Irving, el periodista Peter Millar, Richard Evans y sus colegas historiadores John Keegan y Donald Cameron Watt. Cada una de las sesiones tuvo un lleno a tope: asistieron, codo con codo, sobrevivientes del Holocausto y militantes de organizaciones de extrema derecha, miembros de la prensa y eminencias de la academia, como el historiador Martin Gilbert y el autor de El terror nazi, Eric A. Johnson. Todos por igual fueron testigos de la caída estrepitosa de Irving, de las mil y una trampas que había perpetrado al citar de manera selectiva cientos de fragmentos y frases descontextualizados a su conveniencia, del desprestigio terminal que le acarrearía ser desenmascarado en público no sólo como un pésimo historiador, sino como el fanático intransigente que había sido siempre. Fue declarado culpable en el juicio del siglo XX. ~

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(Montreal, 1970) es escritor y periodista. En 2010 publicó 'Robinson ante el abismo: recuento de islas' (DGE Equilibrista/UNAM). 'Noviembre' (Ditoria, 2011) es su libro más reciente.


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