Lo que el viento se llevó

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

El puerto de Charleston, junto con el de Nueva Orleans, eran los puntos de mayor tránsito de los esclavos que nutrían las plantaciones del Sur. Fue éste también uno de los sitios donde era más evidente la verdadera causa de la Guerra Civil: un territorio dividido entre esclavistas y libertarios no pueden integrar un mismo país.

En 1861, cuando estalló la guerra en Estados Unidos, Charleston era el principal puerto de salida del algodón del Sur hacia las fábricas textiles de Liverpool que, a cambio, pagaba con armas para enfrentar al Norte.

Charleston también fue inmortalizado, como el resto del Sur y prácticamente como toda la historia de ese país, en Lo que el viento se llevó, la obra escrita por Margaret Mitchell que describió con maestría el tráfico de mercancías y armas entre Norte y Sur llevado a cabo por el capitán Rhett Butler.

El pasado lunes 23 de julio Charles-
ton volvió a hacer historia. A veintiocho grados centígrados de temperatura, el puerto vivió un día que los estadounidenses llaman hazy, es decir, con una altísima concentración de humedad en el ambiente: una muestra de los efectos del calentamiento global.

Fue también un día donde lo viejo y lo nuevo se encontraron. CNN, el emporio de la noticia inmediata, y YouTube, el nuevo poderío virtual, convocaron a los ocho candidatos demócratas a la Presidencia de Estados Unidos al primer debate en línea.

Los acartonados moderadores y las cámaras de televisión fueron meros acompañantes durante el primer debate donde los espectadores pudieron confrontar a un grupo de políticos a través de internet: un nuevo vínculo entre el mundo digital y la vida pública.

Los populares senadores Hillary Clinton y Barack Obama, junto con el resto de los candidatos demócratas, se enfrentaron a una parte de sus electores, aquellos que pujan y pugnan por el control del mundo virtual. Aunque los participantes apenas pudieron responder a 39 preguntas de las tres mil enviadas por los potenciales electores, sin duda se trató de una entusiasta respuesta para “You Choose ’08” (“Tú eliges el 2008”), proyecto que busca una mayor interacción entre candidatos y cibernautas.

El debate –como el clima– fue hazy, pero sobre todo, revelador. El viejo estilo de hacer política y llegar a los votantes a través de la pantalla televisiva quedó rebasado con la asistencia del nuevo confesionario: la computadora.

Sin resultados demoledores a favor o en contra de cualquiera de los participantes, lo que el viento trajo a la vuelta de este debate resulta estremecedor: más de lo mismo. El experimento evidenció que en política todo cambió para que todo pudiera seguir igual; el espíritu de la nación va por un lado y su clase política por otro. Para cualquier observador resulta claro que, parafraseando al joven William Clinton cuando logró hacer de una frase un argumento para derrotar a George Bush padre al decir: “Es la economía, estúpido”, en este caso se podría anotar: “Es el espíritu, idiotas.”

El espíritu democrático y libertario, que logró convertir a ese país en el de las oportunidades, se ha desligado de su clase política, y luego de casi seis años de estar inmersa en una guerra que no entiende, la sociedad parece perdida en su propia confusión. Aunque tanto la senadora de Nueva York como el de Illinois podrían ser representantes de aquél seamos realistas y pidamos lo imposible –quizá ha llegado la hora de que una mujer o un hombre afroestadounidense se conviertan en comandantes supremos de esta nación–, cabe preguntarse: ¿son el género o la raza suficiente motivo para ganar una elección?

YouTube y los demócratas pusieron de relieve, una vez más, que hay un tema grave respecto a la política interna de Estados Unidos y el consecuente destino internacional, que la discusión no debe estar en el estilo, raza o género del próximo ocupante de la Casa Blanca: el problema es la carga ética y moral de quien la ocupe.

¿Qué ofrecieron los candidatos demócratas? ¿Cuáles fueron las soluciones concretas de sus respuestas? Una triste perspectiva: la política estadounidense no permite diferenciar entre republicanos y demócratas. ¿Quién tiene un nuevo llamado moral nacional e internacional para fortalecer el espíritu de Occidente? Nunca –hasta ahora– Estados Unidos había violentado tanto su esencia: verdad, democracia, justicia son valores que definieron el espíritu de una nación que parece desilusionada.

Con la llegada de George Walker Bush a la Presidencia se desencadenó el fin de la supremacía moral de Estados Unidos. Se convirtió en Presidente como consecuencia de una trampa profunda: la negación de la esencia democrática, el secuestro de la voluntad popular a manos de los miembros de la Suprema Corte. A partir de ese momento, el devenir de los Estados Unidos de Norteamérica se puede interpretar como el resultado de esa traición, y con ello se ha puesto en evidencia el fracaso total de su capacidad para conservar el liderazgo mundial.

Fue a partir del año 2001 cuando el propósito de los Padres Fundadores se hundió con los mismos cimientos que sostenían las Torres Gemelas: una nación unida, democrática y poderosa, donde el sagrado derecho a la libertad, la igualdad y la felicidad fueron consagrados en la Constitución como valores del Estado. A la fecha, ese “with us or with the terrorists” [“con nosotros o con los terroristas”] ha generado más de 3,500 bajas tan sólo en el ejército de ese país. En el camino recorrido por Estados Unidos durante el mandato de George W. Bush, es preciso reconocerlo, el Presidente no estuvo solo.

Nos hemos acostumbrado a utilizar la figura de George Bush hijo, ciertamente curiosa y antipática, para definir una época que seguramente será recordada como la peor en la historia de ese país. Peor que el asesinato de Abraham Lincoln, padre de la unidad nacional; peor que la cacería de comunistas encabezada por el senador Joseph McCarthy; peor que Vietnam o el Watergate.

En el balance histórico, lo malo de la era de George Walker Bush no es sólo él, sino el conjunto de políticos y senadores que votaron y apoyaron una guerra que arrancó en septiembre de 2001, apenas unas horas después de que Estados Unidos descubriera que era frágil, capaz de morir en un salvaje atentado terrorista. Barack Obama, Hillary y el resto de quienes se disputan la candidatura demócrata (junto con los que se disputarán la republicana) lo han acompañado con sus votos y sus posturas políticas, integrando un sistema del que también resultan responsables de la crisis en Iraq, los presos en Guantánamo y el resto de atrocidades que han apuntalado la destrucción de la estructura moral de ese país.

Se podría decir que la vida y la política son así, que quien esté libre de culpa arroje la primera piedra… Pero que una nación que cada día entierra al menos a tres soldados tenga que elegir a su cuadragésimo cuarto Presidente entre demócratas y republicanos –que al final representan más de lo mismo– es seguir negando la esperanza que el mundo necesita.

En el National Memorial 9.11 no reposan solamente las cenizas y los restos de quienes murieron trágicamente. Los acompañan las ilusiones de una América que era joven y confiada; ahí también están algunos de los principios que, durante más de dos siglos, convirtieron a Estados Unidos en modelo de las democracias del mundo.

En el debate del 23 de julio, aunque ninguno de los candidatos ganó, sí hubo un triunfador: la única figura política que, por azar y voluntad, no ha participado de este tiempo infausto y que, por el contrario, supo reconocer un tema de vital importancia no sólo para su nación, sino para el planeta: el calentamiento global.

En los últimos años, el mundo ha perdido toda la posibilidad de crear un sistema que implique esperanza en el futuro. Solamente la necesidad de no seguir deteriorando nuestro mundo puede darle a Estados Unidos la razón moral que necesita para reconstruir la fuerza que tuvo hace un siglo. ~

+ posts


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: