Originalidad e inocencia

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Al releer a estas alturas la antología de sus propios poemas, que Víctor Manuel Mendiola recogió en su libro, Tan oro y ogro (lanzado por la editorial de la unam en octubre de 2003), advertí que ni yo, ni muchos de los críticos y comentaristas que lo han leído, y tal vez ni siquiera su mismo autor, nos hemos dado lo que se llama cuenta de la originalidad y la calidad de la poesía recogida en tal libro. La excepción sería, sin embargo, el prólogo que escribió el fino crítico argentino, residente en París, Saúl Yurkievich, a la primera edición que, en aquel entonces, era sólo una parte de los poemas que Mendiola presenta hoy, o sea la compuesta por los libros Nubes publicado en 1987, El ojo de 1994 y Vuelo 294, que data de 1992 y salió a la luz en una edición del Fondo de Cultura Económica publicada en 1987. Hago notar, sin embargo, que posteriormente a la opinión de Yur-kievich, hablaron de nuestro poeta tan finos críticos como Fernando Fernández, Daniel Friendenberg y Jorge Fernández Granados, entre otros, y que resulta muy satisfactorio poder añadir a esta lista el nombre de Octavio Paz.
     Octavio, además de haber publicado a Mendiola —tanto en la revista Vuelta como en su editorial—, expresó en presencia de Jorge Hernández Campos y en la mía la sorpresa y el gusto que le producía la aparición del antes mencionado y extenso poema Vuelo 294. Recuerdo que Jorge y yo estábamos en la casa de nuestro amigo y poeta Manuel Ulacia —quien por desgracia nos dejó hace tres años—, cuando Octavio Paz recibió con una felicitación a Víctor Manuel he hizo comentarios, rápidos pero muy entusiastas, a su poema.
     Mi humilde opinión sería, ahora que lo releo, que a la originalidad y la calidad que tienen las composiciones de Mendiola se une una inocencia conmovedora. Si le preguntan, por ejemplo, de dónde salió su título Tan oro y ogro, responderá que no sabe, que le llegó inesperadamente. El título es, sin embargo, un pentasílabo perfecto, con acento en la segunda y cuarta sílabas, aliterado con las oes y erres, y sin más sentido que su música. Inútil intentar una explicación de qué significa cada una de esas dos palabras y, mucho menos, de qué significa su coexistencia.
     Ese mismo llegar como por milagro, quién sabe de dónde, está en versos como los de sus poemas “Esquina” (p. 18), en el que habla de: “…un lugar que sólo existe / en su mirada” (por supuesto la mirada de una Ella). Y en el poma “Reunión” (p. 19), en que el poeta hace a la mujer, con una inocencia que no podría ofender a Dios. Y en aquellos versos de “Fantasmas” (p.22), en que los cuerpos “encienden las palabras / junto a la mesa”. En “La Piedra” (p.33), composición en la cual el pensamiento es una piedra pesada que a veces se nos cae de las manos. O en el poema titulado “Poética” (p.46), en el que “Bilingüe el ojo avanza por la boca”. O en ese otro, erótico, en que “corre tu desnudez / en mi velocidad”.
     Y así seguiría yo citando versos y hasta incluiría aquí enteros varios de sus sonetos, una forma que le costó algo dominar pero que logró, con el tiempo, perfeccionar como es visible en los veintiún sonetos que integran Vuelo 294 (1992), y para el cual también escribió Saúl Yurkievich (en un avión precisamente de regreso a París, febrero de 1996) un breve artículo que elogia los logros en la difícil forma elegida por Mendiola para tal libro, observando que en ésta nuestro poeta consigue “una bella amalgama entre forma fija y polifonía” y “una eficaz relojería poética”. Yurkievich nos permite entender perfectamente bien los múltiples planos del poema, así como esa rara alianza entre una composición cerrada —como es el soneto— y otra abierta —como es el caso de la narración cubofuturista.
     No puedo dejar de decir que el soneto, del que Mendiola extrajo el pentasílabo del título, se lo encargué yo misma para la sección “La vida aleve” de la revista Vuelta. Desde esa época, Mendiola mostraba ya habilidad y control en el manejo del verso. “El huevo duro” no sólo cumplió con las expectativas del juego que yo le propuse a varios poetas, sino que realizó la difícil esperanza de una idea: convertirse en un soneto. –

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