Prescindir de la revolución. ¿Tenía futuro el maderismo?

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Todas las revoluciones tienen causas estructurales profundas: campesinos explotados, trabajadores mal pagados, clases medias que aspiran a más, conflictos étnicos, élites divididas, dificultades económicas, crisis fiscales, incompetencia y corrupción de los líderes políticos, guerras perdidas. Pero dichas causas no hacen que las revoluciones sean inevitables. Simplemente aumentan su probabilidad. Sin un detonante accidental, las revoluciones nunca ocurren. En un sentido contrafactual, las causas de las revoluciones que nunca acontecen se convierten en el marco histórico dentro del cual se ven forzadas a desarrollarse las sociedades sin revoluciones.

Los accidentes son acontecimientos impredecibles. Los accidentes históricos son acontecimientos impredecibles que dibujan nuevas trayectorias para naciones o pueblos enteros. Quizás el accidente histórico clave en la historia mexicana fue el golpe de Estado del 18 de febrero de 1913 que derrocó al gobierno de Madero. La importancia de este golpe se puede medir de dos maneras. El método convencional del historiador consiste en examinar los acontecimientos que tuvieron lugar como consecuencia del golpe. Resulta menos convencional, pero igualmente válido, construir un México imaginario y contrafactual y compararlo con el México que produjo el golpe de Huerta.

El golpe pudo haberse evitado o prevenido con facilidad. Su éxito dependió de una serie de accidentes. Si el general Lauro Villar, comandante de la guardia de Palacio Nacional, no hubiera resultado herido en el primer ataque del 9 de febrero, hubiera sido imposible para Huerta tomar preso a Madero. Si Madero hubiera destituido a Huerta y reemplazado al lesionado Villar por Felipe Ángeles o algún otro general leal al maderismo, el golpe quizá no habría tenido lugar. Incluso llegado el último momento, si Madero hubiera solicitado la ayuda de las unidades de milicia apostadas en Palacio Nacional, el golpe habría fracasado.

Y existe aún otra posibilidad. Cuando Huerta aún vacilaba, fue el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, quien lo impulsó a actuar. Woodrow Wilson (sin ninguna relación con aquel), quien asumiera el cargo de presidente de Estados Unidos el 4 de marzo de 1913, tan sólo dos semanas después del golpe, simpatizaba con Madero. Si el golpe se hubiera diferido hasta marzo, Wilson habría puesto fin a la participación de Estados Unidos en la conspiración y probablemente esto habría bastado para disuadir a Huerta.

¿Qué habría pasado si Huerta no hubiera procedido o si el golpe hubiera fracasado? Imaginemos tres escenarios posibles. (No podemos excluir la posibilidad de muchos otros, pero nos parece que los siguientes se cuentan entre los más plausibles.)

 

Escenario 1

El golpe no ocurre porque Huerta, temiendo el fracaso, no procede a la acción. Los rebeldes de la Ciudadela se rinden. La vida en la ciudad de México regresa a la normalidad. El gobierno de Woodrow Wilson nombra a un embajador afín a Madero. Los bancos europeos emiten el préstamo negociado por Ernesto Madero; los bancos estadounidenses hacen lo propio. En Europa estalla la guerra; las exportaciones mexicanas se disparan; las rentas del gobierno aumentan con rapidez. Madero, influido por Ernesto y por sus familiares más conservadores, como Rafael Hernández Madero, da un brusco giro a la derecha (su hermano Gustavo, más flexible, ha sido expeditamente exiliado a la embajada de México en Japón). El ejército federal renueva su campaña contra Zapata. Los gastos militares aumentan a fin de impulsar las campañas represivas contra otros movimientos agrarios. Los patrones descubren que el gobierno de Madero se muestra favorable a sus esfuerzos por revertir los logros de los sindicatos. En este escenario Madero se convierte en… Porfirio Díaz, pero sin reelección.

En 1916 o 1917 (la fecha aún estaba por decidirse) se organizan nuevas elecciones en un clima de represión creciente. El partido de Madero –Partido Constitucional Progresista– se desintegra en facciones antagónicas. Una coalición de conservadores, incluidos muchos terratenientes, hombres de negocios, el ejército federal y la burocracia, así como el Partido Católico, respalda las políticas de Madero. Esta facción se agrupa a la sombra de un candidato conservador como Francisco León de la Barra o Federico Gamboa. Entre quienes se oponen a esta opción conservadora se cuentan los “renovadores” del Congreso y media docena de gobernadores (casi todos del norte), que llaman a poner fin a la represión, a alcanzar una paz negociada con concesiones para Zapata y otros movimientos agraristas, a la descentralización de la autoridad y a una mayor cuota de poder para los antiguos revolucionarios maderistas. Venustiano Carranza o incluso Luis Cabrera habrían sido candidatos fuertes para esta facción.

En este escenario, la elección presidencial de 1916 o 1917 tiene lugar en un país caótico. Ninguna facción está dispuesta a reconocer el triunfo de la otra. Estalla entonces la guerra civil, en la que Carranza pelea contra el viejo Estado porfirista en una incómoda alianza con Zapata y otros hombres del norte, incluido Villa. Ningún bando es capaz de obtener una victoria segura antes de que la Guerra Mundial toque a su fin con el armisticio firmado el 11 de noviembre de 1918.

Estados Unidos, que ha tenido relativamente pocas bajas en Europa y cuenta aún con 4.3 millones de hombres en armas, realiza una incursión en México cuando este se halla en su momento de mayor debilidad. Tropas estadounidenses ocupan ciudades a lo largo de la frontera con México y en las zonas productoras de petróleo más importantes de la costa del Golfo, al norte de Tampico. Estados Unidos insiste en poner fin a la contienda con un gobierno mayoritariamente conservador, afín al gobierno estadounidense (Carranza queda excluido del gabinete por ser muy nacionalista) y con el ejército federal intacto. Pero la administración estadounidense también insiste en que México lleve a cabo un modesto reparto agrario en Morelos, en el oeste de Chihuahua (que se halla bajo ocupación estadounidense) y en algunos otros puntos, a fin de acelerar la pacificación. Se designa a algunos funcionarios de Estados Unidos para supervisar los ministerios clave, incluidos los de la Defensa Nacional y Hacienda. La recuperación se ve impulsada por un gran préstamo de un consorcio de bancos neoyorquinos entusiasmados con la nueva estabilidad alcanzada bajo la vigilancia estadounidense.

Pese a la calma momentánea, la aguda recesión de posguerra de 1919 a 1920 y la acumulación de descontentos sin solución lleva al resurgimiento de los conflictos sociales a lo largo de la década de 1920, conflictos que se vinculan ahora con una amplia reacción nacionalista en contra de la dominación estadounidense. Estados Unidos retira sus tropas (una medida económica que se da en el momento en que los republicanos suceden a Wilson a principios de 1921), pero ya no tiene ningún interés en la reforma, sea agraria o de cualquier otro tipo. Presionado por Estados Unidos, el régimen conservador se vuelve cada vez más represivo. Los repartos de tierra, fomentados por Estados Unidos en 1919 y 1920, son revertidos.

La base social de tal régimen reaccionario no es difícil de imaginar: terratenientes reacios y poderosos que se enfrentan a protestas campesinas recurrentes; industriales desacostumbrados a los reclamos obreros; clases medias partidarias de las elecciones democráticas y del buen gobierno, pero inclinadas hacia las soluciones autoritarias debido a la inestabilidad; así como un poderoso bloque católico basado en la región centrooccidental pero sin las pérdidas que le habría infligido la guerra cristera. El porfirismo, en este escenario, da pie a un régimen autoritario con características similares a la Italia fascista o la España falangista. El modelo económico asociado con esta trayectoria es una industrialización por sustitución de importaciones (ISI) dirigida por el Estado: exactamente la opción que eligió el PRI después de 1945.

No obstante, el PRI impuso la ISI y sus sacrificios en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, después de haberse granjeado el respaldo masivo y organizado de campesinos y trabajadores, es decir, cuando estaba listo para soportar el contragolpe provocado por el nuevo modelo económico. Además, un régimen conservador y represivo en México durante la Segunda Guerra Mundial se habría enfrentado a una inmensa presión por parte de Estados Unidos para que interviniera en la guerra junto con el bando aliado, y contra sus aliados ideológicos de la Europa fascista. Si no hubiera procedido de esta manera con el suficiente entusiasmo, Estados Unidos habría estado listo para respaldar a las fuerzas de oposición, incluidos los movimientos populares. E incluso si hubiera logrado satisfacer al gobierno de Estados Unidos en su entusiasmo por la causa aliada, el régimen mexicano habría enfrentado inmensas presiones populares a favor de la reforma y la democratización.

De esta manera, la ola de transformaciones democráticas entre los gobiernos de toda América Latina que acompañó a la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias inmediatas, bien habría podido generar cambios políticos apoteósicos en México durante la década de los cuarenta. Desafortunadamente, un régimen reformista y democrático recién instalado en México habría encarado a un Estados Unidos hostil. A finales de la década de 1940, Estados Unidos cambió raudamente sus prioridades, de modo que México se habría enfrentado a un vecino que esta vez estaba decidido a instaurar confiables gobiernos anticomunistas en todo el continente y preparado para tomar acciones tendientes a tal fin. Si el régimen represivo de derecha en México hubiera sido capaz de retener el poder hasta 1948 o 1949, habría encontrado de súbito apoyo en Washington (como lo hiciera Franco en España), hasta el momento del colapso de la política de ISI tres décadas más tarde.

Sin las reformas agrarias y laborales de la época cardenista, empero, ese régimen autoritario de México se habría visto expuesto a continuos desafíos y protestas. Bajo tales circunstancias, Estados Unidos habría intentado fortalecer al ejército mexicano como un bastión confiable contra la izquierda. Desde nuestro punto de vista, ese escenario habría llevado a la latinoamericanización de la política mexicana, es decir, a una inestable alternancia entre gobiernos civiles sin popularidad, enfrentados a las demandas de cambio, y gobiernos militares que tomarían el poder siempre que los movimientos populares se volvieran difíciles de manejar.

 

Escenario 2

Madero derrota a los golpistas arrestando a Huerta y, tras la rendición de la Ciudadela, emprende una purga de oficiales desleales en el ejército federal. Una fracción importante de dicho ejército, encabezada por generales porfiristas con el apoyo de terratenientes, de intereses económicos extranjeros y domésticos y de la Iglesia, se pronuncia contra el gobierno. Conforme la guerra civil se extiende, Madero da un rápido viraje hacia la izquierda, y se apoya cada vez más en las milicias estatales leales y en un resurgimiento de los revolucionarios maderistas que previamente había intentado desarmar.

En su búsqueda de aliados contra la revuelta militar, Madero se ve forzado a transigir ante las demandas populares, en especial ante las demandas campesinas. El presidente reorganiza su gabinete y manda llamar a Gustavo desde Japón. Rechaza el préstamo negociado por Ernesto en Europa y lo reemplaza por un préstamo de los bancos de Nueva York, negociado con el apoyo del gobierno de Woodrow Wilson. Además, una economía en crecimiento juega a favor de Madero, pues la Primera Guerra Mundial aumenta la demanda de los productos de exportación mexicanos. Pese a su desagrado mutuo, Zapata y Madero llegan a un acuerdo por medio del cual Zapata se postula a la gubernatura de Morelos y, una vez electo, gobierna dentro de los límites acordados y sin la interferencia de la ciudad de México. Un enfoque similar se aplica en todo el país. En las regiones conflictivas, los líderes campesinos se convierten en los nuevos jefes políticos. Se alienta a los gobernadores reformistas a distribuir las tierras cuando sea necesario con el fin de derrotar a las unidades militares rebeldes. En pocas palabras, Madero sobrevive convirtiéndose en Obregón.

En las elecciones de 1916 o 1917, México elige a un candidato que promete consolidar los logros de la “revolución”, pero no llevarlos más allá. Carranza reclama la victoria frente a una oposición conservadora fragmentada y se aboca a estabilizar el país, limitar o revertir el reparto agrario ahí donde le es posible y domar a los sindicatos. Carranza se convierte no en Calles sino en… Carranza. La coalición maderista se fractura cuando Zapata y sus aliados del norte denuncian las traiciones del régimen. Conforme el gobierno carrancista se debilita, la oposición conservadora se unifica. Estando la economía mutilada por la recesión de posguerra de 1919 y contando con una nueva administración republicana en Washington desde principios de 1921, los conservadores atacan. Carranza es derrocado en un golpe que tiene el respaldo de muchos antiguos maderistas de las clases medias que ahora están desilusionados y de un sólido frente de terratenientes, así como del sector empresarial, del Partido Católico y de una multitud de campesinos que nunca recibieron sus tierras.

El sucesor de Carranza intenta consolidar la coalición conservadora, reconstituir el ejército y estabilizar la economía. En el corto plazo, este esfuerzo produce algunos resultados. Sin una guerra civil tan destructiva como de hecho lo fue la Revolución real de 1913 a 1916, el pib per cápita de México en 1920 podría haber sido hasta 25 por ciento más alto de lo que fue en realidad. Sin embargo, la revocación de las reformas de la presidencia de Madero no logra llevar paz al campo. Zapata prosigue con su guerra de guerrillas en el sur. Parte de Chihuahua y Durango se encuentran fuera del control del gobierno. Los movimientos agraristas resurgen. Los trabajadores urbanos e industriales, hoscos bajo la represión, perturban continuamente la producción industrial. Los sindicatos mineros, ferrocarrileros y petroleros son salvajemente reprimidos.

Y entonces viene el golpe de la Gran Depresión en 1929. Conforme la economía declina, el régimen conservador se desintegra. Justo cuando el nuevo presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, anuncia la política no intervencionista del “buen vecino”, el desacreditado régimen mexicano cae, al tiempo que los levantamientos urbanos y los renacientes movimientos agrarios se fusionan en una insurrección popular nacional.

El régimen izquierdista que toma el poder a finales de 1934 recrea el verdadero cardenismo de los años treinta, pero lo hace sin el legado de Calles, es decir, sin un partido oficial dominante, y sin centralizar el poder en la presidencia. El nuevo régimen depende del apoyo del poderoso sindicato agrario autónomo y de otros movimientos sociales que lo han llevado al poder. El gobierno lanza una reforma agraria de gran envergadura que reconoce ampliamente la toma de tierras que ya estaba en marcha en todo el país. Además, nacionaliza los ferrocarriles, el petróleo y las industrias mineras tras una serie de tomas sindicales. El resultado es una sucesión presidencial que en 1940 ocasiona aún otro giro a la izquierda, reflejando así las demandas de los sectores más movilizados de una sociedad civil emergente.

Precisamente cuando Estados Unidos está a punto de entrar en la Segunda Guerra Mundial, las elecciones de 1940 derivan en un gobierno comprometido a llevar la revolución más lejos. Las fuerzas conservadoras, que sufrieran una derrota total en 1934, son incapaces de plantear un verdadero desafío al régimen, pero en la coalición gobernante las divergencias regionales y sectoriales comienzan a emerger. La nueva administración mexicana, orillada a llevar a cabo más nacionalizaciones, pero enfrentada a condiciones económicas en deterioro, llega a un acuerdo con Washington mediante el cual se brinda auxilio a la economía, se respeta la soberanía mexicana y se hace de México un aliado en la lucha global contra el fascismo.

Durante la posguerra, México se desliza hacia políticas de centro. En ausencia de un partido oficial dominante, la coalición de izquierda se fractura, porque los campesinos dueños de sus tierras exigen estabilidad y respeto a sus derechos de propiedad, mientras que los sindicatos se dividen en líneas sectoriales e ideológicas. Sin un solo partido dominante que las controle, estas diferencias se reflejan en una arena electoral cada vez más competitiva. En este ambiente relativamente plural, los conservadores se reagrupan, abandonan las viejas ideologías y los sueños revanchistas, y entran en acción para reingresar en la política con un nuevo rostro. Una coalición conservadora moderna, afín a Estados Unidos, surge cuando la Guerra Fría comienza. Esta coalición acepta la reforma de la década de los treinta como algo esencialmente irreversible, apela a las inseguridades de la clase media y a las demandas empresariales por una economía más abierta, y regresa a la contienda política sin despertar el fantasma de un retorno al desacreditado régimen represivo de la década de los veinte.

Este escenario, nos parece, hubiera sido el más propicio para crear un gobierno democrático más o menos abierto y eficaz, capaz de sobrevivir a las inmensas presiones internas y externas que México enfrentaría en la segunda mitad del siglo XX. El escenario termina con un México que tiende a la alternancia entre dos o hasta tres partidos en el poder; con un Estado fortalecido por el populismo impulsado por la crisis en los años 1930 y 1940; con una política social que refleja la competitividad de la arena política; y con una combinación productiva de dirección estatal y apertura exterior en la política económica (esta última como respuesta al apoyo de Estados Unidos y como consecuencia de la recuperación de la economía mundial). Elecciones pacíficas exitosas, en especial elecciones en las que los partidos de oposición consiguieran lo suficiente para renovar su compromiso con el gobierno, habrían hecho difícil abandonar esta trayectoria.

 

Escenario 3

Menos probable, pero de ninguna manera imposible, es un escenario en el que cae el régimen de Madero, o de un gobierno sucesor, frente a los movimientos agrarios y de la clase trabajadora, quizás en una guerra civil provocada por las cerradas elecciones de 1916 o 1917. El nuevo régimen se proclama “socialista” y nacionaliza las industrias tan pronto logra organizar a los trabajadores para tomarlas. El gobierno confisca las grandes propiedades y las distribuye entre los campesinos de todo el país.

Dicho gobierno se habría enfrentado a enormes obstáculos para sobrevivir. En primer lugar, a diferencia del régimen de la Unión Soviética que surgió de la revolución de octubre de 1917 en Rusia, el gobierno de campesinos y trabajadores de México no habría sido capaz de contar con una red nacional de cuadros disciplinados encabezada por un partido político unificado y altamente centralizado. En segundo lugar, tal gobierno habría unificado instantáneamente a todas las fuerzas conservadoras dentro del país y fuera de él. En tercer lugar, resulta poco probable que Estados Unidos, incluso en la víspera de la Primera Guerra Mundial, se hubiera abstenido de intervenir directamente para extirpar un régimen “comunista” en su frontera sur.

Con o sin una intervención estadounidense, una guerra civil mexicana en la década de 1920 habría sido tremendamente destructiva y habría derivado quizás en un régimen ferozmente represivo con consecuencias de largo plazo imposibles de predecir.

 

Conclusiones

El golpe de 1913 que convirtió la revolución política maderista en un gran levantamiento social alteró la historia mexicana de formas que son posibles de imaginar pero difíciles de cuantificar. Si el gobierno de Madero hubiera sobrevivido, la historia del siglo XX mexicano habría sido muy distinta, pero aún reconocible. Al menos tres posibilidades nos parecen plausibles. La primera es un giro a la derecha del gobierno de Madero, y termina en una guerra civil, en una intervención estadounidense y en la persistencia de conflictos sociales irresueltos hasta la época de la posguerra. La segunda es un giro a la izquierda revertido en la década de 1920, pero que resulta en un gobierno populista durante los años treinta y cuarenta, un gobierno más dependiente de una sociedad civil vibrante y, por ende, más proclive a consolidar un régimen democrático con ayuda de una coalición conservadora más moderna, afín a Estados Unidos antes que al pasado porfirista o al fascismo europeo. La tercera posibilidad es un régimen dominado por trabajadores y campesinos, pero sin un partido bolchevique organizado ni un territorio inmenso o lo suficientemente aislado como para protegerlo de una intervención generalizada del exterior. ~

Traducción de Marianela Santoveña

 

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