Sr. director:
Que una persona cualquiera cumpla ochenta años es razón suficiente para celebrarlo en familia; si se trata de una persona exitosa como escritor, muy merecida una recepción pública. Si además algunas de sus obras son emblemáticas para nuestro país, la celebración honra. No así los excesos. Los ochenta años de Carlos Fuentes se han convertido en un certamen de elogios y lugares comunes que llegó ya a un nivel abominable. Participan desde el presidente de la República, con evidente matiz político, hasta cronistas de sociales como la señora Loaeza, con la más patética cursilería. En el medio quedan ex rectores, profesores, investigadores, escritores de todas las tallas, amigos y dizque amigos, ex presidentes y obligados solidarios, digamos, para abreviar la lista. Lo aborrecible del caso es que en el alud de homenajes, a base de demagogia académica y parrafadas farisaicas el autor ha quedado muy por arriba de su obra; en algunos casos, en la voz de personas que quizá ni lo han leído. Estamos frente a un multitudinario ejercicio de megalomanía. Salvo que se trate de un ser humano con más cera en los oídos que la que utilizó Odiseo contra las sirenas, una persona sensata no admitiría las desmesuras apologéticas a que se ha sometido a Fuentes en estos días. Se necesita mucho más que una alma de acero para resistir tanta perorata celebratoria sin perder el piso. El Atlántico y las dimensiones del continente no han sido factor para impedir el acarreo de elogiadores. Y apenas empiezan las celebraciones, porque todo el mes, ha decretado el gobierno federal, estará dedicado al escritor. Puede ser también que estemos frente a un hombre tan perfecto como creador que no sea posible señalar ni el más mínimo tropiezo profesional, como tal vez sostengan sus apologistas incondicionales. Pero, como la escritura literaria es la casa del jabonero, yo lo dudo.
La producción literaria de Fuentes me parece desigual y reiterativa, con libros abusivamente pretenciosos, como Cambio de piel, y a veces además farragosos, como Terra nostra. En su totalidad, su obra parece haber excedido la mesura. Si publicara menos leeríamos mejores novelas suyas. Como ensayista es magnífico, aunque cuando habla de sí mismo por lo regular es megalómano y hasta mitómano: a los trece años, viendo Ciudadano Kane, “se me reveló el mundo”, “me inicié sobre las piernas de Alfonso Reyes”. Sus obras realmente fuentesianas, es decir: producto legítimo de su talento literario, pueden ser Los días enmascarados, Cantar de ciegos, Gringo viejo, Una familia lejana, Agua quemada y pocas más. Libros magníficos en verdad, sin ser obras maestras. Cambio de piel y Terra nostra, cuando menos, son producto de momentos literarios poco afortunados, como Instinto de Inés. Sobre algunos de sus libros más conocidos cae una sombra muy pesada que les resta originalidad y les confiere la categoría de remake, como se dice en cinematografía, es decir, son obras hechas a partir de otras: La región más transparente tiene sobre ella la grave sombra de John Dos Passos y su Manhattan Transfer; la tiene Aura de Los papeles de Aspern, de Henry James; La muerte de Artemio Cruz, de La muerte de Iván Ilich, de Tolstói; la ya citada Instinto de Inés tiene una doble sombra: la película que en español se tituló Pide al tiempo que vuelva (Somewhere in Time, 1980) y que protagonizó el desaparecido Superman, Christopher Reeve, y otra vez: la sombra de Henry James, quien al momento de morir trabajaba en una novela que plantea la posibilidad de transportarnos al pasado con el solo poder de la mente. Tema sobre el que garabateó Lobsang Rampa (Cyril Henry Hoskin, de oficio fontanero, dicen) en El cordón de plata, y sus populares novelas de los años cincuenta y sesenta. El propio Fuentes nos ha dado la pista sobre Instinto de Inés –que intenté leer al menos cinco veces y que no pude terminar gracias al uso y abuso de frases de extraordinario malabarismo retórico pero que no dicen nada–: “Es la historia de una mujer que se entera de la existencia de un hombre, pero ese hombre no está en su época y tendrá que buscarlo en otro tiempo. La música es la clave que le permitirá encontrarlo.” En la mediocre película de Reeve el tema musical es Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rajmáninov.
Lamentablemente, el caso del cumpleaños de Fuentes no es el primero en los meses recientes. Cuando Monsiváis, otro Carlos, cumplió setenta años se cometieron los mismos excesos, con los mismos resultados. Ojalá que haya cordura para con quienes siguen en la fila. Nadie nos va a creer que tenemos tantos genios. En el pasado no se hizo ni con Octavio Paz ni con Alfonso Reyes, para citar dos casos con todos los merecimientos.
En fin, que hasta García Márquez parece más pequeño de lo que es al participar en los fastos dedicados a Fuentes, cuando su obra es mucho más sólida. La veladora quemó al santo. Parafraseo a Fuentes: en México no hay amistad, todo se vuelve cochupo. ~