Malos pasos en Alemania: 40 años de Barbie

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Barbie fue el primer juguete políticamente correcto. O, al menos, así parece indicarlo su historia. Nació, oficialmente, hace 40 años y un mes, marzo, estuvo dedicado a rendirle homenajes en todo el mundo. Según los voceros de Mattel, Barbie existe para recordarles a todas las niñas “que pueden ser lo que ellas quieran”. Este papel, ciertamente extraño para un sencillo juguete, parece resumir una carrera ininterrumpida de correcciones que empezó con el lanzamiento al mercado de la muñeca con cintura de avispa y pelo platinado.
     El antecedente directo de Barbie es Lilly, una muñequita de la Alemania de la posguerra que apareció primero en una serie de viñetas del Bild Zeitung, un tabloide sensacionalista de la época (aunque hay quien dice que el periódico es en realidad Das Bild). Las viñetas representaban a una prostituta bastante feliz de serlo que generó enorme excitación a su alrededor. En cuestión de meses, las viñetas se había convertido en una muñeca con dimensiones muy similares a las que tiene actualmente Barbie. Venía en dos versiones: con un baby doll transparente y con un conjunto de ligueros y bustier tipo dominatrix. Tenía pelo rubio, labios rojos y carnosos, pestañas postizas y pezones y genitales muy marcados. Los directivos de Mattel, que buscaban ampliar su presencia en el mercado con productos para niñas, compraron los derechos y decidieron modificar a la muñeca prostituta.
     Los primeros cambios que se le hicieron fueron los más obvios: le quitaron los genitales, los pezones y la voluptuosidad de los labios y le recortaron las pestañas (sin hablar de los atuendos, que desaparecieron por completo). Heredó, sin embargo, los pechos como cucuruchos, la cintura imposible, el pelo casi blanco y unos pies siempre en punta dispuestos a recibir tacones de aguja. Pero Barbie (diminutivo de Barbara, hija de la dueña de Mattel) siempre ha tenido cuerpo de mujer deseable. Este cuerpo es, de alguna manera, su esencia. Tal vez por eso las sociedades se han obsesionado con ese pedazo de plástico a niveles casi ridículos. Barbie ha dejado de ser una muñeca para convertirse en un modelo a seguir.
     Los directivos de Mattel jamás imaginaron que la ex chica de la calle sería el juguete más vendido de la historia. Tampoco supusieron que tendrían que luchar contra el juguete mismo para adaptarlo a los caprichos de la sociedad: Barbie, cuya profesión oficial fue la de modelo, ha dejado a un lado esa frivolidad de sus primeros años (de vestidos esponjosos y polveras) para dedicarse a curar animalitos, estudiar y mantenerse sana a instancias de grupos feministas, protestantes enloquecidos o padres de familia con pruritos de todo tipo. A pesar de todo, ni Mattel ni Barbie han logrado sacudirse esos primeros malos pasos en Alemania.
     El año pasado, en el más claro intento por lograr que una muñeca semejante alcanzara todavía mayor aceptación, Mattel decidió cambiar radicalmente su producto más cotizado. Barbie ha perdido aquella cintura espectacular, su rubia cabellera se ha convertido en una melena castaña y lacia, su busto se ha reducido y ya pisa con el talón. Hay una Barbie en silla de ruedas, otra tiene amistades multirraciales, una más separa su basura y pronto habrá una rellenita que calmará a los padres que compran ropa en la sección de tallas extra.
     Aunque la nueva Barbie tiene una cara más infantil y una fisonomía que se presta menos a la polémica, la eterna adolescente no podrá negar sus orígenes. La información que se ha generado a su alrededor, las expectativas puestas en ella y su poder como fuente de ingresos multimillonarios la colocan a la cabeza de las muñecas y la separan del resto de los juguetes. Tal vez quienes quieren cambiarla deben preguntarse si seguirá siendo una diva y la depositaria de múltiples fantasías y conflictos —literalmente, un tesoro— si le ponen panza y le siguen aplastando el pecho. –

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(ciudad de México, 1970) es narradora. En 2005, el FCE publicó su libro de cuentos Las malas costumbres.


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