“Lo único que nos separa de los animales es que nosotros tenemos pornografía”, ha escrito el autor estadounidense Chuck Palahniuk. Paradójicamente, la mayor parte de la industria cinematográfica “para adultos” salvo sus honrosas excepciones parece perpetrada por algún orangután en cautiverio. Quizá el problema radica en un hecho fundamental: para ser perverso es necesario ser culto. Ejemplos en la historia del arte sobran, desde las predilecciones sodomitas del Marqués de Sade, pasando por la urofilia de Bataille y el sexo con automóviles de J.G. Ballard, hasta los montajes fetichistas de Helmut Newton o Cindy Sherman.
Se sabe que la particularidad de la pornografía radica en lo explícito, no en las fantasías: por eso aburre pronto. Sin embargo, es una industria que sigue expandiéndose, ahora gracias a las bondades del DVD e internet. Ante tanta demanda y tan poca imaginación, la pregunta es: ¿cómo reinventarla? Curiosamente, los pioneros en buscar respuestas no han sido los involucrados en el negocio, sino “espontáneos” que se lanzaron al circo de la carne y los fluidos, descubriendo nuevas vetas para un género limitado.
Primero aparecieron, en los años ochenta, los llamados gonzos (nombrados así en honor al estilo periodístico de Hunter S. Thompson), filmes amateur en los que el “director”, cámara en mano, se dedicaba a perseguir chicas en la calle para pedirles que brindaran algún gesto cachondo, como mostrar los senos (o lo que se pudiera), consiguiendo resultados tan naturales como sorprendentes. Ya en los noventa, con el desarrollo de las handycams, nació el “porno casero”, donde audaces parejas daban rienda suelta a sus instintos carnales y cinematográficos, rodeados de plantas, instrumentos de cocina o juguetes para los niños.
La más reciente mutación llegó de la mano de los reality shows: el porno de las estrellas del mundo del espectáculo, que está en vías de convertirse en un subgénero. Los “visionarios” fueron el rockero Tommy Lee y su entonces pareja, Pamela Anderson, quienes filmaron un video de sus vacaciones con escenas de alto voltaje que no le piden nada a un filme tres equis.
Dicho video se volvió un fenómeno en el mercado pirata, sobre todo por el estatus de sex symbol del que ya gozaba la actriz de Guardianes de la bahía (hay que recordar que antes había causado revuelo, al anunciar su decisión de quitarse los implantes de silicona de los pechos).
Los protagonistas del codiciado video se mostraron indignados por la difusión de algo que aparentemente habían concebido para consumo íntimo, y amenazaron con demandar a quien resultara responsable. Sin embargo, trascendió que la encargada de facilitar el primer ejemplar fue la propia Anderson, a cambio de una jugosa suma de dinero.
El más reciente caso fue el de Paris Hilton (la joven y atractiva heredera de los hoteles que llevan su apellido), de quien ahora circula en internet un video filmado hace tres años, en el que aparece haciendo el amor con Rick Salomon, su galán en ese tiempo. La ofendida familia Hilton intentó llevar el asunto a los tribunales, argumentando que Salomon quien posee un sitio web dedicado al entretenimiento “para adultos” la había obligado a hacer el video. Sin embargo, Salomon sólo tuvo que apoyarse en las pruebas para librarse de tales acusaciones: en algún momento de la filmación, Hilton hace una seña hacia la cámara levantando el pulgar, demostrando que está de acuerdo con la realización del video.
Después surgieron rumores de un segundo video, más audaz y explícito que el primero, en el que supuestamente Hilton tiene relaciones con la ex playmate Nicole Lenz, con todo y juguetes sexuales.
Lo cierto es que estos escándalos coincidieron con la aparición del reality show de Hilton, titulado The Simple Life, donde la princesa del mundo de los hoteles se enfrenta cotidianamente a la dureza de la vida rural en una granja. El programa ha sido un éxito, y Paris Hilton se ha convertido en una de las celebridades del momento.
El pasado 8 de enero se estrenó en Estados Unidos un reality show sin precedentes, que parece retomar y potenciar las inquietudes de Anderson y Hilton, titulado Who wants to be a pornstar? En él, veintiocho mujeres compiten por cien mil dólares y la oportunidad de firmar contrato con una productora importante del entretenimiento “para adultos”. Mientras las aspirantes reciben “clases” impartidas por profesionales de la industria, los televidentes van eliminándolas hasta elegir a la nueva estrella del hardcore.
J.G. Ballard escribió en el prólogo de su novela Crash que “en cierto sentido, la pornografía es la forma narrativa más interesante políticamente, pues muestra cómo nos explotamos los unos a los otros de la manera más compulsiva y despiadada”. Quizá el futuro del género se encuentre, como lo ilustran las situaciones arriba descritas, en su dramatización, en la exploración de esa posibilidad narrativa que señala Ballard. La pornografía como telenovela, como un drama de la vida real en el que todos estaremos involucrados. Una fantasía en la que por fin el argumento será indispensable. Y la mente, un escenario inagotable. ~
Su libro más reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadía).