La revoluciĆ³n evaporada

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La escena transcurre de la siguiente manera: en uno de sus programas dominicales, en el centro de Caracas, el presidente Chávez, acostumbrado ya a gobernar desde la televisión, de pronto decide (o parece decidir, o simplemente finge tomar la decisión ahí mismo, de forma repentina) expropiar cuatro edificios que rodean la plaza Bolívar de la ciudad. Al grito de “¡Exprópiese!”, Chávez ordenó la confiscación de los inmuebles, argumentando que “no es posible que estos edificios, con tanta historia, con tanto legado de nuestros próceres, estén ocupados por comerciantes. Esto es de todos los venezolanos”.

Se trata de un sketch bastante clásico dentro de la programación de este canal que pretende convertirse en el hilo retórico del país. A cuenta de la “revolución bolivariana” se establece un procedimiento que, de manera constante, convierte el pensamiento más cándido y estereotipado del humanismo en símbolo de una nueva nacionalidad. El llamado “socialismo del siglo XXI” pretende trabucarse en una versión rousseauniana de nuestra historia: el hombre es bueno pero el mercado lo corrompe. El discurso oficial está plagado de este tipo de giros, frases redondas, sonoras, latinoamericanamente correctas, que apelan al cliché, al moralismo fácil, y que no soportan un mínimo debate crítico. Ese es otro de los éxitos del chavismo: transformar el lugar común en una ideología.

A comienzos de este año, ante el parlamento, en un acto de presentación de la memoria y cuenta de su gestión durante 2009, Chávez, con cierta teatralidad, dijo: “Por primera vez lo admito: asumo el marxismo […] lo asumo y lo asumo, y yo cuando asumo, asumo. Asumo el marxismo. Lo asumo.” Y luego, además, añadió: “Como asumo el cristianismo, como asumo el bolivarianismo, el martianismo, y el sandinismo, y el sucrismo y el mirandismo.” Un poco más tarde reconoció que no conocía demasiado las teorías de Marx, que apenas un mes antes había comenzado a leer por primera vez El capital. Sin embargo, esto no impidió que afirmara que “el marxismo sin duda que es la teoría más avanzada en la interpretación, en primer lugar científica de la historia, de la realidad concreta de los pueblos, y luego el marxismo es sin duda la más avanzada propuesta hacia el mundo que Cristo vino a anunciar hace más de dos mil años: el reino de Dios aquí en la Tierra, el reino de la igualdad, el reino de la paz, del amor, el reino humano”.

Pero todo este amasijo, pintado de izquierda, le está permitiendo a Chávez, y a la nueva élite que crece a su alrededor, consolidar un proyecto de poder que busca controlar de manera absoluta la sociedad venezolana. Poco a poco, pero de forma constante, el gobierno ha venido desmontando la institucionalidad del país. Es un programa que cada vez se clarifica más y parece más decidido a realizar un remake del libreto cubano. Lo que Castro logró, con represión brutal y censura, hace más de cincuenta años, lo intenta hacer ahora Chávez, amparado en la riqueza petrolera, en su carisma mediático y en la debilidad de sus adversarios. Los métodos se han sofisticado, los sistemas de legitimación se han vuelto más flexibles y más confusos. Pero la voluntad, autoritaria y militarista, es idéntica. Está intacta.

A comienzos de febrero de este año, y aun en contra de los sondeos de opinión que sostienen que la mayoría de los venezolanos quiere que haya diálogo, el presidente Chávez afirmó que no hay “reconciliación” posible con la “oposición”. Le ha propuesto al país una batalla final “contra el capitalismo” y a favor de la “independencia”. El destino divino de la historia dicta que Chávez está señalado para terminar con la faena que inició Simón Bolívar: superar definitivamente “la lucha de clases”. El comunismo parece ser nuestro bicentenario.

Desde esta perspectiva habría que leer los movimientos que ha venido haciendo el oficialismo en este comienzo de 2010. El parlamento aprobó una reforma parcial de la Ley Especial de Acceso a las Personas de los Bienes y Servicios (Indepabis) que le da la posibilidad al gobierno de realizar expropiaciones express, que lo faculta para intervenir de inmediato cualquier empresa privada. Igualmente, cumpliendo una petición directa del primer mandatario, también se prepara un Código de Ética que permita sancionar a los diputados que, una vez en ejercicio, tengan posturas distintas a la línea oficial o decidan cambiarse de partido. En un terreno más frontal, pero también dentro de esta misma lógica, podrían leerse otras acciones, como el cierre definitivo de Radio Caracas Televisión, la represión abierta a las manifestaciones estudiantiles o la llegada del comandante cubano Ramiro Valdés, con la supuesta misión de enfrentar la terrible crisis eléctrica que sufre el país. En términos de la izquierda más artesanal, de la que todavía cree que los procesos históricos se resuelven con un manual de Marta Harnecker, se trata de “desbaratar” el sistema. Es el verbo preciso. Así lo agitó Aristóbulo Istúriz, dirigente del partido de gobierno, al referirse a los objetivos que tienen por delante: “Hay que transformar el Estado burgués en un Estado comunal.” Es una propuesta arriesgada si se toma en cuenta que estamos en un año electoral y que, por primera vez, las encuestas asoman la posibilidad de que la oposición pueda obtener un importante triunfo en las elecciones parlamentarias del próximo septiembre. Chávez ya está en campaña. En el fondo es lo que mejor sabe hacer: ganar elecciones. Es experto en administrar las esperanzas de los pobres mientras sigue concentrando el poder, más poder, alrededor de su persona. Lo demás no importa demasiado.

"¡Exprópiese!”, gritó el presidente, señalando uno a uno algunos inmuebles del centro de Caracas. Al día siguiente, sin embargo, se supo que uno de esos edificios era propiedad de la Universidad de Oriente. No se puede volver público lo que ya es un bien público. El espectáculo de la izquierda bolivariana se evapora. La excusa de la revolución es cada vez menos verosímil. ~

 

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(Caracas, 1960) es narrador, poeta y guionista de televisiĆ³n. La novela Rating es su libro mĆ”s reciente (Anagrama, 2011).


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