Instrucciones
1. Abra los ojos. Si ya los tiene abiertos, resista y manténgalos de ese modo.
2. Póngase cómodo. Se recomienda descansar el cuerpo en un sofá o en una cama (al fin y al cabo ninguno de los siguientes TEXTOS tiene prisa.) Es inútil ubicarse cerca de una ventana: usted no tendrá que mirar hacia afuera (estos TEXTOS no son costumbristas; desdeñan la realidad exterior para crear su propio entorno, dotado de sus propias reglas.) Es inútil, también, acercarse a un espejo: usted no tendrá que contemplarse (los autores de estos TEXTOS tampoco se admiran ni emplean la escritura para confesar; prefieren que el juego de la literatura los juegue y anule).
3. Lea, para conocer las relaciones históricas entre la literatura y el juego, las páginas 86 y 87 de esta REVISTA.
4. Lea, para encontrar un elogio del juego no competitivo, las páginas 103 y 104 de esta REVISTA.
5. Atienda o ignore la siguiente información:
a. El TEXTO de Raymond Roussel sigue el método ya clásico del autor: elegir, primero, dos frases casi idénticas y escribir, después, un relato que empiece con la primera frase y termine con la segunda. Para verter al español el relato, el traductor se tomó una licencia: en el original, el mago roba unas pequeñas banderitas (petits pavillons) y hace volar, en la última frase, unas pequeñas mariposas (petits papillons); aquí el revuelo es de pajaritas y pajaritos.
b. El TEXTO de Ronald Sukenick es, puede ser, un hallazgo: la primera vez que se traduce al español la obra de uno de los autores más lúdicos y experimentales de la literatura estadounidense.
c. El TEXTO de Washington Cucurto (alias del escritor argentino Santiago Vega) es apenas una pieza de un juguete más grande: un episodio de un libro en preparación que pretende rebasar, y rebasa con frecuencia, el delirio y el esperpento.
d. El TEXTO de Mario Bellatin es un anticipo de su obra próxima: una literatura que, sin dejar de entretenerse consigo misma y con la biografía de su autor, juega ya plenamente con otras disciplinas.
6. Agite la REVISTA. Si lo hizo bien, siete palabras explotaron entre las páginas 58 y 59.
7. Lea, al fin, los TEXTOS.
8. Por favor, no aplauda.
– Rafael Lemus
Un pequeño revuelo de pajaritas azules
Un pequeño revuelo de pajaritas azules, blancas, rojas se produjo en la sala. Jardin había repartido las figuritas de papel y los asistentes, excitados, habían empezado a agitarlas con entusiasmo. Después, el robo se cometió sin que nadie se percatara.
Ni siquiera yo había notado nada, ni sospechado nada. Me quedé atónito cuando al buscar en el bolsillo no encontré más que una caja vacía; pues hacía apenas dos minutos que Jardin me había confiado la caja llena de minúsculas figuras tricolores.
El silencio reinaba en toda la sala; los mayores, de pie en las puertas, no estaban menos sorprendidos que los niños, alineados en las filas de sillas; y todos los ojos miraban fijamente a Jardin, que destacaba sobre la tarima entre sus cubiletes, sus cartas, sus bolas y sus dados. Me había elegido a mí para ayudarle en el “truco del sombrero mágico” y enseguida subí valientemente a su lado.
Primero había distribuido entre la concurrencia cierta cantidad de figuras de papel con la bandera francesa para luego robárselas. Eran pequeñas aves tricolores de papel de seda que habían causado algo de agitación en la sala.
Al cabo de un momento, las había recogido todas para meterlas de forma ostensible en una caja de cartón. Después me había dado la caja rogándome que la guardara en el bolsillo. Los espectadores aún tenían que examinar el sombrero. Jardin lo hizo pasar de uno a otro por turno. Era grande, de copa, modelo 1830, como los que lucían los galanes de modistillas de pelo largo y corbatas ahuecadas.
Terminada esta operación, Jardin inició su reclamo. Se pasó la mano por el pelo rizado, se irguió en su traje negro y se armó de una varita mágica.
–Señoras y señores –dijo con su locuacidad habitual–, el truco va a comenzar con un hurto prodigioso. Voy a apropiarme de todas las figuritas tricolores que acabo de meter en la caja de cartón. Ni el ladrón más hábil entendería mi forma de proceder, ya que ni siquiera voy a tocar al señor.
Así fue, se quedó a dos pasos de mí, y unos segundos después me anunció que me las había sustraído. Saqué la caja del bolsillo y la abrí; ya no había nada dentro.
–Las aves de tres colores no se han perdido –prosiguió Jardin–, aquí están.
Al mismo tiempo, sacó un paquete de las profundidades de su chaleco.
Estallaron los bravos. Algunos casi me creyeron cómplice. Pero este comienzo era sólo una distracción y el verdadero truco venía ahora.
Jardin cogió el gran sombrero 1830 y lo puso encima de la mesa, con el ala hacia arriba. A continuación, una a una, dejó caer en el interior las pequeñas figuritas tricolores de papel de seda. Al llegar a la última, la sujetó entre el pulgar y el índice y la mostró un instante a los presentes antes de enviarla con las otras.
En ese momento se volvió hacia mí para pedir mi colaboración. Quería que sujetara el sombrero por el ala, con los brazos extendidos, a la altura de los ojos. Obedecí sin imaginar lo que iba a ocurrir.
Jardin, muy seguro de sí mismo, se dirigió otra vez al público.
–Miren bien, señoras y señores –declamó–, la tercera vez que mi varita toque el sombrero, todas las banderitas en forma de ave que acabo de introducir en él van a experimentar una metamorfosis: cobrarán vida súbitamente y levantarán el vuelo por sí mismas.
Yo me resistía a creerlo; no obstante, permanecí inmóvil.
Uno…
Dos…
Tres…
¡Oh!…
Jardin había cumplido su promesa. Al tercer toque, una verdadera nube viviente salió del sombrero de copa. Los asistentes se alborotaron, la sala vibró. Los tres colores estaban reunidos y muy pronto se esparcieron por la sala para gran estupefacción de todos.
A los niños se les ponían los ojos como platos y miraban hacia arriba boquiabiertos. Sólo atendían a una cosa: un pequeño revuelo de pajaritos azules… blancos… rojos… ~
– Raymond Roussel
Traducción del francés de Hermes Salceda
vida/arte
mira
lo que realmente necesitas hacer es apagar esta cosa
salir
y respirar un poco de aire
fresco
tus ojos están rojos
te ves verde
toma un
descanso
haz algo por
ti
bébete un trago
hazte
un favor
entonces
cuando estés contento
(al menos
por ahora)
ve y haz algo por alguien más
[imagen de una persona de la calle]
porque el mundo
es un lugar duro
(para ti también)
[imagen de ti mismo]
luego regresa y te
contaré una historia
y no cualquier
historia
sino una historia
pertinente
o.k.
¿estás de regreso?
¿te sientes mejor?
bien
he aquí la historia:
érase una vez
[imagen de ti sentado frente a tu computadora]
{por cierto, ¿te das cuenta de que esto te llega a
la velocidad
de la luz? –quizá menos 9600 baudios –menos lo que sea
que tarde en llegar
a través de INFOSUPHI –pero en cuanto llega a la pantalla
–¡z-u-m!}
pero para continuar:
el mundo es un lugar duro
[imagen de ti bebiendo con amigos alrededor de una mesa de comedor]
aunque a algunas personas les va mejor que a otras
[imagen de la limpieza étnica de un serbiobosnio]
[imagen de un refugiado ruandés]
[imagen de una víctima de campo nazi]
así que
pásala bien mientras puedas
¿no?
descuelgas
el teléfono
haces una cita para tener sexo con tu
novia/novio/perro
con quien sea que tengas encuentros sexuales
hasta el día siguiente
pero
eso no se irá
[imagen de los campos de muerte de Camboya]
[imagen de somalíes famélicos]
[imagen de niños liberianos con ak-47 que a duras penas pueden cargar]
[imagen de la palabra MUERTE]
y sin querer te das cuenta de que ya no se puede
eludir:
algo ha pasado algo grande
algo está diferente
algo ha cambiado
algo
algo en lo que no quieres pensar
algo en lo que nunca necesitaste pensar ni una
sola vez
érase una vez
cuando todavía era posible
creer en
fantasías
érase una vez
durante un alegre
halloween
antes de que
hubiera
navajas en las manzanas arsénico en el chocolate
pero lo único acerca de halloween tiene
que ser una fantasía
real no te disfrazas de señora si eres un hombre a
menos de que
signifique
algo para ti o de Batman o El llanero solitario &
Toro
lo que sea a menos de que sea real
para ti de algún modo
una fantasía real
así que
la pregunta es
¿cómo es que Sara Masoquizmo se volvió así?
¿peloverdecuerocadenas?
víctima látigo nazi de goma
¿comienza como una delicada estudiante de ballet en una escuela secundaria privada?
¿termina como una amante marimacha sadomasoquista?
¿de tutú a tattoo?
fue porque
cuando tuvo su primera aventura a la edad
de trece años
lo cual no era tan inusual entre las jovencitas de su escuela
secundaria
quienes tendían al desfloramiento inmediatamente después
de que sus pechos crecían digo
florecían si
no es que apenas brotaban por pequeñas abejas ajetreadas y
apiñadas alrededor del rico
olor de
la miel digo dinero y quienes eran complacidas en
pyjama parties
sexualmente activas por compañeros de escuela algo mayores
que ellas que a menudo o no se convertían
en
largas orgías de fin de semana en sobrecargados apartamentos
del upper east side de
padres fuera
de vacaciones en Palm Beach o Las Vegas o las Bahamas
e n
primera palabra bomba: v i d
i a
pero esta aventura era un poco diferente porque era
con su
tío
$am era su nombre y se distinguía por una
longevidad desconocida entre
sus veleidosos amigos
$am era un negociador profesional
él fue el que pero esa es una historia en
sí misma
y tiene mucho que ver con lo que se estaba gestando pero
concentrémonos
no nos perdamos en la periferia de
[imagen de un adicto del área céntrica de una ciudad]
lo que estaba gestando $am su búsqueda de
la felicidad
derecho fundamental sin excluir nada
segunda palabra bomba: pr
gio
iv e
il
lo que él conocía era el $ $am el $ era la
manera en la que buscaba
la felicidad con $ era como había llegado a la cima
el $
era la manera con que
imponía su voluntad conocía su crudo poder conocía
sus sutiles
influencias sabía que el $ era el alma de
la democracia
lo sabía
no importa quién seas mientras tengas $ y él
sabía que no era
nadie salvo que lo tenía sabía cómo usarlo
él
era el que pero probablemente conozcas esa historia
ahora
era el $ de $am el que sustentaba el restaurante de los
Masoquizmo mientras
despegaba
así que no pensaron demasiado
acerca de por qué le gustaba
cuidar a Sara la jovencita de trece años pasaron mucho
tiempo en ese
canal
tercer palabra bomba:c i ó n
l a v i o
había sólo
una
emoción que emocionaba más a $am que comprar gente
y
era enseñarles
la emoción de ser comprados
los Masoquizmo se preguntaban
qué tanto hacía alrededor de la casa pero eso puedes
deducirlo
tú solo
él la llamaba su
pequeña alcancía
ahora hasta aquí ésta es una historia conocida y no
tiene nada de novedoso para ti
pero he aquí el giro inesperado $am
se enamoró de
ella y siguió regresando era leal
la lealtad
era una de sus virtudes así que la situación siguió
puaj un
par de años o tres de forma intermitente ella se acostumbró
llegó
a esperarla o incluso a disfrutarla de un modo enfermizo
luego descubrió
que podía divertirse más con sus pares adquirió la astucia
de ponerlo
de patitas en la calle pero cuanto más lo echaba a él
más le gustaba
ella le pateaba el culo él le besaba el culo ella
dejó de patear
no más patadas
los Masoquizmo se preguntaron por qué el Tío $am había
/ dejado de aparecerse
por ahí mientras tanto
lo que se gestaba en la periferia sonaba cada vez más fuerte
y más cercano al centro
el Tío $am aunque decepcionado del amor no obstante
siguió buscando su felicidad
en otros sitios
en particular en la debacle de la Caja de Ahorros
seguida por la
debacle de la Aseguradora pero ya conoces esas historias
también
o
deberías puesto que estás pagando por ellas
lo que se gestaba más fuerte y qué sólo somos estadounidenses
buscando
la felicidad a fondo
pero
el fondo
era exactamente para lo que Sara
estaba buscando la felicidad excepto que Sara atravesó
el espejo
y salió del otro lado salió del otro
lado
¡PLUNK! digo ¡PUNK! en vez de la búsqueda de la felicidad
la
búsqueda de la mierda Sara se enchufó realmente entre otras
cosas a la
World Wide (cob) Web
mientras tanto
$am
¿te acuerdas de él?
siguiendo el rastro del mercado hizo un trato por sus
patentados Anillos Nasales
O-Punk-No producidos por una compañía de repelente
de insectos
que contiene un agente
nervioso que garantiza al sirviente quiero decir al que los
lleva perezoso y
dócil aunque sujeto a las furias infantiles
f c
cuarta palabra bomba: a c
e s t u p
e
i ó n
inundó el mercado
aunque
algunas personas podían olerlo otras no
aquellas que no podían pronto se vieron con una secreta
indetectable
cadena láser nariz a $am $am a nariz
que ocasionó un movimiento de liberación nasal en
el que Sara se volvió
una líder como una artista de performance en un género
llamado
vida/arte ie. su vida era su arte
al representar impulsos
profundos convirtiéndolos en imágenes oscuras
cuyo sentido significaba como podrían haber significado
más allá de su
control
una suerte de mueca digo profeta que va y viene entre
dos lados de una
sima digo cisma en una especie de espasmo de
sexy auto
aniquilación sumisión $am aún
por ahí en
su cara literalmente
quiero decir
cr
quinta palabra bomba: u
dad
el
fuera de este jaleo digo parloteo un
discurso común
quizá
para lo indecible
“vio soldados que llevaban collares de ojos
humanos y dedos de bebés escuchó los gemidos
de mujeres y niños escuchó vecinos
asfixiados vivos en cemento fresco”
a menos de que primero
haya matado
al orador
pero conoces esta historia de genocidio masivo serial
[imagen de 170,000,000]
(personas)
en este siglo (hasta el momento)
sexta palabra b o m b a
a l
o
séptima p a
b b a
b r a
m
h
o c t
v a
a
l a b
b
a p
r a
b a
m
o
– Ronald Sukenick
© Julia B. Nolet
Traducción del inglés de María Lebedev
Mi llegada a Zoologischer Garten
Berlín, una locura. Un verdadero infierno rodeado de nieve, y sólo a mí se me ocurre llegar un 31 de diciembre a las 11 de la noche. Bueno, en todo caso se le ocurrió al maquinista del tren, porque salimos de Stuttgart hace quince días y teníamos tiempo de sobra para llegar mucho antes. Lo que pasó es que se levantó una ecuatoriana en el camino y se desvió del camino. Nos desviamos. No entraré ahora en los detalles de las peripecias de un viaje que ya pasó.
Bajo del tren en la Estación Zoologischer Garten y soy arrastrado por un remolino de pies, cohetes, tetas y adolescentes de intensa cabellera rubia. Nadie habla inglés, ni francés, ni portugués. El castellano ya no se habla hace siglos, creo que soy una de las pocas personas en el mundo que lo habla. Yo nunca encontré en mi corta vida otra persona para hablarlo, pero una vez escuché en una discoteca a una pareja hablando un castellano perfecto, no como hablaban los españoles, con los verbos antiguos y el gilipollas y esas palabras feas. Esta pareja hablaba como me imagino hablarían los argentinos. Súper bonito. Cuando me acerqué a ellos, ya se habían ido. Para no quedarme aislado del mundo me manejo con señas, tratando de explicarle a la gente que sólo hablo castellano. La gente me pregunta ¿qué es eso? Cuando el río de gente logra dejarme en paz, me doy cuenta de que la estación está llena de jaulas.
Monos del Brasil hay en las jaulas. Africanos en sus jaulas. Un mexicano canta un bolero en su jaula. Una pareja de bailarines de tango en su jaula. Yo me quedo mirando la interminable hilera de jaulas con especímenes de todas partes del mundo. Las jaulas están rodeadas de bellas señoritas, vikingas, gringas liberales que se detienen a elegir el espécimen que se llevarán a su casa. Compran un ticket para llevarlos esta noche a sus apartamentos en el centro de Berlín. Un africano me sonríe y me dice en portugués. “Corcho, tu jaula está veinte metros a la derecha, dejá tu bolso acá.”
Llego a mi jaula, me desnudo, me pongo desodorante y me quedo sonriendo. En ese momento se acerca una señorita. Se presenta como Rike Bottuer, alemana, con una sonrisa me cierra la jaula. Pone un cartel: “Corcho, el cumbiantero de Sudamérica.” Son las 12. Cohetes, tiros, corchos de champaña vuelan golpeando a la luna, el cielo se llena de todos los colores y las estridencias parecen salir del centro de la tierra. Todos los animales de las jaulas nos quedamos mudos, sin hacer nada de lo que hacemos, mirando al cielo, mirando los colores estrellados, pensando en nuestros lugares de origen.
A través de los barrotes de mi celda, entra una copa fina de sidra. La sostiene la mano femenina más linda que vi en mi vida.
–¡Feliz Año Nuevo en Zoologischer Garten, Corcho!, me dice ella.
Agarro la copa sin mirarla todavía a la cara y tomo un sorbo de sidra sin quitarle los ojos de encima al cielo estrellado de Berlín.
–Baila, baila, una cumbia para mí.
Y después me dijo que sería libre, que me llevaría a su casa, donde yo sería su amo. No recuerdo que dijo después, porque enseguida sonó la cumbia y un berlinés enorme con grandes bigotes y una cruz roja tatuada en un brazo me dio tres azotes durísimos para que bailara. Yo no sé que significaría todo eso, pero comencé a bailar porque si no el rubio seguiría dándome latigazos. Bailé, me concentré en las estrellas y me solté a bailar la cumbia solo, como un loco, como un animal enjaulado, pero enseguida comenzaron a bailar en las demás jaulas los africanos, los bolivianos, los peruanos, los mexicanos, los turcos. Bailábamos todos mientras los cohetes no dejaban de sonar y los colorinches en el cielo eran cada segundo más intensos.
Una mano puso en una ranura 2,20 euros y mi jaula se abrió.
–Vamos, Corcho –me dijo ella y me pasó su deliciosa mano por todo mi cuerpo hasta apretarme los testículos. ~
– Washington Cucurto
Todos saben que el arroz que cocinamos está muerto
Pequeña autobiografía ilustrada
A veces, durante ciertas noches de verano, cuando despierto y deambulo por las habitaciones de mi casa, me encuentro con algunas sombras a las que he clasificado como propias de longevos anónimos. Casi siempre las sorprendo alrededor de la mesa en la que suelo escribir. No sé por qué no les otorgo en ese momento una dimensión mayor. Por qué razón, a esas horas de la madrugada, le existencia de insólitas auras alrededor del espacio donde paso varias horas seguidas no me parece algo fuera de lo normal. Estas sombras no dan la impresión de estar capacitadas para responder a las preguntas que se les pueda formular. Se comunicarán con el interlocutor sólo como desde un sueño. Y casi siempre el mismo fantasma, el que aparece con más frecuencia, me informa que las cosas del mundo las percibo como si alguien me fuera relatando lo que ocurre a mi alrededor. Las siento de tal manera, me lo dice, que los sucesos reales forman parte casi siempre de un universo imaginario. Sólo soy consciente de su existencia cuando alguna manifestación física se hace evidente. Cuando siento frío, hambre, o mi cuerpo toca alguna superficie. También cuando alguien me dirige la palabra y no tengo otra alternativa sino contestar. En situaciones semejantes –oyendo la descripción de esta manera de encontrarme situado en la realidad– he comenzado más de una vez la redacción de una novela. De una en particular. De cierto texto que siempre he deseado escribir, pero que me parece estoy incapacitado para llevar adelante. Uno que trate de una mujer que prepara una olla de arroz. “Todos saben que el arroz que cocinamos está muerto”, he escuchado decir más de una vez a este personaje inexistente. “Todos saben también cuál es el destino de cada ración”, contesta otra voz –que parece provenir del fondo del texto–, se ve que más experimentada.
El tono de las voces de esa novela me hace recordar la expectativa generada en cierta oportunidad cuando se creyó que había ganado un importante premio literario. Esperan que llegue de parís. El avión se ha retrasado. Pocas horas después tendré que emprender otro viaje. Creo que a parís nuevamente. Quien se encuentra más atenta a los acontecimientos es mi agente literaria. Es la que se encarga de la situación. El salón de su casa, en el que está reunida cierta cantidad de personas, guarda una extraña relación con la sala de la casa de mi abuela en los tiempos de esplendor familiar. Saludo a las personas que se han dado cita y salgo luego a la calle. Llego a la esquina y me encuentro con un pastor belga malinois. He escrito algunos libros sobre esos perros. El ejemplar es de un rojo intenso. El hocico, negro carbón. Lo lleva un tipo gordo, parecido a la primera sombra que se me apareció en la celda de la mezquita a la que suelo acudir. Se trata de un sujeto conocido en el ámbito de la literatura. No estoy seguro si es un poeta, un narrador o un crítico literario. Tengo en claro que no goza del menor prestigio. El perro tiene unos largos colmillos, que curiosamente le salen de abajo hacia arriba. Son delgados y puntiagudos, casi como los bigotes de un gato pero colocados en forma vertical. Es extraño pero no afectan la faz del perro. Sigue siendo bello. A pesar de los colmillos que van de abajo hacia arriba. Me gusta el animal. En determinado momento el hombre me pregunta si me quiero quedar con él. Lo dudo. Pienso que sus pelos quedarán flotando en el ambiente de mi casa. Pero al mismo tiempo me halaga y hasta me entusiasma que me hagan una propuesta semejante. El hombre me informa que desde hace algún tiempo ha regalado el perro a todos los escritores que llega a conocer. Que todos lo aceptan en su momento pero que, uno a uno, se lo terminan devolviendo. En ese instante la propuesta me deja de entusiasmar.
Recuerdo otra raza de perros. Una que veo por primera vez en un malecón. Se trata de una raza que proviene de una estirpe de perros peleadores. Yo acabo de llegar a esa ciudad y al principio lo confundo con un dogo argentino. En efecto, el color y las formas anchas y redondeadas– denota un pasado en común entre esas dos especies. Pero lo que más llama mi atención son las cicatrices que le cuadriculan el lomo y parte del cuello. El perro luce un grueso collar provisto de púas. El collar es similar al que acostumbran tener los bulldogs en las caricaturas. Su cadena es sujetada por un hombre enclenque de poco más de cuarenta años. Es parecido al rector de la universidad en la que cursé algunos estudios. Aquel rector era un hombre de aspecto curioso, que dirigía la universidad de manera un tanto recia. No mostraba, ni por asomo, la delicadeza de un profesor japonés que en cierta ocasión nos ofreció una conferencia sobre el escritor yukio mishima.
En aquella universidad existen tres cabañas de madera, rústicas, donde se refugian en las tardes los estudiantes con inclinaciones artísticas. En una de ellas hay un piano que es tocado hasta la saciedad por un muchacho que trata de fusionar lo clásico con lo contemporáneo. En otra existe un espejo y una barra de ballet donde una maestra intenta que los cuerpos de los alumnos logren movimientos precisos. En la tercera cabaña leo mis textos por primera vez. Creo que ya desde entonces tengo la idea no sólo de recrear a una mujer cocinando una olla de arroz, sino de un relato cuyo personaje principal sea un poeta ciego. Se trataría de una narración donde pretendiera captar el espíritu de lo que se considera como pensamiento fanático. En poco más de cien cuartillas inventaría una organización absurda dirigida por un anciano que muere en la segunda página de la obra. Mi intención no sería la de dejar constancia de los sucesos sino la de recrear situaciones a manera de episodios aislados.
Tengo en mi poder un pasaje para europa. Como no puedo viajar sin una razón en especial, busco un pretexto contundente: visitar alemania siguiendo el camino de la talidomida, fármaco prescrito en los años 60 que causó malformaciones en cerca de cuarenta mil recién nacidos. Informo a todos a mi alrededor que necesito enterarme de manera personal sobre lo sucedido con la sentencia dictada veinte años atrás contra los laboratorios grunewald, fabricantes de la medicina. Quiero saber cuál es la situación actual de las víctimas nacidas fuera de alemania.
Sé que en américa del sur habita un médico ortopedista que ha trabajado de cerca con los afectados por la talidomida. Es por eso que mi viaje se inicia en la ciudad de la paz, bolivia, donde llego para ponerme de acuerdo con aquel médico sobre la estrategia a seguir. Desde allí tomo contacto con una serie de instituciones que se crearon durante los años del juicio para velar por los intereses de los talídomes. Por las desalentadoras respuestas recibidas semanas después constato que ya casi no hay víctimas sin indemnización. Por ese motivo la mayoría de las asociaciones de defensa se han desarticulado. Sin embargo, algunos de los antiguos integrantes me prometen que se reunirán nuevamente para darme una respuesta. Frente a la posibilidad de recibir una comunicación negativa –y con eso se diluiría el pretexto para efectuar el viaje– abordo el avión antes de que me notifiquen las conclusiones.
Recuerdo que me pongo a pensar, mientras voy en busca de los resultados que me califiquen oficialmente como talidomídico o mutante –las dos clasificaciones posibles en las que se me puede situar–, en cierta piedra caliza llamada utchu por los pobladores de algunas regiones de los andes. Se trata de una piedra rugosa, parecida a la pómez, con la cual las mujeres de la zona raspan las piezas dentales de las niñas. Cualquier dentista calificaría de demencial una práctica semejante. Una serie de investigadores ha tratado de desvirtuar las propiedades de estas piedras, y ha logrado demostrar que la fortaleza en las dentaduras que obtienen esas niñas se debe a factores de orden genético. Esas mujeres saben que si pierden tan sólo una pieza, pierden también parte de la vida. Cuando reciben el último anuncio, cuando cae el último diente, deben prepararse para la muerte. Ocurrirá después de la celebración del siguiente carnaval. Se habla de la existencia de un cementerio exclusivo para mujeres desdentadas, donde se pueden apreciar las osamentas ovilladas en agujeros que las mismas mujeres deben excavar. Abandonan los poblados después del último día de fiesta, cuando la desaparición de una anciana no es advertido por nadie. Algunas lo hacen entonando en voz baja el putuhuasi, canto ceremonial, mientras van esquivando a las personas dormidas en las calles empedradas. Ese canto les ha sido enseñado desde la infancia. Existen algunas que no se atreven a emitir ningún sonido. Las que se mantienen mudas durante el trance, generalmente son aquellas que en algún momento de sus vidas hallaron, de improviso, una piedrecilla en el arroz que estaban cocinando.
En cierta oportunidad, el hijo de una tía –mi primo– y yo coincidimos en una azotea. Nuestras casas son contiguas. El primo limpia la jaula de un pequeño perico. En un descuido el ave sale volando. Ver a ese perico revoloteando en el aire logra que yo sienta por fin la felicidad.
Me encuentro en este momento a gran distancia de la escena de la azotea. Han pasado muchos años y vivo en otro país. Algunos de los personajes que aparecen en estas páginas ya han muerto, pero por cierta razón siento que todavía siguen con vida. Advierto entonces que la felicidad que creí experimentar viendo las plumas desprendidas del perico, no soy capaz de hallarla viviendo solo sino en familia y en las afueras de una ciudad desconocida.
En aquella ciudad debo realizar visitas esporádicas al centro comercial. Con frecuencia me alimento en un cementerio cercano. Es de estilo barroco. Con mausoleos y tumbas bajo tierra. Existe una terraza amplia, a un lado de la entrada, que nos sirve de comedor. A veces llegan a mi casa huéspedes del extranjero, quienes critican nuestra convivencia con los perros que se entierran en aquel cementerio. Pero no me importan sus palabras. En cierta ocasión fotografié algunos de los ángulos principales del camposanto, manteniendo en todo momento una actitud de respeto tanto al lugar como a mi trabajo.
Aparte de la experiencia con el perico, me he sentido feliz siempre que he sido guiado por mis animales. He hallado una suerte de plenitud cuando los he visto jugar o cuando han establecido conmigo un tipo de relación que estoy seguro va más allá de lo cotidiano. En esos momentos hay paz. No existe la tensión habitual. Me puedo entonces dedicar a escribir sin tener casi ninguna conexión con el mundo que se desenvuelve a mi alrededor. “¿De qué río se nos habla en ese extraño exilio que es la escritura?”, escucho a alguien preguntarlo cierta madrugada en una taberna cercana. “Del río del poeta, el que sólo algunos peregrinos pueden vislumbrar pero casi todos se encuentran impedidos de arrojarse en él.”
En este momento la realidad se torna confusa. Es difícil para mí, en una situación semejante, darle unidad a este texto. Aparecen en mi mente lugares que me producen una felicidad extrema. Asimismo cementerios diversos. Advierto también la llegada de una serie de sujetos. Generalmente se trata de figuras espigadas que cruzan de sur a norte la habitación. Estos seres sencillamente caminan y acostumbran dormir en casas derruidas de las que poco a poco se van adueñando. Las suelen utilizar sólo como dormitorios de paso. Al día siguiente se instalan en otra propiedad y, después de algunas jornadas de tránsito por diferentes casas, vuelven a la primera. Cruzarse con esas figuras no suele representar un peligro mayor. Son seres inocuos, para quienes la violencia significa un esfuerzo demasiado grande.
La felicidad plena, la que creo experimentar cuando recuerdo al perico de mi primo escapando de la jaula, se manifiesta también cuando siento que los objetos pierden conexión con lo real. Esa misma sensación deben haber experimentado las hermanas de mi madre cuando vinieron del más allá y me vieron como a un ser deforme. Pese a estar muertas habían conservado intactas sus bellezas. Hicieron algunas alusiones a mi cuello. A que se había encogido y anchado al mismo tiempo.
Muchas veces duermo más de lo necesario y contesto solamente cuando alguien me toca físicamente. Golpe en el brazo = respuesta. Golpe en la pierna = respuesta. Golpe en la mandíbula = respuesta. ~
– Mario Bellatin