La relación de Carlos Monsiváis con la poesía está signada por un hecho fundamental: su negativa a escribir poemas. La mayoría de los escritores pueden no escribir poemas sin que esto levante la menor suspicacia o resulte en lo absoluto significativo, pero siempre hay unos pocos sobre los que se cierne, una y otra vez, la sospecha de la poesía. En estos escritores la no escritura de poemas resulta significativa. Tal es el caso de Monsiváis.
Una sospecha que es casi una exigencia. En diversas entrevistas concedidas a lo largo de su vida Monsiváis tuvo que aclarar, ante la pregunta expresa, que, fuera de algunos intentos fallidos en su adolescencia, él no escribía poemas. Más que la respuesta, lo que interesa aquí es la persistencia de la pregunta. Una sospecha que tal vez tenga su origen en la abierta veneración que Monsiváis profesó siempre por la poesía, a la que consideraba la puerta de acceso al gran idioma, aquello que le permite a un escritor adquirir un lenguaje.
Pero dado el lugar tan acotado que actualmente ocupa la poesía, no ya en la sociedad, sino en el mismo espacio literario, donde se ha reducido a un asunto de poetas para poetas, parecería incomprensible que un no poeta se interesase en ella. Como si leer poemas fuera ya la prueba irrefutable de que también se escribe versos. Hay más poetas que lectores, dicen algunos. Tal vez los mismos que aseguran que Monsiváis escribía poemas en secreto.
En el fondo poco importa que Monsiváis escribiera o no poemas en secreto. El signo es el mismo: Monsiváis no se asume poeta. Es un no poeta y lo importante aquí es la negación. Porque es ese “no” el que le permite aproximarse a la poesía como no se aproximan los poetas. Monsiváis no aborda la poesía desde la poesía (tampoco desde la academia, por supuesto) sino desde un afuera y hacia un afuera. Digamos que Monsiváis traza en torno al cada vez más estrecho círculo de la poesía un círculo más amplio: el de la cultura, entendida esta como un vínculo social.
Esto puede constatarse en algunos trabajos suyos que resultan fundamentales para entender la poesía mexicana: las antologías Poesía mexicana del siglo xx (1966) y Poesía mexicana ii, 1915-1979 (1979), así como las magníficas conferencias recogidas en Las tradiciones de la imagen / Notas sobre poesía mexicana (2001). Monsiváis es un crítico lúcido y riguroso que sabe afinar su erudición en la materia con una cualidad con la que la erudición no suele coincidir: el humor. Pero a Monsiváis no le interesa sólo la poesía por la poesía, sino también ponerla en relación con el fenómeno social. Es un interés de ida y vuelta: rastrea el lugar que ocupan los poemas en el imaginario colectivo a la vez que los incorpora en dicho imaginario a través de su propia escritura.
Esto último resulta mucho más patente en su textos que no hablan de poesía sino de cualquier otra cosa. La poesía es una constante en la prosa de Monsiváis ya sea como epígrafe, cita, parodia, intertextualidad. Cierto es que su escritura es un carnaval donde conviven en una fiesta violenta diversos lenguajes: del albur a la academia. Un lector distraído pensaría que Monsiváis cita por igual un bolero que un poema. Nada más alejado de la realidad: Monsiváis nunca cita por igual sino por diferencia. Su eficacia no reside en la igualación de los niveles sino en el enfrentamiento. Monsiváis tiene muy claras las diferencias. Escribe sobre Agustín Lara: “él decidió la idea que de la poesía tiene quien jamás la ha frecuentado”. Su prosa es una imagen social donde las diferencias conviven a veces gozosamente, a veces violentamente, pero siempre en contraste.
Cuando cita o parodia algún poema, Monsiváis lo resignifica al ponerlo a operar dentro de otro discurso. Y lo hace hablar, en la Plaza Pública o en esa suerte de Zócalo que es su obra. Un pequeño ejemplo, entre cientos posibles, extraído de Días de guardar (1970), en el que le toca su turno a la poesía náhuatl: “En la comitiva, Fidel Velázquez. Al verlo avanzar, al contemplar su don totémico de hendir el espacio, más allá de los sombreros de carrete de origen nixoniano, más allá de los teponaxtles y las chirimías que evocan lo que nos hizo el Dador de la Vida (“Llorad amigos”) Fidel Velázquez va creciendo en mi memoria.”
Monsiváis, en su calidad de no poeta, logra vincular a la poesía con lo que no es poesía. No se trata de un asunto de difusión sino de un mecanismo de recontextualización y resignificación. La escritura de Monsiváis es una trama social, un tejido donde la poesía es uno de los hilos. Monsiváis, ese gran no poeta, hace algo que no supieron a hacer los poetas de su tiempo: supo darle un lugar a la poesía dentro de la sociedad. O al menos dentro de esa imagen de nación que construyó página a página. ~