Querido Enrique:
Me pareció inconveniente que, en el año del Bicentenario, Letras Libres dedicara un número a los mexicas exclusivamente desde la perspectiva de los sacrificios humanos y la antropofagia. No es poca cosa. Esos dos aspectos del mundo precolombino fueron, precisamente, los temas esenciales en la justificación de la Conquista y en la argumentación para excluir a los indígenas del género humano. Leyendo la editorial que introduce el dossier, por un momento tuve la impresión de que la revista estaba proponiendo pensar en las civilizaciones indígenas en los mismos términos de las controversias del siglo XVI, pero no desde la postura de Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria, sino desde la de Juan Ginés de Sepúlveda.
Hablar de los pueblos indígenas de esta manera y con el fin de transmitir el mensaje de que las civilizaciones prehispánicas fueron, por encima de todo, agrupaciones de homicidas y caníbales, que la cultura mexicana moderna es exclusiva y primordialmente de raíz “hispánica y cristiana”, y que sus escasos elementos indígenas son anecdóticos o marginales, me parece que, lejos de ofrecer un esclarecimiento, más bien contribuye a limitar el campo contemporáneo de la reflexión cultural e histórica. Este mensaje simplificador resalta aún más si se contrasta con la riqueza de los textos que inauguran las dos secciones sobre el Bicentenario (las cuales me parecen, por cierto, dos enormes aciertos editoriales).
Sin lugar a dudas, resulta indispensable desmentir a los negacionistas de los sacrificios y abatir las idealizaciones del pasado prehispánico. Pero esa tarea nunca tendrá un fundamento verdaderamente crítico si se articula desde las propias dimensiones del negacionismo –reducirse a la cuestión de si había sacrificios o no, y desde ahí salvar o condenar a una civilización entera–, en vez de proponerse superar esas dimensiones, destruirlas, asumiendo la inmensa complejidad histórica de las culturas, volviendo así imposible cualquier manipulación de la historia como ideología. ¿Por qué no, además de documentar la indiscutible evidencia de esas prácticas, plantearse el tema de los sacrificios en el contexto del estudio comparado de las religiones, incursionar a fondo en la investigación sobre el sentido de lo sagrado? ¿Por qué no, también, interpretar el pasmo que indujo la repentina simultaneidad del mundo mesoamericano y el Renacimiento –esos dos presentes históricos no contemporáneos–, registrar el desconcierto ante las patentes duplicidades de la Conquista y la colonización española, preguntarse críticamente, en consecuencia, por las ambivalencias del humanismo y la cultura occidental?
Nada sería más lamentable que, en la lectura de gente sólo interesada en las reducciones ideológicas de la historia, los materiales de la revista se convirtieran en munición para batallas culturales en las que ningún bando apetece la conciliación de los pasados (ni los presentes) de México.
Recibe un abrazo, ~
es ensayista.