Quine, el maestro, murió a los 92 años

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Nueva York, viernes 29 de diciembre de 2000.Murió el gran Willard Van Orman Quine, el lunes, pero hasta hoy apareció en el New York Times: una nota insignificante en primera plana con llamado a una nota larga (y no muy bien hecha, por decir lo menos) en la sección de obituarios (siempre interesante en ese periódico). De esta manera se "reconoce y honra" póstumamente al más célebre y brillante de los filósofos de la posguerra en su propio país. Quiero decir, a Lindsay, que fuera alcalde de Nueva York, fallecido por esos días, le otorgó el mismo diario tres columnas, con foto, en primera plana: cualquier político, cualquier artista de cine, cualquier deportista, pesa mucho más en el interés colectivo que el más destacado de los pensadores. Observa Nietzsche: "se ha dicho correctamente que un tiempo se caracteriza, no tanto por sus grandes hombres, sino por cómo ese tiempo los reconoce y honra". Y bueno, ya vemos lo que pasa en nuestro tiempo. En la Grecia clásica o en la Florencia del Renacimiento no se daban esos desenfoques. Algo quiere decir de nuestra cultura, de nuestra sociedad, el menosprecio de sus sabios, pero no quiero pensar ahora en ese melancólico asunto. Quiero informar un poquito acerca de Quine.
     Es tan inteligente, tan claro, que cuando lees sus artículos y libros sientes no sé qué susto deleitoso. Escribió de lógica, de epistemología, de filosofía del lenguaje, de metafísica, y en cada disciplina dejó su marca reconocible. Fue muy discutido. Pasó su vida dando clases en Harvard. Estudió, primero, lógica matemática, muy técnica, pero, más tarde, abrió su interés a temas más generales y accesibles de filosofía. Joven aún, viajó a Europa a estudiar con los positivistas del llamado Círculo de Viena y trabó amistad con ellos, especialmente con Rudolf Carnap, que le dio clases en Praga. Más tarde, cuando Hitler empezó sus inexplicables barbaridades, fue instrumental para que muchos de ellos viajaran a Estados Unidos y se instalaran ahí a dar enseñanza, cosa que contribuyó mucho, a la larga, a avanzar al primer plano que hoy ocupa la filosofía americana. Sus dos libros más famosos y discutidos (de artículos, los dos) son: Desde el punto de vista lógico (1953) y Palabra y objeto (1960) y son libros retadores, originales en su momento, escritos en una prosa de admirable lucidez y elegante claridad. Después siguió publicando libros, pero su momento estelar, que en filosofía suele durar muy poco, había pasado. Se discutía ya a sus discípulos, como Donald Davidson, que ya también cedieron su lugar a otras figuras más recientes.
     Pero hay otro lado. Quine fue un notable maestro, y si muchos, como un servidor, sentimos que con su muerte sufrimos la pérdida de una especie de amigo lejano, fue porque estudiamos lógica en sus insuperables libros de texto, muchos, variados, pequeños, grandes, todos pausados, claros, didácticos. El más conocido es Los métodos de la lógica y quien lo cursa, aprende, y no se cansa de volver una y otra vez a él.
     Quine viajó muchísimo, le dio la vuelta al mundo no sé cuántas veces. Se dice que visitó 118 países (siempre le gustó la geografía y era apasionado estudioso de toda clase de mapas). Y, claro, vino a México en diferentes ocasiones. La primera, en los años cincuenta, a un congreso, cuando en México prevalecía entre los filósofos el existencialismo afrancesado y corría la ocurrencia, arrogante e idiota, de que en Estados Unidos no podía haber filósofos. Así que los existencialistas no le hicieron el menor caso. Pero los matemáticos mexicanos sí lo reconocieron: dictó unas conferencias en la Sociedad Matemática Mexicana en perfecto español, porque Quine tenía talento para los idiomas y hablaba con fluidez seis lenguas extranjeras (escribió un libro pequeño en portugués, por ejemplo, que Bunge tradujo al español, hoy muy raro, pero, para fortuna mía, yo lo tengo, se llama El sentido de la nueva lógica).
     Parece grotesco que si Quine pasó setenta años de su vida escribiendo de filosofía, no pueda poner aquí un solo ejemplo de las cosas que decía, pero hay una razón: Quine fue eso que se llama "un filósofo de filósofos", es decir, cualquier cosa que dice supone ciertos conocimientos, la familiaridad con ciertas discusiones, que es tardado exponer. Por ejemplo, su artículo más famoso, titulado Dos dogmas del empirismo, está dedicado a atacar la vieja distinción analítico-sintético, establecida, por ejemplo, por Hume, y en su momento fue un gran escándalo que hizo correr ríos de tinta filosófica a ambos lados del Atlántico. Pero no hay espacio aquí para exponer el trasfondo que hace posibles esas cavilaciones y esas sorpresas. Por eso me fui al bulto más consabido y menos interesante de los datos exteriores de su existencia. Mi única justificación es que no quise dejar de recordar en estas páginas, ahora que ha desaparecido, la vida y hazañas de un maestro del pensamiento contemporáneo. –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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