La talentosa señorita Spears

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Para el momento en que este texto haya sido publicado, julio se habrá ido y, con él, Britney Spears. No, desde luego, de la faz de la tierra —¿cómo podría ser, cuando cuenta escasos veintiún años y múltiples discos de platino?— pero, al menos, de México, lo que siempre resulta un alivio.
     No se me malentienda: no desprecio a Britney. Me tiene sin cuidado lo que pueda hacer con la (ya de por sí estragada) moral de nuestra juventud y mucho disto de condenarla por su condición de starlet generada por la máquina de hacer pop tarts (confieso, para ilustrar mi total falta de prejuicios, una debilidad por Victoria Adams, otrora Spice Girl). De hecho, cuando me topo con ella —y esto me sucede con frecuencia: en el periódico, en una revista, en MTV—, la saludo con el respeto reservado a aquello que tememos.
     Se equivoca quien la tilde de inocua. De hecho, Britney Spears es nociva para la salud. O, al menos, para la salud mental de todo aquel que se las dé de sano. "Los conservadores se divierten más", me dijo hace poco un amigo. Y Britney —que no es ninguna tonta, o que lo es pero que ha sido creada por mentes lucidísimas, lo mismo da— lo sabe. Y lo explota.
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     Hace unos meses, Madonna haría su diagnóstico de quien ha sido entronizada como su sucesora definitiva: "Si la llaman la nueva Madonna, nada puedo objetar. Pero ser Madonna es mucho más que quitarse la ropa. Ojalá pueda estar a la altura."
     En efecto, Britney Spears no es la nueva Madonna. De hecho, con excepción de lo breve de su vestuario, poco tienen que ver. Madonna jugó brevemente con la dicotomía virgen/puta pero pronto se instaló, oronda, en el segundo rol. Desde ahí, mutó en guerrillera sexual de avanzada, provista de una imagen agresiva y una inteligencia ostensiblemente controladora. Nos recetó todas sus fantasías, incluso las más impopulares. Devino estandarte del postfeminismo (pregúntese, si no, a Camille Paglia), sueño húmedo sólo para aquellos escasos varones que las preferimos grandotas (al menos de espíritu), aunque nos peguen.
     Britney es otra cosa. La misma Paglia la ha definido como muestra de "la mercantilización capitalista de la neurosis sexual púber". Así, mientras Madonna es adulta —y lo fue desde el primer momento—, Britney encarna a la eterna adolescente. Activa/pasiva, dominante/sometida, sujeto/objeto: he aquí las dicotomías que separan a Madonna de Britney. La primera, látigo en mano, nos amenazó un día con un "I'll hit you like a truck", que era metáfora y, sobre todo, consigna; la segunda, toda coletas y calcetas, implora "Hit me, baby, one more time".
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     Mucho se ha escrito sobre la canción que acabo de citar, primer éxito de Miss Spears. La expresión "hit me" sería interpretada por feministas ultrajadas (discúlpese la tautología) como proclama masoquista. Una Britney mitad angustiada, mitad irritada, no tardaría en responder: lo de "hit me" no era "golpéame" sino —para decirlo en el argot propio de su edad— "pélame". Le creo. Y, sin embargo, no deja de llamar mi atención que el título oficial de la canción sustituya la expresión controversial por tres crípticos puntos suspensivos ("… Baby One More Time"), signos seguros de plena conciencia de la interpretación que admitían.
     En un texto publicado en salon.com, Strawberry Saroyan relata su progresivo desencanto con la canción, refiriendo cómo, tras repetidas audiciones, terminó por asociarla con "sonidos emanados de barrocos templos sadomasoquistas, o de tierras de purgación y devastación sexual" e incluso por imaginarla dotada de efectos como "el sonido de un hombre que exhala e inhala profundamente". Pese a lo ilustre de su pedigrí literario (es nieta del William del mismo apellido), Saroyan exagera. He escuchado "… Baby One More Time" hasta la saciedad y, por más esfuerzos que hago, no logro identificar tan depravados sonidos. Cuando Saroyan refiere, sin embargo, que ciertas porciones de la canción han sido tratadas con procesos auditivos para darles un toque ominoso, no puedo sino asentir. Y cuando recuerdo un promocional, transmitido por MTV, en el que un hombre de edad madura olvida su función profesional de taquero en el momento en que el video en cuestión aparece en la pantalla —para terminar por imitar la coreografía que Britney despliega, mientras su expresión facial oscila entre la lascivia frenética y la identificación histérica—, empiezo a comprender por qué temo a Britney Spears.
      
*     Se confiesa virgen a la menor provocación. Obedece aún los horarios impuestos por su madre. Cuenta con la aprobación de las asociaciones de padres de familia, pilares de la reacción estadounidense. Vota republicano. Y, aun así, Britney Spears no logra convencer de que es una adolescente cristiana promedio que trabaja para un público de adolescentes y niños cristianos promedio.
     De hecho, un reciente estudio de opinión muestra que el presunto público objetivo de Britney —chicas de 13 a 18 años— no la soporta. Y, al mismo tiempo, la propia Britney admite contar entre sus fans a "hombres mayores". ¿Qué sucede entonces? Que Miss Spears, como el talentoso Mr. Ripley de Patricia Highsmith, parece ser una perversa, en el sentido psicoanalítico del término: que finge respetar la ley —o, mejor aún, las leyes del establishment— sólo para poder engañarnos, para fingir que su cometido es uno (hacer pop para pubertos) cuando en realidad es otro (desplegar una puesta en escena de puberta para calentar a señores respetables hasta que hagan "¡pop!"). Lo que nada tendría de malo —digo yo, liberal— si lo hiciera con honestidad. Ello, sin embargo, le quitaría el carácter de fruta prohibida e iría en directo detrimento del placer, siempre culpable, de los conservadores.
     Afortunadamente (al menos para ellos), no es así. Y todos contentos: Britney vende discos, los viejos verdes de este mundo tienen a su Lolita, perfecta por falsamente inconsciente, y el Señor queda en los cielos (Oops!She did it again!). ~

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