Santo remedio

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I.

Es comprensible que frente a los fracasos e injusticias de este mundo, algunos artistas puedan sentir de pronto la necesidad de otorgar a su obra una dimensión política. Y no es que el paso que haya que dar sea particularmente complicado; se trata, en principio, de cambiar la perspectiva de la obra, originalmente subjetiva, para que sea lo público (lo que es de interés común) el ángulo que predomine. Lo que es difícil, al parecer, es saber a quién le corresponde darlo, y cómo. Muchos artistas suelen confundir su punto de vista con el de la obra, y dan así el paso solos, sin detenerse demasiado a pensar si esta es capaz de acompañarlos, de comprometerse en la misma medida, ni si algo realmente se ganará con ello (para la obra, en primer lugar, pero también para aquello que inspira el compromiso). Les basta con que la obra refleje su propia toma de conciencia de lo adverso, y no, por ejemplo, que diga algo sobre la adversidad misma. Tampoco les preocupa que el reconocimiento de lo que está mal pueda estar llegando tarde (o tardísimo: cuarenta años después, por ejemplo), y las más de las veces: en forma de una perezosa denuncia. Lo peor, sin embargo, no es el intento fallido (que hasta ternura puede dar), sino la pretensión de hacerlo pasar por un acto benéfico, emancipador:

 

 

 

Lo que estamos haciendo es tomar la ciudad con la voz, con el arte, que la gente vuelva a los espacios públicos que hoy están controlados por miles de videocámaras y por la inseguridad.

 

 

 

Y, encima, como lo demuestran estas palabras del artista Rafael Lozano-Hemmer,1 tenemos que estarles agradecidos.2

 

II.

Hace unas semanas, Lozano-Hemmer llevó a cabo Voz Alta, la última de sus arquitecturas relacionales: una serie de intervenciones que buscan, nos dice: “fomentar el excepcionalismo, la lectura excéntrica del entorno, las memorias alienígenas (es decir, las que ‘no pertenecen’ al sitio)”. Es decir, son instalaciones, la mayoría de escala descomunal, que transforman el espacio público con la ayuda tanto del espectador como de la más avanzada tecnología. Se trata, sigue Lozano-Hemmer, de una apuesta “por la especificidad de las nuevas relaciones temporales que surgen de la situación artificial, lo llamo en inglés ‘relationship-specific’”. Esa idea de que la obra, más que “ser”, “se convierte en”, con la participación de los espectadores, lo ha llevado, por ejemplo, a proyectar “de forma efímera y guerrillera”, como advierte su página de internet, sobre las fachadas de los edificios de la ciudad austriaca de Linz, una serie de colosales letras (lanzadas por el proyector “más grande del mundo”) que, reunidas, formaban frases como “hoy y mañana” o “mano de obra”.3 Un poco antes, y para celebrar la (falsa) llegada del nuevo milenio, Lozano-Hemmer orquestó, en el Zócalo de la ciudad de México, una instalación que consistió en abrir un espacio en la red para que los internautas pudieran “diseñar esculturas de luz sobre el Centro Histórico con 18 cañones de luz localizados alrededor del Zócalo”. Hay que decir que los cañones emitían una luz que podía ser observada a quince kilómetros de distancia, y que el número de los diseñadores invitados se elevó a 800 mil personas de 89 países.4

La palabra, desde luego, es espectacular. Y no mucho más; la tecnología que emplea el artista (siempre, la más grande del mundo) es demasiado apabullante como para que el mensaje, que en teoría muchas de sus obras emiten, llegue hasta el espectador. Así, me pregunto si alguien verdaderamente se enteró de qué se trataba Voz Alta, la pieza con que Lozano-Hemmer, y la UNAM, quisieron honrar la memoria de la matanza del 2 de octubre de 1968. Para ello, se instaló un megáfono en una de las esquinas de la Plaza de las Tres Culturas, para que la gente, explicó en su momento el autor, “se manifieste libremente, lo mismo diga cosas políticas que poéticas o mande un mensaje a un ser querido, porque precisamente el poder de la pieza se encuentra en la libertad de expresión, en el hecho de no especificar lo que la gente debe decir”. Y así lo hizo la gente: se expresó sin ataduras, como desde hace tiempo lo viene haciendo (aunque al autor le convenga creer otra cosa), y su voz pudo escucharse en vivo en Radio unam. Al mismo tiempo, conforme la voz se alzaba, tres reflectores antiaéreos dirigían su poderosa luz hacia el Monumento a la Revolución, el Zócalo y la Villa. Un momento de reflexión, según su autor, “en donde no todo es tragedia, porque se tienen que rescatar los elementos del movimiento estudiantil que son verdaderamente esperanzadores y que deben aplicarse en la actualidad”. Y así mantuvo, durante diez noches, a la ciudad muy iluminada y a la gente muy entretenida.

¿Y los muertos? ~

 

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1. Tomadas de una entrevista a propósito de Voz Alta, su obra más reciente.

2. Ni qué decir de que lleguen incluso a querer alterar nuestra percepción del presente para darle, suponemos, mayor fuerza dramática a su obra.

3. La obra se llamó 1000 Usos Tópicos, y además de en Linz se presentó, entre otros lugares, en el Laboratorio Arte Alameda, en la ciudad de México, en 2003.

4. Alzado Vectorial, Arquitectura Relacional 4, ciudad de México, 2000.

 

 

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(ciudad de México, 1973) es crítica de arte.


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