Sean ustedes peleles

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Cada vez es mayor la tendencia, en esta malhadada época nuestra, a querer ser todo el mundo inocente de sus actos, para lo cual hay que buscar muchos culpables externos. No son raras las noticias del tipo siguiente (son ejemplos medio imaginarios): si se desnuca un alpinista desde la cumbre del Everest, se comprobará si todo su material se encontraba en perfecto estado y se culpará a los fabricantes de cuerdas si resulta que una de ellas estaba mínimamente despeluchada, pero en cambio nadie señalará como causa que el desnucado se dedicara a lo que se dedicaba. Si alguien se ahoga en un lago, se verificará si había carteles visibles en sus orillas avisando de su hondura, pero pocos reprocharán al ahogado que se metiera en el agua sin saber nadar apenas. Si un peatón es atropellado en pleno paso de zebra, se argüirá en descargo del conductor que las rayas estaban pálidas, y la pintura desgastada, pero tal vez no se le reproche que fuera por la ciudad embalado. Y por supuesto todos esos mangantes que denuncian a las tabacaleras las acusarán de haber hecho seductores anuncios de cigarrillos y haberlos hechizado con ellos, pero nunca reconocerán que fumar era decisión exclusiva suya y que dejarlo estaba en su mano. "Yo no tengo la culpa, yo soy un pelele, un idiota, un niño, un ser sin juicio ni voluntad ni criterio, un juguete de la publicidad, un débil, un pardillo, un necio, y de todo soy siempre una víctima." Esa es la cantinela real que subyace a esta tendencia.
     Hace años conté de aquel ladrón norteamericano que afanó un coche en un aparcamiento, salió de éste a toda mecha, en seguida se estrelló contra un árbol, hubo de pasar meses en el hospital soldándose y por ello demandó a los dueños del estacionamiento, con este argumento: si ustedes hubieran contado con mejor vigilancia, yo no habría logrado robar ese automóvil y no me la habría pegado; luego ustedes, y no yo, tienen la culpa de mis veintidós fracturas. Parecía broma y no lo era. Parecía al menos un caso aislado. Se ha ido viendo que tampoco, desgraciadamente. Poco después una joven australiana demandó a su madre porque ésta, durante su embarazo, al parecer no había llevado una vida tan sana como habría debido: le pedía daños y perjuicios aunque no recuerdo que la viciosa vida hubiera tenido consecuencias físicas para la hija, simplemente la madre la había expuesto a no sé qué riesgos (secuelas mentales sí que debió dejarle, no es normal ser tan mezquina ni tan mentecata). Pero la cosa va a más, y puede ser imparable. Leo en Mujer de Hoy (ya saben, ese suplemento femenino que arruinó mi boda) que al cantante abracadábrico Marilyn Manson lo han acusado de ser responsable de la muerte de una tal Jennifer Syme; la cual había ido a una fiesta de Manson (es de esperar que aquelárrica), de la que salió para recoger su coche y regresar luego a ella. Pero en el trayecto perdió el control del automóvil y palmó a causa del choque. El hecho de que "en la posterior autopsia" (eso decía el reportaje, a mí me da que con anterioridad no se aconseja practicarlas) aparecieran en el interior de Syme restos de alcohol y de cocaína, ha impelido a la madre de la difunta a demandar a Manson, quien le habría facilitado la droga a Jennifer y le habría aconsejado (?) ponerse al volante, con todo lo de esa autopsia póstuma dentro. No consta que el cantante walpúrgico la obligara a esnifar ni a subirse al coche pistola en mano (si es que tiene pistola), y ha trascendido que la joven Jennifer no lo era tanto: quiero decir que contaba ya veintinueve años, y no trece. Pero nada de eso importa apenas: la madre ha de dar con un culpable, y de paso sacarse una buena pasta de las arcas del hechicero.
     Pero aún peor es el caso que ha saltado hace no mucho a la prensa, también en el País de los Tontos o de los Listos, según se mire. Un individuo, Jim, se cuece bien en una fiesta. Quiere coger el coche y volver a casa. Un amigo suyo, Jack, alarmado, se molesta en conducir y acompañarlo, y lo deja más o menos a salvo en casa, tras de lo cual se va a la suya, es de suponer que muy harto. Unos días más tarde lo detiene la bofia a instancias de los padres de una víctima de Jim, un tal Clark. Pues el borracho, una vez solo, decidió salir de nuevo y esta vez sí condujo, empotrándose contra otro coche con muerte para los dos conductores, Jim y Clark. Los padres de éste consideran que el paciente amigo Jack es culpable de que la diñara su hijo: viendo el estado de Jim, tenía que haberse quedado con él y haberle impedido echarse a la carretera. Como si fuera su niñera, o su madre, o su carcelero… El asunto no va en broma, pues si el juez lo condenara, Jack podría chuparse quince años de cárcel, por su paciencia insuficiente y por un choque del que ni fue testigo. A este paso podríamos remontarnos más lejos siempre, y aquí, por ejemplo, los padres de Clark quizá debieran demandarse a sí mismos por no haber hecho que expulsaran del pueblo a Jim antes, siendo tan buen y beodo elemento. O incluso por haber engendrado ellos a Clark: ¿cómo se les ocurrió traerlo al mundo sin la absoluta certeza de que no iba a sufrir un accidente mortal de coche algún día? Es que desde luego hay padres de lo más irresponsables. ~

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(Madrid, 1951-2022) fue escritor, traductor y editor. Autor, entre otras, de las novelas Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Tu rostro mañana (tres volúmenes publicados en 2002, 2004 y 2007) y Tomás Nevinson (2021). Recibió premios como el Rómulo Gallegos en 1995, el José Donoso en 2008 y el Formentor en 2013. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua.


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