Paz y Gironella: complicidades estéticas

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Cuando, en 1962, apareció en la primera plana del diario France Press el encabezado que rezaba “¡El surrealismo no ha muerto!”, a partir de una declaración de André Breton, maravillado por la pintura de Alberto Gironella “Transfiguración y muerte de la Reina Mariana”, la comunidad intelectual francesa dirigió su mirada hacia el joven pintor mexicano, entonces prácticamente desconocido. Entre los más sorprendidos se encontraba Octavio Paz, radicado en París, quien, a instancias de Breton, descubrió el trabajo de su coterráneo. No es difícil imaginar que el poeta, en esos años participante del movimiento surrealista, haya mostrado simpatía por el joven pintor. En diferentes escritos comenta Paz que del grupo surrealista lo que más admiró fue su rebeldía, intransigencia y libertad. Pienso que el poeta intuyó estas mismas cualidades en la pintura de Gironella, quien realizaba sus paráfrasis subversivas de las pinturas de los maestros españoles, impregnadas de ese espíritu iconoclasta que hasta la fecha caracteriza su obra.
     Cuenta Gironella que, durante su estancia en París, Paz y él se trataron poco, aunque compartieron amistades como Pierre Alechinsky y Luis Buñuel. No fue sino hasta el regreso del poeta a México, en 1971, que la amistad se consolidó y dio paso a un puente de correspondencias literarias. Sobre el pintor escribe Paz uno de sus más luminosos y emotivos ensayos de arte: “Los sueños pintados de Alberto Gironella” (1977), más tarde corregido y rebautizado como “Las obvisiones de Alberto Gironella”. Por su parte, Gironella —lector atento, minucioso y obsesivo de la obra paciana— cita y evoca, una y otra vez, las lúcidas y sugerentes ideas del poeta.
     Además de su mutua admiración, los vínculos entre Paz y Gironella giran en torno a sus pasiones compartidas, entre ellas la literatura española. Pero quizá la más importante, aparte de Breton, fue la que sintieron por Buñuel y Gómez de la Serna. Del primero les seduce su espíritu subversivo, mientras que del segundo —un surrealista avant la lettre— les maravilla su incomprendida modernidad. Paz habla de las películas de Buñuel como de “la primera irrupción deliberada de la poesía en el arte cinematográfico”, y define a Gómez de la Serna como “el Escritor o, mejor, la Escritura”, mientras condena a los españoles e hispanoamericanos por “esa obtusa indiferencia ante su obra”. Por su parte, Gironella no se cansa de afirmar que los dos han sido las más importantes influencias en su vida, y su obra plástica da cuenta de ello. Una tercera pasión compartida es Baudelaire. De él, tanto Paz como Gironella adoptan el principio de la analogía como punto medular de su poética.
     En los setenta Paz se adentra en los ambiguos claroscuros de la pintura de Gironella y, cautivado por su “ferocidad”, escribe “Los sueños pintados de Alberto Gironella”, cuyo tema central fue la transgresión y descontextualización del cuadro “El sueño del caballero”, de José de Pereda. Para Gironella, este ensayo es el más lúcido y acertado que se haya escrito sobre su pintura. En él Paz hace hincapié en la doble y ambigua naturaleza de Gironella y lo dibuja como un pintor-poeta que “concibe el cuadro no sólo ni exclusivamente como una composición plástica, sino como una metáfora de sus obsesiones, sueños, cóleras, miedos y deseos”. Y agrega: “El cuadro se transforma en poema y se ofrece al espectador como un manojo de metáforas entrelazadas”.
     Gironella ha sido un esmerado lector de la obra de Paz, y éste lo sabía bien. Cuando, en 1983, el Instituto Cervantes de Madrid le encargó al pintor un retrato del poeta para incluirlo en su galería de Premios Cervantes, Gironella realizó una de las obras cardinales dentro de su producción retratística. Por razones de índole burocrática, el retrato nunca se integró a la colección del Instituto, y fue adquirido por Miguel Alemán, quien lo regaló al poeta en su cumpleaños número setenta.
     El año pasado, la revista francesa Nouvelles du Mexique pidió a Gironella su autorización para reproducir el retrato de Paz. Surgió entonces el interés del pintor por hacer una pieza nueva en la que pudiera actualizar las referencias. Al poco tiempo aconteció la muerte del poeta, con lo que Gironella decidió crear toda una serie que funcionara como homenaje póstumo a su amigo. Fue así como surgieron las nueve cajas reunidas bajo el título “Potlatch de Alberto Gironella a Octavio Paz”.
     El motor que animó la realización de estas cajas-collages fue el afecto y admiración de Gironella hacia Paz. El título lo dice todo: Potlatch, palabra que tiene su origen en la lengua nootka de los indios del noroeste americano, significa “don”, y se refiere a una suerte de ritual festivo en el que el jefe de una tribu ofrecía ostentosamente sus riquezas o bienes más preciados a un rival para desafiarlo. El contrincante tenía que responder de manera aún más espectacular, con lo que estas peculiares muestras de poder alcanzaban las extravagancias más inconcebibles. Esta fue de gran interés para los surrealistas y otros partidarios de las vanguardias. En su Potlatch, Gironella ofrece a Paz una profunda muestra de cariño y respeto, a partir de nueve metáforas plásticas que hablan del poeta “pictóricamente”.
     “El eco tiene una función cardinal en la obra de Gironella y consiste en la repetición casi maniaca de ciertas imágenes, sometidas a deformaciones y mutilaciones inquietantes”, apunta Paz. Ecos, reverberaciones, ambiguas combinaciones: las cajas—collages de Gironella son variaciones sobre un tema central: el indisoluble binomio literatura-pintura. El espectador atento —y en especial quien conozca la obra de Paz— irá “leyendo” y descifrando en cada una de estas singulares cajas las prolijas metáforas que Gironella utiliza para configurar, a manera de mosaico caleidoscópico, el retrato conceptual del poeta. Para ello, el artista se sirve, ante todo, de alusiones y analogías, sutilmente engarzadas entre pinceladas de humor e ironía: “Ningún arma más poderosa que la del humor”, escribe Paz. Y el humor está siempre presente en la producción gironelliana, ese humor negro que fascinaba a Breton.
     Como en toda la obra de Gironella, cada elemento o referencia tiene un sustento predeterminado, ya sea metafórico, conceptual o puramente estético. Predominan el azul y el blanco, que son los colores emblemáticos de Mixcoac, lugar de nacimiento del poeta. El empleo de los dorados nos remite a la suntuosidad de los retablos barrocos. La efigie del poeta aparece en el centro de todas las piezas, flanqueada por fotografías, portadas de libros y objetos varios que aluden a sus autores predilectos, obras de su interés personal o temas centrales en su reflexión literaria, artística y política.
     “El término homenaje está ya muy gastado”, comenta Gironella. “Mi intención en este Potlatch a Octavio fue más bien evocar conversaciones que quedaron pendientes entre nosotros, hilos sueltos en la trama de una larga amistad…” Y Gironella dedica al amigo estos poemas plásticos, nueve prodigiosas ofrendas hechas de saudades.

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