El desprecio por el arte y la alta cultura que ha demostrado el gobierno foxista sólo es un reflejo de una sociedad mediatizada que ha intercambiado los valores esenciales por la inmediatez y vulgaridad de la moda, la fama y el dinero. Sólo así nos explicamos que una exposición de Rembrandt pase inadvertida en los medios de comunicación impresos, que la crítica no tenga interés en volver su mirada hacia los más de sesenta grabados que se exponen desde noviembre y hasta enero en el Museo Dolores Olmedo Patiño, y que las instancias culturales del gobierno sean incapaces de promocionar la exitosa gestión del director de un recinto que nos ha traído una muestra que debería ser un acontecimiento ineludible. Quizá el desprecio a esta exposición soberbia se deba también a que despliega un conjunto de obras gráficas y no de pinturas, pero resulta absurdo tener que recordar que el artista expuesto significó un hito no sólo para el ámbito pictórico, sino que revolucionó la historia del arte también gracias a su estilo dibujístico y a la forma magistral con que trabajó el grabado en metal, haciendo aportes ineludibles en el lenguaje de la línea, la composición al claroscuro y la forma desacralizadora de abordar temáticas clásicas. De hecho, como bien ha señalado Jakob Rosenberg en su monografía del creador holandés, éste era reconocido internacionalmente en vida como grabador, y como pintor sólo fue apreciado temporalmente en su país natal.
Es increíble tener que repetirlo a estas alturas, pero las cualidades de un grabado son intransferibles a una pintura, así como las de un óleo lo son a las de una escultura. Muchos de los trabajos presentados en esta exposición, son piezas tan importantes para la historia del arte como lo pudieran ser un mural de Diego Rivera o una escultura de Rodin. En el arte, la importancia de una obra no se mide por el costo ni el tiempo invertido en ella o en su tamaño: es por ello por lo que valoramos igual un breve relato de Jorge Luis Borges que las largas novelas de Tolstói o Dostoyevski y, por lo mismo, un original múltiple, como lo es un grabado o una litografía, no es menos que un original único como una pintura al óleo.
El espectador de esta exposición encontrará un universo impresionante de ideas, pasiones y guiños del ingenio en los pequeños papeles que se distribuyen en la única sala de la muestra. Verá la irreverencia y audacia con que el artista se acerca a ciertos pasajes bíblicos, como el colocar a un Jesús joven y lampiño rodeado de doctores, discutiendo con ellos mientras un perrito faldero se lame los huevos al pie de la composición. Encontrará también el dramatismo orquestado para escenas como el instante en que Cristo despierta a Lázaro de la muerte. Aprenderá lecciones de un mundo sutil al ver la llama flotante que se abre paso en la penumbra del grabado que representa a un joven leyendo a la luz de una vela. Encontrará personajes que resumen, en su constitución física y en sus facciones, toda una historia de vida, como en los aguafuertes dedicados a mendigos o en la soberbia figura de un adinerado comerciante persa. Podrán ser testigos de los trazos deshilados que Rembrandt regaló al futuro del arte desde la punta seca, y que sólo podrían ser aprovechados siglos después por artistas del XIX y XX. Serán testigos del milagro del artista que materializó la luz, la volvió materia plástica y la utilizó a su gusto en estampas y telas, bañando objetos o generando atmósferas, apareciendo siempre en tensión con la sombra y la oscuridad. Muchos de los grabados que están hoy en Xochimilco son trabajos considerados obras maestras de la humanidad, como por ejemplo el prodigioso Descendimiento de la cruz, que realizó antes al óleo, pero que es tan genial en el blanco y negro del aguafuerte como en la paleta que utilizó en pintura. Esta composición, que tanto debe al Rubens admirado por Rembrandt, es una de las creaciones en que la languidez de un cuerpo muerto es capturada en todo su peso de fardo inanimado; quizá únicamente la Piedad de Miguel Ángel tenga un planteamiento tan logrado. En la composición, la osadía de Rembrandt vuelve a aparecer cuando se autorretrata sobre una escalerilla que se recarga en la cruz, ayudando él mismo a bajar al Cristo asesinado.
Sólo me resta recomendar al lector que, si visita esta muestra y lo que encuentra ahí lo emociona, se acerque al exhaustivo y delicioso estudio que Simon Schama nos regaló bajo el título de Los ojos de Rembrandt. ~
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