Psicosis: cincuenta años

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Todo ocurre en blanco y negro. Una mujer toma una ducha en el baño de un motel ubicado a un lado de una carretera olvidada. A través de la cortina el espectador atisba una sombra. Relampagueante, un cuchillo aparece en escena. La mujer muere apuñalada mientras, en off, los violines parecen afilar aún más el arma y desgarrar nuestros oídos. La sangre se pierde en el desagüe. La cámara voyeurista se acerca lentamente al rostro inerte de la víctima hasta detenerse en el ojo inmóvil. Se trata, por supuesto de la clásica escena del primer asesinato de Psicosis de Alfred Hitchcock. Sobre esta secuencia se han escrito más páginas que sobre la mayoría de la historia del cine: la sangre es en realidad sirope de chocolate. ¿Cómo se hizo la toma directa a la regadera abierta? La actriz convertida en maniquí repitiendo innumerables veces la secuencia de la muerte de su personaje, el ojo de la mujer como metáfora de arte cinematográfico, su capacidad petrificante, medusante: a fin de cuentas ¿vemos un filme o este en realidad es el que nos observa?

Afirma Borges que cincuenta años es la cifra básica que requiere un libro para saber si ha perdurado. Probablemente esto se pueda aplicar al cine. Hace medio siglo Alfred Hitchcock filmó una de las piezas fundamentales de la historia del cine. Nos referimos a Psicosis, esa extraordinaria fábula freudiana que marcaría el arte cinematográfico posterior.

Sin lugar a dudas Psicosis es una de las películas emblemáticas de Alfred Hitchcock. Por su eficaz manejo de la foto en blanco y negro, sus recursos provenientes del film noir y del expresionismo alemán, el filme puede verse como obra visionaria plena de elementos que sirven como base a cintas actuales como Hostal o las diversas versiones de Masacre en Texas. Basado en la novela homónima de Robert Bloch –integrante del círculo de Lovecraft–, el filme es una alegoría relato sobre las relaciones siempre turbulentas entre el dinero, el deseo y la muerte: el triple de ases del psicoanálisis.

La trama no puede ser más minimalista: Marion (interpretada por Janet Leigh), una empleada solterona de una agencia de bienes raíces, roba cuarenta mil dólares para casarse con su mediocre amante (personificado por John Gavin). Los hechos que se desatan a partir del robo la conducen a un destino inevitable. En un hotel perdido en la carretera se encuentra con Norman Bates, un Anthony Perkins insuperable: un asesino serial que ha matado a su madre, al amante de esta y a varias víctimas más. A partir del matricidio atroz, Bates toma la personalidad de la madre. Psicosis es un verdadero banquete freudiano. Pero por desgracia para el psicoanálisis, y para fortuna de Hitchcock, su obra maestra permanece refractaria a cualquier interpretación.

Hitchcock filma una de sus obras emblemáticas a partir de esta trama simple y aparentemente circunstancial. La banda sonora, plena de elementos siniestros, compuesta por Bernard Herrmann, es ya un clásico del uso del sonido como elemento expresivo consustancial a la obra cinematográfica.

Psicosis fue filmada con un bajo presupuesto con cámaras de 35 mm, lo que a la larga le dará al film un tono intimista que lo convertirá en un clásico de la cinematografía mundial. Su protagonista, el actor Anthony Perkins, quedó marcado para siempre en esta obra. Solo la maestría de Orson Welles logró salvarlo del olvido al seleccionarlo para interpretar a Josef K para su hasta hora insuperable versión de El proceso, de Franz Kafka.

Los críticos han encontrado similitudes entre el asesino de Psicosis y Ed Gein, un asesino serial muy famoso de la época, y sus ecos llegan hasta obras cinematográficas posteriores como El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme.

Pero los ecos entre la literatura y el cine en Psicosis van mucho más allá de la adaptación. La historia de la madre de Norman Bates nos remite al clásico relato “Una rosa para miss Emily” de William Faulkner, uno de los cuentos clásicos de la literatura norteamericana, donde una mujer asesina a su amante y lo mantiene momificado en su lecho nupcial. La referencia no es casual: se trata de un guiño de Hitchcock que remite a esa zona del gótico americano que tanto le obsesionara. Como Baudrillard y Herzog, Hitchcock ve en Estados Unidos una zona exótica donde todas las patologías son posibles.

Los cuarenta mil dólares del robo inicial nunca son hallados, las verdaderas motivaciones del asesino son absurdas e insustanciales. Hitchcock se sitúa en una zona expresiva muy cercana a la literatura del absurdo que recuerda a Beckett o a El extranjero de Camus. Meursault y Norman Bates son miembros de la misma especie: matan porque no tienen otra salida.

Atrapados en el absurdo de sus existencias los personajes remiten a clásicos del cine negro norteamericano, como Touch of evil, de Orson Welles, o a los filmes norteamericanos de Fritz Lang.

En 1998 Gus Van Sant intentó una parodia borgesiana al filmar, cuadro por cuadro, la obra de Hitchcock con las actuaciones de Anne Heche y Vince Vaughn. Este remake, absurdo desde su concepción, solo sirvió para relanzar el filme original. Lo mismo sucedió con las secuelas de Psicosis, todas ellas baladíes e insustanciales. La maquinaria hitchcockiana es irrepetible. Psicosis es una obra maestra del minimalismo cinematográfico. Ni la explicación psicoanalítica, ni las interpretaciones de teóricos como Slavoj Žižek –cuyo abuso lacaniano no puede ser más esquemático–, pueden penetrar el universo planteado por el Maestro del Suspenso.

Como afirma Gilles Deleuze, el cine es una manera de filosofar, de pensar. La antropología hitchcockiana es irrebatible. Su visión del individuo, al que observa como un ser imprevisible, lleno de fantasmas y demonios en un universo donde impera el mal, lo acerca más a Schopenhauer que a Freud. Norman Bates actúa movido por una Voluntad que lo sobrepasa en un universo donde impera el Mal.

Norman Bates, en su alteridad esencial, permanece como uno de los antihéroes inolvidables, y esenciales, de la historia del cine. ~

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