– Léon Bloy – y la beatificación de Cristobal Colón

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Léon Bloy (1846-1917) podía darse el lujo de utilizar todas las palabras del idioma porque no le debía nada a nadie. El misticismo, la mendicidad agresiva, la falta de complacencias con la Francia que le tocó vivir, la intransigencia helada y visionaria que lo acompañaría toda la vida, el asombroso idioma, el arte sostenido de la injuria, la fuerza de una imaginación paradójica, las anécdotas y las desgracias personales, no logran ocultar el sol abrasador de su genio. Escritores tan disímbolos como Rubén Darío, Paul Leautaud, Jorge Luis Borges, Ernst Jünger, Cristóbal Serna, Jean Paulhan o Roland Barthes le han abierto de par en par las puertas de la admiración.
     Léon Bloy vivió desde un principio como un príncipe desterrado en este mundo. Católico a ultranza, escribió cuentos, novelas e innumerables páginas de un Diario estremecedor donde se ve al autor, entre otras cosas, luchar cuerpo a cuerpo con los demonios que le impiden escribir, que lo empujan y orillan a escribir. Su proximidad, por no decir su intimidad con los secretos de la Revelación, su intransitiva identidad cristiana, le permitieron crear una literatura que oscila entre lo fantástico y lo insólito, y que prefigura las letras absurdas de un Samuel Beckett o de un Eugène Ionesco. Léon Bloy o el genio en estado puro, el volcán de la fábula, el pordiosero ingrato, el prosista fulminante, el artista de la prosa insaciable y de la sed inagotable de belleza, el convicto de la creencia, publicó tardíamente su primer libro Le révélateur du globe / Christophe Colomb et sa béatification future.
     A Bloy no le disgustaba demasiado recordar que había hecho bastante tarde y como a regañadientes su “entrada en la vida literaria”. A pesar de que escribía desde la adolescencia —empezó un Diario llamado de infancia en 1861, cuando tenía catorce años y medio—, tardará mucho en publicar un artículo. Edita unos cuentos en el periódico L’Univers en 1874, luego artículos en 1879—, hasta que, en parte gracias a Jules Barbey d’Aurévilly, da a la estampa una relación de los trágicos acontecimientos descritos en Le désespéré. La revista Le Chat Noir le brinda asilo en 1882. Ese año nace la idea del libro El Revelador del Globo / Cristóbal Colón y su beatificación futura, que inicia a los treinta y seis años. La primera edición —con prólogo de Jules Barbey d’Aurévilly— es de 1884, y se desarrolla y explaya a partir de la serie de artículos publicados en la Revue du Monde Catholique (15 de marzo, 30 de marzo y 15 de julio de 1879) y en Le Foyer Illustré (2 de julio y 15 de octubre de 1882). Antes, a lo largo de una juventud marcada por la pobreza, si no es que por la miseria, y por las crisis religiosas, Bloy ha conocido la mendicidad y el claustro trapense; lo atormenta y acicatea tanto la tentación de una misión religiosa como el llamado de una vocación literaria para la cual él mismo sabe que no se encuentra tan desprovisto. Pero, luego de innumerables intentos de escribir regularmente para el público, confiesa: “Tengo el inconveniente de ser tan furiosamente católico que toda la prensa, y la mayoría de los editores con ella, se apartan de mí como de un apestado por el misticismo y la intolerancia.” Ha adquirido, como apunta él mismo, la fama de ser “un espécimen curioso de teratología literaria y católica”. De nuevo, y gracias a Barbey, leerá a De Maistre y a Bonald, y conocerá y leerá a dos pensadores católicos que serán determinantes en su evolución literaria, y en particular en la escritura de El Revelador del Globo: el metafísico Saint Bonnet (al que sigue y expone en su visión de América en la primera parte del libro) y el Abate Tardif de Moidrey, quien en su Livre de Ruth expone —cito a Bloy— “abstrusos métodos de interpretación sagrada que pronto se transformarían en un álgebra universal”.
     Por esos años, caen en las manos de Bloy los libros del Conde Rosselly des Lorgues, quien, desde hacía más de dos décadas, se dedicaba a trabajar y cultivar la memoria de Cristóbal Colón. Barbey mismo había saludado el libro del Conde con estas palabras: “Se da en este libro, escrito a mediados del siglo XIX, la aplicación de una filosofía de la historia contraria a todas las filosofías racionalistas que gobiernan como pueden la historia de este tiempo. Se da aquí la introducción valerosa del misticismo cristiano en la historia, con vistas a explicar hechos demasiado grandes para ser naturales.”
     Rosselly des Lorgues había sido llamado por el Papa Pío IX para postular la causa de Cristóbal Colón ante la Sagrada Congregación de los Ritos y lograr que el Descubridor de América —el Revelador— llegara a ser canonizado. Cuando Léon Bloy lee una de las obras de Rosselly des Lorgues —L’Ambassadeur de Dieu et Pie IX—, se entusiasma a fondo con el tema y se siente más que animado por la idea de sostener un combate —Bloy era un polemista innato— y de contribuir a lograr la beatificación del Almirante de la Mar Océana, su héroe, Cristóbal Colón.
     Ese combate no será sencillo. Es la primera obra de gran aliento que ensaya escribir, y debe vencerse a sí mismo y, como dice él mismo, al Espíritu. Luego de varios meses concluye por fin una obra que no dejará del todo satisfecho al Conde, pero que será fiel retrato de su genio digresivo, de su talento polémico, de su capacidad de injuria, de su elevado sentido lírico, de su admirable prosa visionaria, capaz de contar no sólo los avatares materiales de Colón, sino de dar cuenta de “la belleza de esa vida excepcional”, de la aventura providencial y simbólica de ese hombre encargado de terminar el mundo, para frasear el Livre de Cristoph Colomb de Paul Claudel, tan influido por el de Bloy.
     El Revelador del Globo no es, por definición, un libro original. Se plantea como un comentario sostenido y exhaustivo de la biografía del Almirante escrita por el Conde Rosselly de Lorgues, por encargo del Papa Pío IX y con vistas a la beatificación de Colón en vísperas del IV Centenario de la Revelación del Globo, para evocar la expresión de Bloy.
     El Revelador del Globo es un libro escrito a contrapelo de la historiografía tradicional, siguiendo por supuesto la horma sobre la cual cita y se construye: el libro de Rosselly de Lorgues. Donde la historiografía positivista descarta los milagros, Bloy / Lorgues multiplican los prodigios y acentúan las coordenadas de lo insólito. Y es que se trataba de probar una causa en apariencia olvidada pero que continúa latente, al menos en el imaginario colectivo: Colón, no como el marinero que descubre —por ciencia o casualidad— el Nuevo Continente, sino como el Santo profeta que sigue infaliblemente el guión de un augurio que se afirmará como Revelación en cuanto ponga pie en tierra, en ese “Paso del viento”, en ese recodo de la isla llamada la Española, hoy en parte Haití, en parte Santo Domingo.
     Biografía del poder del Espíritu Santo, El Revelador del Globo es una encendida exposición que extrae su interés de la forma en que Bloy va sacando partido de la fricción entre la exposición del historiador católico Rosselly de Lorgues, la historiografía tradicional y su propia visión clarividente, profética y mística de la figura de Cristóbal Colón. En El Revelador del Globo, como más tarde en El alma de Napoléon, Léon Bloy explaya una filosofía de la historia radical y estremecedora, capaz de trastornar y trastocar las diversas versiones laicas de la historia y su sentido: ¿hasta dónde es capaz el Espíritu Santo de ordenar y calcular, a través de un agente —sea Colón o Bonaparte—, el cambio histórico? Conceda el lector que, más allá de la ahora inadmisible santidad de Cristóbal Colón, la audaz empresa del Almirante nos deja, como dijo Rafael Landerreche, ante “las puertas del misterio y de lo sobrenatural”.
     II
     Marcelino Menéndez y Pelayo publicó, en los meses de julio y agosto de 1892, el estudio titulado “De los historiadores de Colón”.1 En ese amplio repaso de la historiografía colombina, Menéndez y Pelayo, cuyas posiciones conservadoras son harto conocidas, registra con cierta alarma crítica los escritos que el Conde Rosselly de Lorgues publica después de su obra en 1856: Christophe Colomb / Histoire de sa vie et de ses voyages. A esta primera obra, Menéndez y Pelayo le concede que

gustó mucho como lectura a un tiempo piadosa y recreativa; y en honor de la verdad ha de decirse que, aparte de su amanerada elegancia, y de muchos detalles novelescos, y de algunas hipótesis infelices, el fondo de la narración es verídico, como tomado principalmente de los documentos de Navarrete y del Códice Colombo-Americano. Pero no se satisfizo Rosselly con este éxito literario, sino que se convirtió nada menos que en postulador de la beatificación de su héroe, fatigando a la curia romana con innumerables memoriales para que se incoase el proceso canónico que había de elevar a los altares al Evangelista del Océano, víctima hasta entonces, según el nuevo biógrafo, de la saña de escritores protestantes e incrédulos, empeñados en despojarle de la aureola de su misión divina, y víctima, además, de la envidia y la saña de los españoles, que en vida no supimos comprenderle y le cargamos de cadenas en pago de habernos regalado un mundo y que, aun después de muerto, no hemos cesado de perseguirle con calumnias…2

Para Menéndez y Pelayo, Rosselly des Lorgues es el autor de una literatura “funesta” y “disparatada”, pero “lo peor —sigo citándolo— es que Rosselly ha hecho escuela entre las gentes que en Francia llaman bien pensantes, y apenas hay día en que no salga algún folleto de esa escuela…”3 A esa escuela ultracatólica pertenece Léon Bloy, a quien es poco probable que el autor de los Orígenes de la novela no haya leído. Digamos de paso y para concluir este tramo que, probablemente, a Menéndez y Pelayo le pudo irritar, así la forma en que Rosselly presenta a Colón “en un grado de exaltación fanática muy próxima al delirio”, como el antihispanismo de que Léon Bloy hace gala.
     ¿Qué habría dicho el gran crítico español del libro de Léon Bloy sobre Cristóbal Colón, si ya su modelo —Rosselly de Lorgues— lo irritaba tanto, a pesar de estar dispuesto a reconocer que la empresa y visión de Cristóbal Colon deben “mover a respetuosa veneración al más escéptico” y admitir que “fue providencial que en el descubridor se juntasen aquellas tan diversas cualidades de místico, hombre de ciencia experimental hasta cierto grado, hombre de sentimiento poético y de inmenso amor a la naturaleza; y logrero genovés, enamorado locamente del oro”?4 Arriesgo la hipótesis de que Menéndez y Pelayo leyó a Bloy sin llegar a citarlo, pues Christophe Colomb devant les taureaux es un libro furiosamente antihispánico donde se ajusta cuentas —”el pandemonium de los imbéciles” se titula uno de los capítulos— a España, los españoles, el Duque de Veragua, los reyes de España, la Academia Real de la Historia y a los historiadores españoles, en el particular estilo vitriólico del autor.
     En cualquier caso, habría que recordar aquí que, en otros lugares, por ejemplo en el ensayo sobre “La historia considerada como obra estética”, el mismo Menéndez y Pelayo saluda con entusiasmo “la admirable teoría de los hombres providenciales…” que exalta y magnifica el poder del factor humano en la historia —la teoría arranca de San Agustín, alcanza a Bossuet y llega, con ciertos resabios panteístas, a Los hombres representativos de Emerson y a Los héroes de Carlyle, cuya historia de la Revolución Francesa comentaría, por cierto y por supuesto críticamente, el autor de El alma de Napoléon. En ese horizonte cabe incluir la obra de Léon Bloy sobre Cristóbal Colón. Pero, como se decía al principio, su posición es extrema y radical, y rebasa, con mucho, la idea moderada que se hacía Bossuet de la intervención providencial en las cosas de este mundo, como señala atinadamente Albert Béguin en Léon Bloy, místico del dolor. Y es que Bloy “llega hasta a decir que […] nuestra historia es esencialmente la misma que la historia narrada en los dos Testamentos, prefigurada en el Antiguo, descrita en el Nuevo, confirmada luego por la vida del Cuerpo místico. Nada acontece que no sea una representación figurativa de esta misma y única historia: la de Dios hecho hombre y derramando su sangre en la Cruz”. El mismo drama sería pues vivido en los treinta y tres años de la vida de Cristo […] y desarrollado, explicitado por segunda vez, vuelto a vivir a lo largo de todo el tiempo”.5 La vida de Colón reescrita por Léon Bloy sería así, por supuesto, un capítulo más de las Santas Escrituras, del mismo modo que, según esto, podrían serlo cada una de las vidas vividas —por ejemplo la de Léon Bloy— desde la imitación de Cristo.
     Independientemente de su carga profética y mística, el idioma suntuoso y el poderoso aliento en que están escritas las obras de Léon Bloy, y en particular ésta muy sui generis vida comentada de Cristóbal Colón, hacen de la prosa de este escritor singularísimo un raro tesoro de inteligencia literaria y clarividencia poética.
     Los diversos escritos de Léon Bloy sobre Cristóbal Colón se encuentran recogidos en el volumen I de sus Obras, publicadas por la editorial Mercure de France entre 1964 y 1975. La edición fue establecida por Jacques Bollery y Jacques Petit en quince volúmenes. La edición que se publica aquí sólo incluye la traducción de El Revelador del Globo. No se han traducido ni Christophe Colomb devant les taureaux ni la Lettre encyclique escrita por Léon Bloy directamente en latín. En el volumen xv aparece otro artículo de Léon Bloy: “Christophe Colomb et la fête nationale italienne” (1882). La biografía de Léon Bloy ha sido escrita por Maurice Bardèche: Léon Bloy, París, La Table Ronde, 1989.
     III
     No es ésta la primera vez que en México se escribe sobre Rosselly o sobre Léon Bloy. El libro del Conde Rosselly des Lorgues Cristóbal Colón / Historia de su vida y viajes fue publicado en la ciudad de México en 1876. La obra fue “traducida para la ‘voz de México’ se dio a la prensa, en la “Imprenta de J. R. Barbadillo y C. P. [en] Escalerillas, núm. 21” y consta de 673 páginas y doce capítulos que abarcan desde la infancia de Colón hasta la partida de la Rábida. El libro va acompañado de una “Carta latina de Su Santidad el Papa Pío IX al Conde Rosselly de Lorgues”. Esta obra —de la cual poseemos un ejemplar— fue comentada ampliamente en la prensa de la época. A su vez, los escritos de Léon Bloy circularon en México, primero, a través de las diversas traducciones españolas e hispanoamericanas (Desclée de Brouwer, Editorial Difusión, Editorial Mundo Moderno, Editora InterAmericana, Losada, Jus y otras muchas, en versiones de autores como Silvina Bullrich o Francisco Ayala), y luego en ediciones y estudios hechos aquí, como es el caso de la traducción de Cartas a su novia y La mujer pobre, publicada en Torreón, Coahuila, por la Librería Renacimiento en 1969 como parte de la serie Obras completas de Léon Bloy. Además de la traducción de Carlos Bonfil del Revelador del Globo, publicada por la Editorial Jus con prólogo de Rafael Landerreche, la misma editorial publicó, en 1952, un Léon Bloy debido a José Herrera Rossi, y en 1967 la Secretaría de Educación Pública publicó el estudio de Juan Álvarez Andrade La apasionada mística de Léon Bloy (Cuadernos de Lectura Popular N0 45), por invitación de los coordinadores de la colección: M.A. Millán y José Revueltas.
     Otra huella de los libros de Rosselly de Lorgues sobre Cristóbal Colón se encuentra en la novela de Alejo Carpentier El arpa y la sombra. La lección de Carpentier sobre Colón y Rosselly de Lorgues es controversial, como asentó Rafael Landerreche.
     El viaje de Léon Bloy por las tierras alguna vez descubiertas por el “evangelista” Cristóbal Colón no ha concluido. Ahora toca al lector continuar, con la lectura, explorando esa revelación. –

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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