Perdiendo la cabeza en Iraq

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Cuando televisoras y agencias de información comenzaron a emitir, el pasado 10 de febrero, el retrato de un marine afroestadounidense presuntamente secuestrado por islamistas radicales en Iraq, miles de medios lo reprodujeron al instante. La inercia causada por el centenar de secuestros de extranjeros que se han registrado en el país desde que comenzó la invasión de Estados Unidos justifica —acaso— la ceguera de los editores.
     El hombre aparecía en la imagen, difundida originalmente por la página electrónica de un grupo insurgente, con un gesto de curiosa impasibilidad, como si se hubiera soplado las obras completas de Séneca y Boecio antes de ser retratado. Un rifle automático le apuntaba a la cabeza, pero ni siquiera su amenazante cañón lograba arrancarle una mueca a su rostro estoico. Y eso que se encontraba sentado frente a la acostumbrada manta negra con letras en árabe —”No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”, literalmente— que tantas veces se ha visto como utilería de alguna horrible decapitación.
     La imagen era acompañada con un texto categórico: “Nuestros héroes mujaidines del Batallón Yijadi lograron capturar al militar estadounidense John Adam después de matar a un número de sus camaradas y de capturar al resto. Dios mediante, lo decapitaremos si nuestros prisioneros, tanto hombres como mujeres, no son liberados en un plazo de 72 horas.”
     Seriecito y muy peinado, mister John Adam miraba a la cámara con paz inhumana. En realidad, no tenía motivos para manifestar cólera o temor. ¿Por qué? Porque no era un hombre sino un ejemplar delMarine Cody”, un muñeco de plástico que reproduce sin demasiada delicadeza a un infante de marina.
     La fábrica del “Marine Cody” intervino para reivindicar al secuestrado como uno de sus monos, y para aclarar de paso que el rifle que le apuntaba a la cabeza era un arma de juguete. Un juguete. Eso era Adam. Un madelman. Un hombre de acción que se podría comprar en cualquier tianguis por cincuenta pesos —y regalar luego, a escondidas de sus padres, a algún chiquillo con inclinaciones mujaidines.
     Con cierto cinismo, los medios que habían alarmado a los compasivos del mundo con la noticia del plagio, comenzaron a difundir una nueva imagen: el revelador empaque de plástico del “Marine Cody”. Ninguno se tomó la molestia de indicar si la manta con letras en árabe va incluida en el precio.

II
     Las fotografías de torturas a presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, en las afueras de Bagdad, inflamaron las portadas de los diarios del planeta hace unos meses. Botas, correas y puños acosaban a hombres desnudos y ateridos. Pero un nuevo escándalo carcelario produjo imágenes de muy diferente calaña.
     Como sacadas de la imaginación del guionista de la comedia bélica M*A*S*H, algunas militares del 1600 Batallón de la policía militar destacadas en una prisión llamada Campo Bucca, cerca de la frontera con Kuwait, decidieron amenizar su fiesta de despedida de la guerra, en diciembre pasado, luchando en el lodo.
     La lucha en el lodo es, como no se ignora, una práctica principalmente femenina. El atuendo apropiado para ejercerla es la ropa interior. A los hombres se les permite, apenas, observar los combates desde una orilla, sudorosos y babeantes.
     El rito fue aplicado rigurosamente por chicas y chicos del 1600 Batallón, y algún entusiasta decidió inmortalizarlo tomando decenas de fotos —cuando los antropólogos del futuro se pregunten por la característica principal de los homínidos que habitaron Estados Unidos en el siglo XXI, les resultará claro que era la de tomar fotos, fotos de lo que sea, de uno mismo con el pie en el cuello de un preso lloroso, o de una oficial de la policía militar en sostén y calzones estrangulando a una colega.
     Por descuido o vanidad, las fotografías de las militares debatiéndose medio desnudas en el barro acabaron en las manos de un integrante del 105o Batallón, quien se apresuró a hacerlas llegar a sus superiores. A los pocos días estaban en las portadas de los muy serios tabloides Daily News y The Sun (el titular del Daily News era por demás elocuente: “Out of control at Camp Crazy!”)
     Hasta el momento, sólo la soldado Deanna Allen, de diecinueve años, ha sido degradada por el incidente. Su capitán no descartó que se produzcan más sanciones, pero también dejó claro que no habría motivo para esperarlas: “No parece que hubiera alcohol de por medio, y no hay pruebas que induzcan a pensar en cualquier tipo de mal comportamiento sexual. Además, los presos estaban lejos y no podían verlas.”
     Vaya, menos mal. De cualquier modo, no dudemos de que el marcial “Marine Cody” se avergonzará de tan lodosas actitudes mientras espera que le corten su cabeza de goma. –

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