Según el discurso oficial, la industria de la telecomunicación está estancada o provoca estancamiento económico porque es “monopólica”, de lo cual se sigue que tal estructura debe ser rota (a fuerza, si es necesario) para dar paso a la competencia, que traerá una era de prosperidad y precios bajos. Pero en la realidad la industria de la telecomunicación crece más del doble que el resto de la economía con efectos benéficos indudables para un número creciente de usuarios de todos los segmentos económicos y sociales. Alguien está equivocado.
El discurso alega la necesidad de competencia como si no hubiera ocurrido ya. El caso a examinar es el de Estados Unidos, donde hubo más de trescientos setenta pequeños operadores el año 2000. Ahora dos grandes se reparten tres cuartas partes del mercado, mientras el regulador se esfuerza por evitar mayor concentración y dar vida artificial a un número indeterminado de pequeños. El panorama en el resto de los países es similar: de uno a tres operadores se reparten el mercado, rodeados por muchos operadores pequeños protegidos por el regulador para mantener las apariencias competitivas, pero que en realidad esperan fusionarse antes de tirar la toalla.
Esta situación da la razón a Eli M. Noam, quien hace diez años escribió en How Telecom is becoming a cyclical industry, and what to do about it:
… la ciclicidad será inherente al sector en el futuro. Para tratar tales inestabilidades, la respuesta más efectiva de empresas e inversionistas será buscar la consolidación y la cooperación. En consecuencia, la estructura de equilibrio del mercado probablemente será oligopólica. Esto significa que el gobierno, si busca la estabilización, deberá reexaminar su enfoque de política básico, que se ha centrado hace mucho en habilitar a la competencia. Y esto significa que la estructura de las redes futuras lucirá más como la vieja industria de telecomunicación y menos como la nueva internet.
La estructura oligopólica de la industria tiene que ver con la importancia de las economías de escala. Todas las actividades económicas basadas en redes necesitan alcanzar cierta escala para generar rendimientos. La necesidad de alcanzar escala es inherente a la red misma, así que hay que lanzarla lo más lejos posible para capturar el mayor número de peces. Solo así se pueden compensar los enormes y siempre crecientes costos fijos de la industria: infraestructura extensa y sofisticada, fuerza de trabajo especializada y tasa de obsolescencia tecnológica muy rápida en condiciones de innovación constante. Por eso la industria no tiene lugar para los operadores pequeños, salvo de manera artificial y por muy poco tiempo.
Por otro lado, una vez que se tiene una red nacional, resulta redundante y antieconómico tener otras más. De ahí que la “competencia” en el sector sea muy relativa. El caso mexicano es muy elocuente: todos los participantes quieren “competir” contra Telmex-Telcel usando su red “a precios competitivos”, no creando sus propias redes, salvo en lugares de alta concentración de usuarios. “Precios competitivos” significa que el operador dominante venda por debajo de sus propios costos para hacer prosperar a sus propios competidores. Suena ridículo pero así es como están las cosas.
Para esconder este juego tan absurdo, los reguladores y sus aliados difunden sofismas y falacias, como el método basado en comparar precios entre países. Ya que los precios son resultado de muchos factores que se conjugan en la realidad de cada país, toda comparación debe ser cuidadosamente matizada, de modo que su fuerza demostrativa nunca será concluyente. No podemos poner de ejemplo los muy bajos precios de Hong Kong porque su numerosa población (de alto poder adquisitivo) está concentrada en un territorio pequeño. La red de Hong Kong rinde mucho más que la de cualquier otro país, de ahí que los precios sean muy bajos. Los precios de Canadá, en cambio, son altos porque su densidad de población es muy baja y su red muy extensa. Hay muchos otros factores a considerar, pero este no es el lugar para hacerlo.
Otra argucia es el uso peyorativo del término legal “monopolio” contra el operador dominante. La palabra “monopolio” está cargada de referencias demagógicas y resulta inadecuada para designar los objetos económicos a que alude. Se supone que los monopolios son malos porque crean ineficiencia, estancan la innovación y aumentan los precios. Pero ninguna de estas características se presenta en las empresas de telecomunicación dominantes. Al contrario, han resultado ser eficientes e innovadoras, manteniendo precios bajos o con tendencia a bajar. En vez de “monopolio” deberíamos usar la expresión neutral “concentración económica” por ser acorde con la forma del crecimiento. Como dijo Schumpeter: “El crecimiento económico es una sucesión de concentraciones.”
La contradicción entre la estructura de largo plazo del sector y el objetivo político de inducir y proteger la participación del mayor número de competidores posible ha provocado agrias disputas entre los actores. Para beneplácito de gran parte de la opinión pública, la clase política mexicana ha llegado al extremo de habilitar al regulador con facultades extraordinarias para inducir la competencia forzosa. Si el mundo ya conoció los estragos de la colectivización forzosa comunista, estamos a punto de conocer los de la competencia forzosa capitalista.
Todo para nada, pura banalidad del mal, oportunismo político y negligencia intelectual. La industria no mejorará mediante la competencia protegida por el gobierno. Los beneficios de la estructura oligopólica o de proveedor dominante actual son altos y podrán serlo más. Ahí está la alianza Telmex-Lucent/Alcatel para desplegar la red de banda ancha en el país (más de ocho mil millones de dólares). Tendremos mucha mayor capacidad de transmisión de datos a precios bajos… ¿Por cuánto tiempo?
Es probable que la combinación de gran eficiencia y precios bajos sea transitoria y que, una vez que la estructura oligopólica sea aceptada como natural, los operadores tiendan a estabilizarse o a estancarse y a aumentar precios. Es probable incluso que los proveedores del servicio y los fabricantes de equipo se coaliguen para frenar el ritmo de innovación tecnológica. Cuando esto ocurra emergerá la cuestión de la estatización de la industria, como lo muestra la historia de todos los servicios públicos. Se abriría así un nuevo ciclo. ~
(Santa Rosalía, Baja California Sur, 1950) es escritor y analista político.